Crisis ambiental: creer en la humanidad se volvió tarea imposible

Por GERMÁN AYALA OSORIO

La globalización económica metió a millones de seres humanos en un solo proceso civilizatorio, unívoco y violento con aquellos pueblos o comunidades que habían establecido relaciones sostenibles y respetuosas con la naturaleza. Y por supuesto, esa globalización económica puso sus criminales ojos sobre los ecosistemas.

Hoy millones de seres “humanos” deambulan en medio de una generalizada desesperanza, en virtud de los retos del cambio climático, los daños psíquicos dejados por la pandemia del Covid 19, los terremotos, los conflictos armados, las guerras internacionales, trayendo como consecuencia en muchos hasta la pérdida del sentido de la vida.

Enrique Leff y otros hablan de una crisis civilizatoria. Pepe Mujica en la Cumbre Río + 20 habló de una crisis política, negando la ecológica. Creo que lo que hoy vive el mundo, en particular el occidental, es una crisis de credibilidad en lo humano que, extendida a los ámbitos de la política, la economía y al Estado como forma de dominación universalmente aceptada, se convierte en un problema insalvable. Antes hablé de una crisis humana-ambiental.

Dejar de creer en lo humano es poner en crisis la idea de felicidad que vendieron quienes creyeron a pie juntillas en el desarrollo económico, en el progreso resultante del afianzamiento de todas las actividades humanas encaminadas a someter a la naturaleza y con estas, a quienes de manera temprana se opusieron a todo lo que implicara someter y transformar a los ecosistemas naturales. La incredulidad en lo humano también pasa por aceptar que habitamos un mundo contingente y por lo tanto riesgoso. Los riesgos se acrecientan por la aviesa condición humana de la que se puede esperar lo peor, pero también lo más sublime.

“El movimiento del progreso -siempre entrelazado de forma polifónica con el nunca ausente movimiento en dirección opuesta- alcanzó su primer auge más o menos entre 1750 y 1850. Luego un movimiento contrario complementario fue ganando terreno paulatinamente, al menos en los Estados nacionales industriales más desarrollados. Al fervor con frecuencia dominante de la creencia en que el desarrollo de la humanidad iba a tomar con necesidad inmanente la dirección del ascenso hacia un presente o hacia un futuro mejor, es decir, la dirección del progreso, le siguió- como una especie de oscilación dialéctica- como expresión de un optimismo ingenuo. El solo uso del concepto de progreso se tornó sospechoso. En los países industriales relativamente más desarrollados se ha dado, especialmente en el siglo XX, un consenso casi general en el sentido de que la fe antaño predominante en la inevitable mejora de las condiciones de la vida humana había sido refutada, tanto por el crecimiento del conocimiento como por el curso real de la evolución de la humanidad. Lo peculiar de sociedades humanas al fin y al cabo se ha hecho posible gracias a la naturaleza del hombre.  Hoy en frecuencia se pasa por alto que en el pensamiento contemporáneo la extraordinaria agudeza de la distinción entre el hombre y la naturaleza radica en las diferencias no planeadas entre el nivel de desarrollo de las ciencias naturales y el de las ciencias humanas. Así, los hombres del siglo XX atribuyen con alguna frecuencia su malestar de la cultura al desarrollo de las ciencias naturales y la tecnología que habrían conducido a la invención de armas nucleares o a los daños del medio ambiente, en vez de atribuírselos a sí mismos, es decir, a las sociedades que ellos conjuntamente constituyen…. La degeneración del medio ambiente tampoco es un problema de las ciencias naturales, se trata de una cuestión social y por tanto de un problema para las ciencias sociales”. (Elias, N. Hacia una teoría de los procesos sociales, p. 145).

Descreer de lo humano expone a hombres y mujeres a vivir en las inercias de una vida azarosa, fundada en un individualismo generalizado que hace inviable cualquier reconvención destinada a que estos hombres y mujeres actúen de manera solidaria y empática con los que sufren o con aquellos que insisten en alejarse de las lógicas del consumo y de los dispositivos  y narrativas que de manera artificiosa les venden una idea de felicidad construida en los laboratorios de publicidad y replicada en los medios masivos de comunicación, en las redes sociales, en especial en Instagram y Facebook.

Al tiempo que se consolida la incredulidad y la desconfianza en lo humano, emerge un posthumanismo fundado en la IA (Inteligencia Artificial), hecho que no solo confirma el crecimiento de las suspicacias entre los seres humanos, sino que además expone la posibilidad de dar vida a un “nuevo ser” que, desprovisto de estructuras morales y éticas, confirme que las crisis ecológicas, políticas y de credibilidad tan solo fueron etapas por las que el ser humano debió pasar para llegar a ese estadio de inhumanidad que estuvo forjando desde el preciso momento en el que triunfó la razón y se erigió como la especie dominante.

@germanayalaosor

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