Crítica constructiva al discurso de Petro en París

Por JORGE SENIOR

El discurso de Petro en la ciudad luz, cuyo análisis interpretativo hicimos en la pasada columna, es tal vez su ejercicio teórico más importante desde que es Presidente de la República. Sus intervenciones en las Naciones Unidas y en la COP 27 quizás son más importantes desde el punto de vista práctico, pues conllevan propuestas y van específicamente orientadas a la dirigencia internacional. En cambio, en la capital de Francia, Petro se sintió más libre hablando ante estudiantes de ciencias políticas y pudo incursionar sin restricciones en la elaboración teórica que lleva en curso, una tarea que desafortunadamente realiza en solitario, con los peligros que eso conlleva.

Gustavo Petro es un líder bien intencionado, que prioriza el bien común y por ello, ante la inminente crísis climática predicha por la comunidad científica, considera deseable acelerar la transición energética. Siente angustia ante la catástrofe que se cierne sobre la civilización y se exaspera ante lo que él llama “las reticencias” de los políticos y de los actores económicos.  Sin embargo, ya es un gran logro que el debate con los negacionistas sea marginal, salvo en el polarizado Estados Unidos, y que la discusión hoy se centre en el ritmo de la transición.  Es decir, hay ya un amplio consenso sobre la necesidad de la transición energética. 

El punto ahora es la velocidad del cambio y ese es un asunto de números. ¿Transición en 10 años, en 20, en 30?  Desafortunamente en el discurso de Petro las cifras, los datos, suelen ser escasos o ausentes. Los dardos contra la matemática que a veces suelta el presidente son improcedentes. De hecho, la evidencia del calentamiento global no son los huracanes ni las inundaciones, como muchas veces se afirma, sino los modelos y las estadísticas a lo largo de décadas sobre promedios de temperatura y de gases efecto invernadero (GEI) en la atmósfera, pues es necesario probar que no se trata de una fluctuación episódica sino de una tendencia retroalimentada.

Precisamente la gran dificultad en educar sobre el cambio climático es que las causas del problema están en el pasado y el presente pero sus efectos catastróficos apenas se avizoran en la predicción del futuro.  De ahí que para la mayoría de la gente es un problema casi invisible, por lo que algunos ambientalistas caen (caemos todos de vez en cuando) en la falacia de mostrar como evidencia eventos climáticos puntuales presentes en las noticias.  Y cuando esos efectos ya se hagan presentes entonces será demasiado tarde para actuar.  Es un problema desafiante porque su comprensión cabal exige alto nivel educativo.

En París, nuestro presidente progresista cayó en el irónico error de afimar que hoy vivimos peor que antes, lo cual es falso. Y cuando trató de ejemplificar y aterrizar la idea empezó a hablar del futuro, de nuestros hijos y nietos.  En este tema no se puede ser impreciso, pues se puede uno convertir en una caricatura como profeta del desastre.

Si dejamos a un lado los sectores negacionistas, el fondo del debate es sobre la estrategia de solución.  Hay dos posibilidades, una científico-tecnológica y otra sociopolítica.  La primera es el recambio tecnológico a energías limpias (incluyendo la nuclear) y la otra es la transformación del modo de vida capitalista tradicional hacia un nuevo modelo de sociedad que no se sabe bien cómo sería. Las dos vías no son excluyentes. 

Creo que Petro acierta cuando prevé que, en la lógica capitalista, las innovaciones tecnológicas dependerán de la rentabilidad de las nuevas tecnologías para que derroten a la economía fósil en el mercado. Pero él no ha probado que esa posibilidad sea descartable. Es muy posible que pueda darse, pero nadie sabe cuánto pueda demorar.  En todo caso, Petro podría estar subestimando la capacidad de adaptación del capitalismo, lo cual tiene que ver con las fuentes teóricas de la cual bebe (él tiene un marcado sesgo afrancesado).  Lo cierto es que en el caso del hueco de la capa de ozono, el capitalismo mostró su capacidad de reconversión industrial.

Frente a la segunda posibilidad, ya el socialismo estatista se quemó en el siglo XX como alternativa al capitalismo.  Se exploran nuevas posibles alternativas como el decrecimiento, el ecosocialismo, utopías indigenistas y otras, pero ninguna de estas teorías en ciernes se ha consolidado, ni siquiera teóricamente.  El asunto luce más dudoso cuando Petro propone regresar a la economía política del siglo XIX.  Una verdadera ciencia suele progresar incluso a ritmos crecientes. Loas a teorías pasadas se le escuchan sólo a los “teslalovers” (fanáticos del mito de Tesla), los homeópatas y freudianos (pseudociencias ambos) o a marxistas dogmáticos fosilizados en los años 70.  Esa defensa de la teoría clásica del valor-trabajo a estas alturas deja mucho que pensar. La invitación al debate y la investigación que hizo en París muestra un tono no dogmático, pero la información de que piensa tirar línea en un libro sin haber desplegado antes la deliberación pública, sí preocupa.

Igualmente las referencias equívocas a la segunda ley de la termodinámica, la entropía. El entendimiento de la entropía hoy no es como en la época de Georgescu (1971). Por ejemplo, Petro parece desconocer que la vida es un acelerador de la entropía. Y la civilización humana lo es aún más. O que el Sistema Tierra no es un sistema cerrado. Si Colombia va a ser una potencia mundial de la vida, entonces también va a ser una potencia mundial de la entropía. Y las alusiones a la muerte térmica del universo no vienen a cuento, están completamente por fuera de nuestro horizonte histórico.

En todo caso afirmar que la acumulación de CO2 en la atmósfera es un reflejo de la acumulación de capital es una tesis que debe ser probada y ello no se logra citando a Marx.  El problema del CO2 es producto de un determinado tipo de tecnología de la primera y la segunda revolución industrial.  Por ejemplo, la Unión Soviética, con otras relaciones sociales de producción, contribuyó al problema al industrializarse con la vieja tecnología. Y al revés, una sociedad capitalista que supere esa vieja tecnología contaminante, contribuiría a la solución.  Sin embargo, hay que admitir que el capitalismo es muy racional en lo micro, pero en lo macro le cuesta mucho superar la irracionalidad del mercado. 

Hay buenas razones éticas para desear una sociedad postcapitalista. Pero la ética también nos impone ser responsables para que el remedio no sea peor que la enfermedad (aprendamos del siglo XX). Y la visión moralista romántica es más propia de hippies que de un líder que reivindica el pensamiento científico racional.

Hasta aquí la pluma, mas queda mucha tinta en el tintero…

@jsenior2020

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