Defensa y crítica del ateísmo militante

Por JORGE SENIOR

“Cada uno es libre de creer en lo que le dé la gana, es un asunto netamente personal”. Así podría expresarse un ingenuo liberal para referirse a las creencias religiosas y, de paso, criticar a los ateos beligerantes en las redes. La realidad es que ni los seres humanos son tan libres como postula el liberalismo ingenuo, ni las creencias religiosas son una mera cuestión de conciencia, ajena a la vida pública.

Que no son tan libres lo prueba el hecho de que durante milenios los seres humanos adoptaban, de manera general, la religión de la cultura en que se criaron, pues eran adoctrinados desde pequeños. Actualmente vemos que el adoctrinamiento infantil no ha cesado, lo podemos observar en la familia y en la escuela, que muchas veces los padres escogen bajo el criterio de identidad religiosa. Pero debido a la movilidad, las migraciones, las telecomunicaciones de todo tipo, ya los padres no pueden encerrar a los niños en una burbuja y estos reciben influencias diversas, una diversidad que va aumentando inevitablemente a medida que crecen. Por eso no es ya tan extraño que a la postre algunos jóvenes adopten creencias diferentes a sus padres. Como en otros campos de la vida social, el capitalismo ha creado un mercado de creencias donde la “libertad” consiste en escoger entre la variada oferta.

Que no es un mero asunto de conciencia privada, lo evidencia el impacto que las creencias religiosas siguen teniendo en la política, la legislación, la educación, la moral pública, las costumbres y valores. La religión no es un fenómeno íntimo, sino social. El oráculo Google me recuerda que “la palabra religión viene del latín religare, lazo, que quiere decir volver a ligar, unir, enlazar; es unir a los que antes estaban separados con el fin de formar una comunidad”. Más claro aún, si cabe, ese carácter social lo exhibe la palabra ‘comunión’.

Basta mirar la historia de la iglesia católica, apostólica y romana para evidenciar la permanencia y el poderío institucional del fenómeno. En pleno siglo XXI vemos en Colombia la cantidad enorme de colegios y universidades de carácter religioso, no sólo en el sector privado, pues colegios públicos se concesionan a organizaciones religiosas. Desde lo económico la importancia del sector se mide con los miles de millones de dólares que mueve. En la política reciente podemos ver el impacto de la creencia metafísica en los movimientos de Trump, Bolsonaro, el partido popular español o en el uribismo colombiano. Recordemos el plebiscito por la paz de 2016 en Colombia, donde triunfó el ‘No’ por mínimo margen debido a la manipulación religiosa perpetrada.

Todo lo anterior me lleva a la conclusión de que el liberal ingenuo se equivoca. La creencia religiosa no es un asunto individual, íntimo o personal, sino un asunto de interés público, relevante para la sociedad y para nada inocuo. Por tanto, el llamado ateísmo militante, que se organiza para incidir de una u otra forma en el asunto, tiene una razón pertinente y legítima para existir. Hay también organizaciones de laicos, de escépticos, de agnósticos, de humanistas seculares, que navegan en la misma onda, pero voy a referirme específicamente a los grupos de ateos. Mi crítica es muy distinta a la del liberal ingenuo, puesto que comparto la necesidad de la deliberación pública sobre las creencias. Trátese de fake news, supersticiones, pseudociencias, pseudoteorías conspiranoicas, religiones u otras creencias de tipo mitológico, todas son aparatos distorsionadores de la realidad y, por ende, factores de confusión y alienación. Lo acabamos de vivir en la pandemia. Y para rematar, ahora, con las nuevas herramientas de simulación por medio de inteligencia artificial, ya se habla en el ámbito filosófico de la “desaparición de la realidad”. Fácilmente las nuevas generaciones crecerán en un estado de alienación total, incapaces de determinar qué es real o auténtico y qué no.

No obstante, los grupos de ateísmo militante se equivocan, en mi concepto, tanto en la táctica como en la estrategia.

La pugnacidad excesiva, la burla, el choque frontal, el ataque a la persona (falacia ad hominem), la provocación, no son la mejor manera de convencer a alguien. Por el contrario, resultan contraproducentes. La guerra de memes y opiniones es el típico pasatiempo inútil de los grupos de ateos y creyentes. No hay deliberación seria. Es un círculo vicioso, pues el debate allí no es un proceso que se desenvuelve hacia un fin, sino algo más parecido a un hámster en la rueda. Los grupos más exitosos en número de miembros, con cientos de miles de internautas, son los más ligeros y frívolos.

Otro error que cometen estos grupos es que se enfocan casi totalmente en la mitología bíblica y en debates importados como el del creacionismo, es decir, en el cristianismo fundamentalista que tiene su epicentro en el bible belt de Norteamérica. Ese debate de bajo nivel fue superado hace un siglo, excepto en EEUU. Tras la Alianza para el progreso en el período de Kennedy sobrevino una especie de invasión de sectas protestantes, aquí llamadas evangélicas, y ahora pululan en nuestro medio latinoamericano las visiones dogmáticas que niegan la evolución y asumen de modo literal el texto bíblico, aprovechando que nuestro sistema educativo es notoriamente deficiente. Hemos importado un problema típicamente gringo. Ni el catolicismo, ni algunas corrientes protestantes serias, como los presbiterianos o los anglicanos, caen en esa actitud anticiencia. Pero centrarse en ese debate superado y distractor es cometer el mismo error en que incurren los escépticos cuando se dedican a confrontar el terraplanismo, una creencia inocua por lo absurda, descuidando temas más vitales como los antivacunas o los antitransgénicos.

Podría seguir enumerando errores tácticos del ateísmo militante, pero el meollo es la falla estratégica de no investigar y desactivar las causas del fenómeno religioso. Hace un siglo los liberales entendieron que la clave era la educación secular y promovieron colegios y universidades libres. Pero terminaron claudicando, cooptados por el conservatismo y la politiquería. La misión estratégica del ateísmo militante progresista debería ser el fomento de la educación científica, a sabiendas de que no es suficiente la divulgación y que es preciso reformatear el sistema educativo para que la sociedad supere la etapa primitiva del pensamiento mágico.  

@jsenior2020

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