Por GERMÁN AYALA OSORIO
Bajo una inocultable crisis de la política y de los partidos políticos, y en medio de una consolidada desconfianza de los ciudadanos en los políticos profesionales, las coaliciones interpartidistas fungen hoy como “filtros” de los cuales saldrían los candidatos menos malos del Establecimiento, para enfrentar al único candidato presidencial al que varios agentes del régimen le temen: Gustavo Francisco Petro Urrego.
Dedicaré esta columna a tratar de examinar a las coaliciones de la Esperanza y la de Experiencia. Empezaré por esta última. De esta hacen parte David Barguil, el mayor ausentista del Congreso. Un godo a quien el país político y mediático lo reconoce como “perezoso”, a raíz de acumuladas incapacidades médicas con las que logró evadir sus responsabilidades como congresista. En su caso particular, no es claro de qué puede servir su experiencia como congresista ausente. Acompañan a este “incansable” congresista la exgobernadora del Valle del Cauca, Dilián Francisca Toro; el exministro de Hacienda, Juan Carlos Echeverry; el exalcalde de Bogotá, Enrique Peñalosa; y el exalcalde de Medellín, Federico Gutiérrez. Los cuatro últimos, señalados por actos de corrupción y múltiples investigaciones. Sean o no simples señalamientos, lo cierto es que sus experiencias como administradores de lo público no les alcanza para que sean asumidos como opción de cambio. Y más engañoso se torna el nombre de esta Coalición, al advertirse la llegada de Alex Char, un uribista consumado.
El nombre dado a la Coalición poco les ayuda a los cinco. Algunas de las preguntas que deberían hacerse los electores, son las siguientes: ¿Qué cambios sustanciales logró cada uno de ellos durante su paso por los cargos públicos que desempeñaron? ¿De lo realizado, qué ayudó al mejoramiento de las condiciones de vida de quienes estuvieron bajo su orientación política? Estas preguntas confrontan de manera directa a los exalcaldes y a la exgobernadora. Cualquier examen al exministro Echeverry tendrá que hacerse desde su condición como defensor del neoliberalismo.
Así, sus experiencias solo son garantía para aquellos agentes económicos que los ven como obedientes ejecutores de decisiones de política económica que seguirán beneficiando, en exclusiva, a quienes hagan parte de los negocios y de las relaciones público-privadas, orientadas estas por la perversa puerta giratoria y el histórico ethos mafioso (clientelar). El país no puede olvidar que los cinco de esta Coalición fueron o son declarados seguidores de Uribe Vélez y de sus políticas y acciones. Ese pasado pone aún más en entredicho sus experiencias como agentes estatales.
Ahora pasemos a la Coalición de la Esperanza. El nombre, aunque sugestivo, representa más bien un grito ensordecedor que sale de reconocer que todo lo hecho y lo actuado, por ellos mismos, así sea por omisión y otros, por acción, llevó al país a un estado de postración y de crisis generalizada que no se puede ocultar más. Y no por cuenta del estallido social y las movilizaciones de 2021, sino porque los mismos integrantes de la Coalición de la Esperanza reconocen tardíamente que poco o nada hicieron en el pasado para frenar la actual crisis y los graves problemas de viabilidad fiscal que el Estado enfrenta.
De esta Coalición hacen parte figuras prominentes figuras como Juan Fernando Cristo, Sergio Fajardo, Juan Manuel Galán, Jorge Enrique Robledo y Humberto de la Calle Lombana. Alejandro Gaviria llegará momentáneamente a hacer parte de esta Coalición, a la espera del tipo de acuerdos a los que lleguen y de los mensajes que reciba de aquellos poderosos agentes económicos del establecimiento que quieren ponerlo en la Casa de Nariño.
Estos otros cinco, igual que los representantes de la Coalición de la Experiencia, tienen que asumir responsabilidades políticas por haber acompañado, por acción o por omisión, el proceso de deterioro de lo público y la captura del Estado por parte de agentes privados y la operación mafiosa de todo lo que compromete el andamiaje estatal.
Y de la misma manera como en la Coalición de la Experiencia hay admiradores y fieles seguidores de lo que se conoce como el uribismo, de la Coalición de la Esperanza hace parte uno de los más grandes admiradores del sub judice Álvaro Uribe Vélez: Sergio Fajardo Valderrama. Los demás deben lidiar con el miedo o el respeto que sintieron o aún sienten por el hijo de Salgar.
Ambas Coaliciones representan más de lo mismo. La experiencia de los primeros no les da para ser los faros morales con los que se vislumbre y se haga posible cambiar lo que en Colombia ha estado históricamente mal. Y aquellos que se presentan como la Esperanza, su pasado dentro del Estado tampoco les da para que la opinión pública y el electorado los asuman como los únicos agentes de cambio, para sacar al país del atolladero en el que se encuentra.
Lo cierto es que los nombres de estas Coaliciones devienen con una alta carga eufemística, que en lugar de atraer a los millones de colombianos que hoy reclaman cambios sustanciales en la forma como opera el Estado, los hacen dudar de la seriedad de los propósitos y de los acuerdos a los que lleguen. De igual manera, los “apellidos” Esperanza y Experiencia resultan exagerados y engañosos, no solo por el pasado individual de cada de sus miembros, sino por la cómoda inercia de la que todos han participado.
Mientras los agentes de estas dos Coaliciones se esfuerzan para llegar unidos a las elecciones de marzo de 2022, Gustavo Petro llena plazas y lidera las encuestas, circunstancias estas que no solo lo exponen como un fijo candidato presidencial, sino como el único comprometido con sus electores en la titánica tarea de recomponer las correlaciones de fuerza al interior del actual régimen de poder.
De otro lado, entre el Centro Democrático y las huestes uribistas se nota el desespero de sus principales fichas. Intentan engañar nuevamente exponiéndose como opción de cambio. Ahora la Cabal, la Paloma y el Zuluaga quieren acabar con la pobreza y la corrupción, cuando en buena medida desde esa secta-partido se auparon las decisiones administrativas y las políticas que llevaron al aumento del desempleo, la pobreza, la indigencia, la naturalización del clientelismo y la corrupción público-privada.
Mientras ellos mismos cuentan las horas para que su desastroso experimento -llamado Iván Duque Márquez- abandone la Casa de Nariño, siguen insistiendo en asustar a incautos e ignorantes con el cuentico del castrochavismo y la conversión del país en Venezuela o Nicaragua.
@germanayalaosor