Querida vicepresidenta: He tenido la fortuna de estar en dos oportunidades en Ruanda, compartiendo con mujeres sobrevivientes de violencia sexual, víctimas de la barbarie de ese nefasto abril de 1994, cuando el odio de todos los sectores confluyó en el intento de eliminación del pueblo Tutsi por parte de los Hutus.
El lazo que hice con todas estas valientes me llevó a estudiar y enfatizar con especial interés en la fortaleza espiritual de las mujeres africanas. De las mujeres negras. En junio del 2014, cuando fui nombrada asesora de la Iniciativa Mujeres Nobel de Paz, me dieron el honor de dar el discurso de apertura en la Cumbre Global para poner fin a la Violencia Sexual, en Londres, e intenté transmitir lo que esas ruandesas seguían batallando para asimilar el dolor, el trauma y la tragedia que por más que se quiera, es difícil que se aleje.
E intenté unir ese testimonio al de las sobrevivientes colombianas, distantes miles de kilómetros de Ruanda, ubicadas en territorios profundos y olvidados del Pacífico, pero corajudas y aguerridas como las lideresas de Nyamata, una población del oriente del país africano, donde en un solo día violaron y asesinaron a más de dos mil mujeres y niñas.
Quise poner en mi voz la fuerza de ellas, de las de aquí y las de allá, porque su valor era y es hoy, la motivación para millones. Al final del evento, tres mujeres negras se me acercaron y una de ellas me increpó con voz fuerte: “Ey, tú, ¡mujer blanca!”. Quedé paralizada y lo primero que pensé es que había sido impertinente al intentar hablar en nombre de ellas.
“Pensamos que ibas a dar un discurso de lástima con nosotras, y lo que vi y sentí fue la voz potente de una mujer negra, en el cuerpo pequeño de una blanca. ¡Gracias!”, me dijo firme y con un tono de voz alto. Yo me abracé a ella y aún hoy, al recordar el episodio, vuelvo a llorar como ese día.
Ella, Ágnes, me ratificó que cuando se trata de reivindicar derechos el color de piel, la estatura, la raza, la procedencia, la condición social o las creencias pasan a un segundo plano. Me recordó la necesidad de caminar al lado de y no delante de; me enseñó que nunca se debe pretender ser la voz de alguien, y propender por potenciar la voz de alguien. Me recordó que la única forma de dar el paso para cambiar realidades es intentar encontrarse en las diferencias y no en las similitudes, porque el reto es cohabitar entendiendo que somos diferentes.
Ágnes me llevó nuevamente al principio básico de escuchar, para luego discernir y apoyar o apartarse. Todo lo anterior, creo yo, son principios básicos para construir un cambio que las mujeres colombianas, la comunidad LGTBIQ+ y las personas con discapacidad y los niños, queremos encontrar en el Ministerio de la Igualdad y la Equidad.
Una entidad soñada por muchas, muchos, y con otro número considerable de detractores. Un ministerio, que aún no ve la luz porque está en plena construcción, pero ya recibe el látigo inclemente de quienes creen que es mucho presupuesto para atender a las mujeres. Lo que es necesario escuchar, para luego discernir es, en verdad, cuánto presupuesto ha habido para las mujeres en la historia de Colombia.
Así que, apreciada Francia, la historia le ha dado la oportunidad de materializar un reclamo colectivo y necesario para todas. Para las feministas que por décadas han luchado por darnos un espacio en la sociedad, y los nuevos colectivos feministas del siglo XXI, pero también para las mujeres que no se consideran feministas.
Para las negras de cada rincón del país, las indígenas y las empresarias. Para las mujeres campesinas y las que están en situación de prostitución, así como las abolicionistas. Aquí deben estar todas. Y hoy, en su voz, vicepresidenta, quiero sentirme como Ágnes, cada vez que usted argumente la necesidad del Ministerio.
Por eso, públicamente, quiero agradecerle que me haya tenido en cuenta para ser su viceministra de la Mujer. Es una distinción. Pero también soy consciente de que aún hay mucho por hacer desde los medios de comunicación. El camino es largo y quiero seguir caminando a su lado, desde lo que me ha salvado la vida: el periodismo.
Mi compromiso con usted y con las mujeres no tiene reversa. Y el país debe entender que el mundo hoy reclama equidad e igualdad y eso tampoco debe tener un minuto de duda. ¡Gracias!
@jbedoyalima