Calidad educativa y pensamiento crítico

Por JORGE SENIOR

¿Habrá una revolución educativa en Colombia antes del 2026?

Todo indica que no. Por lo menos, no se vislumbra en el horizonte. Durante la campaña electoral el actual presidente presentó propuestas de aumentar la cobertura de la educación universitaria e incluso llegó a plantear la utopía de universalizar la educación superior. Pero prácticamente no tocó el punto crucial de la problemática educativa en Colombia, que no es la cobertura sino la calidad, especialmente en la educación básica y media.

En campaña eso parecía lógico, pues la ampliación de cobertura con apertura de nuevos cupos, apoyo a la universidad pública, creación de nuevas universidades (sobre todo en sectores donde no había), oportunidades educativas para militares y policías, eran banderas atractivas y capaces de sumar votos. En contraste, un tema complejo como la calidad educativa no resulta tan seductor y además conlleva conflicto con Fecode, un sindicato miope que acolita la mediocridad y que ha abandonado las banderas del movimiento pedagógico de hace algunas décadas.

De todos modos, cabía la esperanza de que ya en el gobierno el tema de la calidad educativa se tornase relevante en la política pública. Las afirmaciones de Gustavo Petro indicando que la educación era un tema prioritario y el nombramiento de un intelectual ateo y humanista secular como Alejandro Gaviria, alimentaron esa esperanza en los primeros meses de gobierno. Pero la salida sin pena ni gloria del exrector de la Universidad de los Andes y la priorización de una agenda reformista que no incluye la educación, han ido desinflando esa expectativa.

El perfil de la actual ministra, Aurora Vergara, egresada de la misma facultad que el autor de esta columna, parece muy adecuado para liderar procesos de inclusión, mas no hemos visto señales de una preocupación por el tema de la calidad. No obstante la opinión pública no tiene por qué estar condenada a la pasividad y desde los diferentes espacios, los ciudadanos podemos impulsar la deliberación y el análisis sobre la deplorable calidad de la educación colombiana en todos sus niveles.

Julián de Zubiría es un referente líder en los temas educativos. Comparto algunos aspectos de su visión, pero no su excesivo apego a la pedagogía como panacea, cuando está demostrado que la cualificación de docentes en pedagogía no ha servido para mejorar la calidad de la educación. Que la pedagogía está sobrevalorada es algo que ya he desarrollado en esta columnas (ver por ejemplo aquí).

En mi opinión el meollo del problema y de su solución está en las Facultades de Educación. La mayoría de estas facultades está en universidades públicas, así que el gobierno sí podría tener incidencia en esos centros formadores de formadores. Es desde las facultades de educación que se puede desplegar una verdadera revolución educativa en nuestro país, transformando de modo radical la manera como se preparan las nuevas generaciones de docentes. Es preciso hacerlo porque las Facultades de Educación han fracasado, pues ni en pregrado ni en posgrado forman a los maestros en cosmovisión científica y pensamiento crítico. Voy a decirlo crudamente, aunque me gane algunas desavenencias: la mayoría de los docentes colombianos en educación básica y media no son intelectuales ilustrados, sus bases disciplinares son endebles y aunque tengan mil cursos y discursos pedagógicos en su cabeza, no están preparados para protagonizar una revolución educativa en Colombia.

Siempre que se plantea esta discusión, surgen los alegatos sobre los malos salarios, la precaria infraestructura escolar, las lamentables condiciones del entorno en los barrios populares de las ciudades y en las zonas rurales y, en fin, todo el acumulado de vicisitudes que atraviesan discentes y docentes en sus vidas cotidianas. No son simples pretextos. Qué duda cabe que ninguna revolución educativa será posible sin transformar esos contextos. Pero ello no impide que se enfoque el problema de calidad en el docente. Fecode se opone a la evaluación docente, privilegiando su estrecho rol sindical defensivo por encima del interés del conjunto de la sociedad. Es un error. La evaluación es necesaria para que el docente se actualice, se cualifique, profundice su conocimiento científico y adquiera y desarrolle las competencias de pensamiento crítico. Desafortunadamente, sin la presión de la evaluación no lo hacen, debo decirlo con conocimiento de causa. Nada me agradaría más que estar equivocado.

Una revolución educativa no es tanto un asunto de nuevas leyes o reformas tramitadas en el Congreso de la República. El Ministerio sí puede jugar un rol revolucionario mediante la política pública irradiando los lineamientos generales e incidiendo en las facultades de educación. Pero la clave es un docente de nuevo tipo capaz de reformar los currículos escolares a través de los proyectos educativos institucionales, por ejemplo, superando su fragmentación y la ausencia de cosmovisión del siglo XXI.

Además de las competencias blandas, el pensamiento crítico debe ser eje medular de la construcción de ciudadanía en niños y jóvenes. Aprender a aprender, a pensar, a razonar, a argumentar, a detectar sesgos y falacias, a distinguir la verdad de la mentira y la fantasía, son capacidades que siempre han sido importantes. Pero hoy, con internet y redes sociales desaforadas en la circulación de basura, fake news, pseudociencias, pseudoteorías conspirativas y una amplia gama de oscurantismos de todo tipo, esas capacidades son fundamentales para ejercer la ciudadanía en democracia. Tanto más cuando en esa misma internet se encuentran las mejores elaboraciones de la humanidad en artes, ciencias y realizaciones del potencial humano. Herramientas recientes como chat GPT y otros programas de inteligencia artificial que están proliferando, elevan aún más la exigencia de entrenarse en pensamiento crítico.

¿Y qué es exactamente el pensamiento crítico? Ese concepto se ha convertido en una muletilla en boca de todo el mundo en el ambiente educativo. Es hora de precisarlo. Así que ese será el tema de mi próxima columna, aquí en El Unicornio.

@jsenior2020

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