Por GERMÁN AYALA OSORIO
Los resultados electorales del 29 de octubre darán vida a una coyuntura política que afectará, para bien o para mal, los años que le quedan a Gustavo Petro en la presidencia de la República. Si la derecha mantiene alcaldías y gobernaciones o extiende su dominio a otras jurisdicciones, la gobernabilidad del jefe del Estado sufrirá por los embates propios de ese sector ideológico, que le está apostando a que le vaya mal al gobierno. De ese ese modo enfilaría baterías hacia la recuperación del Estado en 2026, para impulsar las contrarreformas que hagan posible echar atrás lo decidido por Petro en materia de tierras, controles socio ambientales y reforma agraria.
No se puede negar que el viejo establecimiento está incómodo con Petro por los proyectos de reforma a la salud, pensional y laboral. Y por la apuesta medio ambiental del gobierno actual de proteger las selvas, en particular la amazonia. Y claro, por su aún incipiente reforma agraria. Pero la molestia y los resquemores hacia el presidente pasan por la animadversión que les produce su pasado revolucionario, sobre todo porque la estrategia de develar el ethos mafioso que ha guiado a los sectores de poder económico y político le viene funcionando. Duélale a quien le duela, hoy Petro funge como un faro moral y civilizatorio que irrita a esas castas políticas y financieras que hasta el 7 de agosto de 2022 hicieron con el Estado lo que se les vino en gana.
Quienes no comparten esta lectura dirán que no es posible definir a Petro como un faro moral, por los hechos jurídico-políticos que involucran a su hijo Nicolás Petro y a su antigua jefa de gabinete, Laura Sarabia. Hasta el momento lo único claro de estos dos escándalos es que la derecha los intentó convertir en un nuevo proceso 8.000, pero no les alcanzó. Sobrevino luego el tema de la salud mental y física del presidente, para hacerlo ver como un Abdalá Bucaram e intentar así sacarlo de la Casa de Nariño. A pesar de la ayuda del hermano de Petro, Juan Fernando, convertido en un bocón y pantallero con aquel asunto del supuesto síndrome de Asperger.
Hay claras muestras de que esa apuesta moralizante le está funcionando a Petro: su enfrentamiento personal e institucional con Francisco Barbosa le permitió develar, con la ayuda de periodistas independientes y corajudos como Gonzalo Guillén y Julián F. Martínez, entre otros, que la Fiscalía está permeada por el Clan del Golfo. El tiempo (no el diario) le dio la razón al presidente: en la corrupción público-privada en la construcción de la Ruta del Sol II estaba involucrado el Grupo Aval de Sarmiento Angulo. Luego vinieron los aberrantes casos de descomposición moral e institucional en la SAE y en la UNP; y el robo de petróleo desde Ecopetrol. En días recientes, la caída de Arturo Char le vuelven a dar la razón a él y a quienes lo acompañan en su labor moralizante.
Ahora bien, en un caso hipotético en el que el Pacto Histórico y en particular la Colombia Humana arrasen con alcaldías y gobernaciones el proyecto modernizante de Petro tendrá mayores posibilidades de éxito. De suceder lo contrario, el primer gobierno nacional de izquierda será duramente juzgado por sus propios errores, magnificados por las empresas mediáticas que día a día hacen sus aportes para que el Golpe Blando sea una realidad, o por lo menos, para mantener distraído al presidente pensando en que se hará realidad.
La derecha viene usando la inseguridad en ciudades capitales y los problemas de orden público para reforzar la narrativa de que el país va mal, que la paz total está mal planteada. En este contexto le conviene que fracasen los procesos de diálogo y paz que caminan tanto en Buenaventura, como en el resto del país, con las anacrónicas organizaciones guerrilleras que insisten en un conflicto armado que hace rato perdió el carácter revolucionario, en lo social, político y económico, para convertirse en un cuadro anómico de múltiples violencias.
@germanayalaosor