DUALIDAD

Esa mañana, al mirarse en el espejo del pasillo de la entrada de su casa, se descubrió algo transformado. A él, un hombre tan insignificante que ni siquiera era observado para ser objeto de desprecio, a un lado de esa poquedad corporal le había surgido una mitad femenina… en extremo seductora. En su lado izquierdo tenía un seno, vestía falda corta y portaba una sandalia con algo de tacón. De su brazo ídem colgaba una cartera de mujer que, al parecer, estaba muy cargada, porque pesaba mucho. El hombre que hasta entonces era ínfimo, sintió que por fin las miradas se posarían sobre él.

Cuando ella se vio en el espejo del ascensor, se maravilló al constatar que de repente el lado derecho de su cuerpo era masculino. Ver esa parte de su fisonomía sin uno de sus pechos, la pierna de ese costado cubierta con un pantalón largo y ancho, y su pie vestido con zapato cerrado y sin tacón, que la hacían insustancial ante los ojos de los demás, le hizo sonreír. Esa sonrisa separada entre lo masculino y lo femenino que también delineaba su rostro, la llenó además de enorme satisfacción. De su brazo derecho pendía un maletín que al parecer estaba lleno de cosas, porque era muy pesado. Se dio cuenta de que la mujer que hasta ese día despertaba intensas pasiones en los hombres, hoy sería mirada de otra manera. Y eso le sedujo.

Uno y otra, con sus lados izquierdo y derecho alterados, se dirigieron a la estación de metro más cercana. Era un día laboral. El vagón donde se subieron no estaba recargado de pasajeros, porque ya había pasado la hora pico en la que todos los habitantes de la ciudad se dirigen al trabajo. Pese a que se sentaron uno frente a otra, no se veían porque los dos abrieron el periódico matutino para simular leerlo, mientras por el rabillo del ojo observaban hacia los lados para ver la reacción de los demás pasajeros al percibir la tan divertida mezcla de femenino y masculino instalada en un solo cuerpo.

Contrario a lo que esperaban, nadie reparó en ellos. Él, sin embargo, comenzó a descubrir dentro de su corazón la naturaleza en común que compartía con las mujeres. Y ella, a su vez, se dio cuenta de que hombre y mujer son dos mundos distintos que encuentran la razón de ser en su naturaleza como personas. Él, que ahora también era ella, observó que en esa aparente oposición corporal pesaba en realidad una forma de equilibrio necesaria para lograr la complementariedad indispensable a ambas partes. Ella, que ahora también era él, notó que en la dualidad de su ser se encuentra la unidad y que esta última es el privilegio del que gozan dos condiciones intrínsecas, supuestamente antagónicas.

Mientras sus mentes divagaban al sentir al otro en su mismísimo cuerpo, el metro se detenía en cada estación; subían y bajaban pasajeros que seguían sin ver nada especial en ninguno de los dos seres que habían amanecido con sexos unidos y separados en una misma figura. Cada uno de los dos pensaba que el día y la noche no podrían existir, o al menos llamarse así, si su contraparte no estuviera. Igual reflexionaban sobre la presencia en un mismo planeta de la tierra y el agua, del sol y la luna en el sistema solar, o de la luz y la sombra en el mundo de los humanos.

Los dos, mitad hombre y mujer y mitad mujer y hombre, creyeron oír en su mente una voz que les decía: “no caviles más. Esta dualidad que hoy por primera vez sientes en cuerpo propio, es simplemente la armonía que se requiere para que el otro pueda existir”. Cada uno escuchó la voz, pero ninguno entendió del todo o casi nada tan extraña frase. Cerraron el periódico que leían, vieron sus cuerpos fusionados y desglosados al mismo tiempo en lo femenino y lo masculino, pero tampoco -igual que los viajeros- advirtieron que hubiera algo extraordinario en el otro.  

Y cuando despertó, el otro ya no estaba allí.

OLGA GAYÓN/Bruselas

– La última frase es homenaje al cuento más corto de la literatura universal, de Augusto Monterroso.

– Desconozco a autor@s y model@s de esta magnífica imagen

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