Boric y el deleite de asistir al fin de una dictadura

Por SANDRA GARCÍA

“Ningún cambio estructural se logra de la noche a la mañana. La radicalidad no está en quién grita más fuerte, ni en quién más adjetivos pone a sus oraciones, o cuántas esdrújulas pone en sus discursos. La radicalidad está en la capacidad de convocatoria, en hacer sentido a grandes mayorías sostenibles en el tiempo, y que haga de las reformas grandes consensos en la sociedad que nos permitan una vida más justa”. Gabriel Boric

Con estas emotivas y claras palabras se dirigió este jueves 13 de enero el electo presidente de Chile, Gabriel Boric, a los empresarios chilenos, en uno de los eventos económicos más importantes de este país. Su discurso pretende dar un parte de tranquilidad económica y política a tan poderoso sector, en parte temeroso y en parte irritado frente al nuevo gobierno de izquierda. Un discurso que no pasó por alto asuntos fundamentales como la redistribución de la riqueza y el crecimiento económico con conciencia ambiental.

Como el mismo Boric dice, “ningún cambio estructural se logra de la noche a la mañana”. Chile atravesó momentos muy difíciles para llegar al punto actual. Desde la caída de Allende mediante la usurpación del poder ejecutado por el general Augusto Pinochet, el país austral ha estado sometido a una dictadura primero directa y luego indirecta, que sólo vino a sucumbir de manera definitiva con los recientes estallidos sociales.

El sabor amargo del golpe de Estado con la consecuente instalación de la dictadura, permaneció por generaciones: una constitución basada en el totalitarismo, afín al neoliberalismo norteamericano ejercido con la práctica brutal de la violencia que llevó a miles de ciudadanos a ser torturados en las prisiones o ser ejecutados, familias disueltas, exilios políticos y un sinfín de atrocidades, muchas de las cuales aún no han salido a la luz. Así fue la implementación del neoliberalismo en Chile.

Después de 17 años de dictadura, en1989 se realizó un plebiscito que les daría supuestamente la libertad y la democracia. Chile se abrió a elecciones tras la derrota de Pinochet en plebiscito popular, dando como primer presidente a Patricio Aylwin y años más tarde a la primera mujer presidente de Chile (no muy querida por Álvaro Uribe) Michelle Bachelet. Después del segundo periodo de Bachelet es que llega el empresario Sebastián Piñera al poder… y con él la revuelta popular.

En 2020 el pueblo chileno estaba a punto de reventar, junto con la caída del modelo económico neoliberal, un modelo fallido que solo aumentó la pobreza y la brecha económica, un modelo quizá nauseabundo pero que permanecía vivo, vigente como piedra en el zapato, porque habitaba en el pilar democrático: la Constitución que había dejado el régimen de Pinochet.

Un grupo de mujeres adolescentes tomó un día la decisión de la desobediencia, saltando los torniquetes del metro sin medir las consecuencias de lo que vendría después. Fue el detonante de una revolución social, un estallido popular, el despertar de un pueblo sometido, la resistencia, un movimiento rebelde joven pero imbuido de una formación política muy madura, tan madura que condujo por primera vez en 50 años a poner en la presidencia a un candidato de izquierda. No de centro ni de centro-izquierda, no señores: de izquierda.  

La historia cada cierto tiempo nos demuestra que ningún dictador es eterno. El estallido popular chileno no sólo sacudió los cimientos institucionales, además es ejemplo o motivo de inspiración para que la juventud colombiana se fortaleza en su lucha contra la tiranía y el modelo económico impuesto por el uribismo.

En este sentido, el triunfo de Boric brindó perspectiva y herramientas, fortalezas e ilusiones para cambiar el rumbo y darle un mejor futuro a Colombia. Chile nos dio la satisfacción de presenciar el fin de una dictadura a manos de su propio pueblo, nos demostró que sí es posible. Ningún régimen totalitario es eterno, siempre llegará el punto de declive, llegará la vejez, un cambio de época o, como como en ciertas dinastías, la subida al poder del más inútil que acabará con su propio reinado.

O como dijo el padre de la dialéctica universal, el filósofo alemán Friedrich Hegel: “todo sistema engendra la semilla de su propia destrucción”.

@ladytron26

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