El amor en los tiempos del cólera: ¿una novela histórica?

Por YÉSSICA TEHERÁN

Hace más de un mes participé en un debate virtual sobre El amor en los tiempos del cólera, y nos preguntábamos: ¿es una novela histórica o una historia novelada? En aquella ocasión no pudimos llegar a una respuesta unánime, y la duda quedó flotando en el ambiente… literario.

Hoy el interrogante regresa tras leer el artículo de un amigo donde se plantea el papel del crítico y las relaciones de amor y odio que se tejen a su alrededor, más en este país donde levantar la mano y opinar distinto a la mayoría puede generar consecuencias nefastas.

Un tiempo después hubo otro encuentro virtual, esta vez con Isaías Peña Gutiérrez. En medio de la charla él hablaba de la formación de los géneros literarios, y decía que en todo proceso de creación primero está la necesidad de plasmar lo que revolotea en la cabeza del escritor en una hoja en blanco, y luego de la obra viene el trabajo del crítico, quien trata de ubicar el texto en alguna categoría, llámese literatura o historia.

Con las palabras de Peña Gutiérrez volvieron a mí ciertas imágenes surgidas en medio del debate sobre El amor en los tiempos del Cólera. Gabriel García Márquez concibió la novela en las calles de Cartagena, recorriendo todas las tardes lo que sería su escenario literario. Esta vez la historia de amor no se desarrollaría en Macondo.

La construcción del género es como un camino que se va formando a medida que avanzamos en cada paso. Muchas veces el camino no está adoquinado y cuesta discernir si determinada obra pertenece o no al género que queremos asignarle. Hoy planteo de nuevo esa duda, a saber: ¿El amor en los tiempos del Cólera nació con la intención de ser histórica, como Guerra y Paz de León Tosloi, o dentro de los cánones literarios donde la “historia” es solo ficción, como en El nombre de la Rosa de Umberto Eco?

Lo digo porque en la novela de Gabo hay un trabajo impecable de documentación histórica, que ubica el relato en un tiempo específico y lo remarca en cada paso que dan sus protagonistas. Y no es mera ambientación, lo hace como si estuviera cosiendo una manta donde el hilo son eventos verdaderos que amarran el destino de los personajes. Así, García Márquez hace un ejercicio imaginativo tremendo, puramente ficticio, aunque sustentado con datos precisos de la historia de Colombia.

La guerra bipartidista entre liberales y conservadores del siglo XIX es una constante referencia, sin esta la viuda de Nazareth nunca habría terminado en la cama de Florentino Ariza, siendo el paso definitivo para que ambos se convirtieran en promiscuos. En el episodio de los juegos florales, donde el ganador fue un chino, Gabo detalla su procedencia e insiste en hablarnos de un momento que marcó nuestra historia como nación: el asiático que llega desde su lejano país a trabajar en la construcción del canal de Panamá pero luego, huyendo de la epidemia de la fiebre amarilla, termina en una de las oleadas de migración que sufriría Cartagena. Gracias esta circunstancia fortuita Florentino Ariza conoce a Sara Noriega, con quien inicia una relación que se prolonga por cinco años.

También el escritor acude a meterles ficción a ciertos personajes históricos, comenzando por Simón Bolívar, de quien dice que no murió en la cama de su Quinta de San Pedro Alejandrino, sino en el piso. O que Marco Fidel Suárez fue a casa de Juvenal Urbino a conocer el loro que podía hablar francés, o que Rafael Reyes tuvo una amante que compartió con Florentino Ariza. En el mismo contexto de “ficción real” ocurre que Joseph Conrad trafica armas en el Caribe (un hecho cierto) con Lorenzo Daza, y ello resulta determinante para que Fermina decida tomar el viaje en buque propuesto por Florentino.

Son muchos los eventos históricos que marcan el destino de los personajes dentro de la novela, a tal punto que además se asume que es la recreación más veraz posible, en palabras del mismo Gabo, de los amores de sus padres. Todo esto con el propósito de plasmar su propia visión de la costa Caribe, de cómo fue abandonada por el centralismo estatal.

Al principio nos ubica en el majestuoso río Magdalena, donde los caimanes se asolean en la orilla y las manatíes amamantan a sus criaturas. En el último viaje el río Magdalena ya es casi un fantasma, fiel testigo de los pueblos que fueron abandonados a su suerte.

Así las cosas, García Márquez nos cuenta con detalle muchos momentos de nuestra historia como país, de ese proceso de construcción de identidad, primero en oposición a la descolonización y luego con personajes perdidos en la nostalgia de un pasado glorioso, que buscan reconstruir la dignidad de una ciudad, del río, su interacción constante con el arte, la literatura, el cine y la necesidad de no estar condenados para siempre al ostracismo de la soledad.

En mí persiste la duda sobre el carácter mismo de la obra, pero creo que Gabo buscó retratar conscientemente sucesos históricos con la intención que él mismo afirmó en Los funerales de Mamá Grande: empezar a contar una historia antes de que lleguen los historiadores, para decirnos que nuestro presente es la prolongación de los errores del pasado.

@barcelonasilvo1

Sobre el autor o autora

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Social media & sharing icons powered by UltimatelySocial