Por SANDRA GARCÍA
Aproximándose octubre llega el muy esperado Halloween, una celebración contracultural en un país religioso y mojigato como Colombia. Mi familia optó por el estudio de la Edad Media como tema principal, lo cual me adentró en la mitología nórdica, llevándome una gran sorpresa: el regreso del paganismo.
Neopaganismo es el nombre de esta tendencia espiritual que cada vez toma más fuerza, de algún modo una religión y en otros casos una filosofía que pretende revivir las viejas tradiciones, ritos y dioses nórdicos que fueron desterrados y sepultados con la llegada del cristianismo. Aunque el resurgimiento empezó en Europa, hoy se encuentra en todo el mundo, incluso en el país del Sagrado Corazón.
El neopaganismo busca un acercamiento con la naturaleza, una espiritualidad profunda e individual, el respeto al prójimo y su diversidad. Pero su base no es exclusivamente la cultura nórdica, pues también procuran revivir las religiones que había antes de la llegada del cristianismo. Algo fascinante.
La desilusión y rechazo por las religiones monoteístas ha llevado a millones de personas a buscar espiritualidad fuera de ellas. Sin dejar de anotar que las tres religiones monoteístas (cristianismo, judaísmo e islamismo) han causado un daño irremediable a la humanidad, no sólo en lo político, intelectual y económico, también en el autoconcepto del ser humano desconectado de la naturaleza.
El cristianismo, el islam y el judaísmo escalonaron al ser humano a una figura de “semidiós”, un antropocentrismo que sigue vigente: los hijos de “dioses” reflejados en su egoísmo, avaricia y desprecio no solo por la naturaleza, también por los demás seres humanos. Los “bendecidos por la Virgen María, “el pueblo elegido” de Yahvé, en fin. Portando además discursos violentos, clasistas, gregarios, incluso genocidas contra los que no siguen a su “único dios verdadero”.
Al separar y negar nuestro origen y naturaleza biológica hemos ayudado a la destrucción del planeta. No sabemos asumir una relación sana y equilibrada con lo que nos rodea, no nos comprendemos como seres naturales. Muchas religiones paganas y originarias fueron destruidas por los monoteístas, aniquilando también algo muy valioso: nuestra conexión con la naturaleza y el respeto por los ecosistemas donde habitamos.
Existe una realidad biológica indiscutible: pertenecemos al reino animal. Por más espiritual que usted sea, la necesidad física y mental de tener contacto con la naturaleza es inevitable; su perro o la cantidad de plantas que compró en pandemia, son la muestra de que los seres humanos en nuestra genética tenemos un vínculo inevitable con ella.
Este nuevo modelo espiritual pretende acercar al ser humano con la naturaleza, ayudar en procesos ecológicos que necesitamos con urgencia, revivir creencias anteriores a la colonización religiosa. Yo espero que no se conviertan en otro grupo de fanáticos, pues para llegar al fanatismo solo se necesita una ideología.
En mi condición de atea, soy consciente de que la espiritualidad individual ayuda a algunas personas a superarse y a sobrellevar lo difícil de la vida. Mucha gente no es capaz de afrontar la realidad sin el filtro -o la supuesta “ayuda”- de Dios y no debe molestar al resto de los congéneres, siempre y cuando sea un asunto personal, que no pretendan imponerlo a otros de manera violenta, política, social o económica.
El concepto de Dios está ligado al ser humano no porque exista como tal, sino por la misma imaginación y necesidad humana. Vivir es bastante fuerte, duro, incluso agotador. Revivir viejas creencias no suena descabellado, resucitar a Odín no es cosa de orates.
Llevamos 2.000 años esperando el supuesto regreso de Jesús, anhelando los ríos de leche y miel prometidos por Jehová al pueblo judío, inmolándonos en nuestro islamismo extremo para llegar como héroes al reino de los cielos.
Tres versiones distintas de una sola confusión verdadera.