Por JORGE SENIOR
Algunas personas ven las elecciones presidenciales de 2022 como una reedición de aquellas de hace cuatro años: Petro, Fajardo y un candidato uribista otra vez en la palestra. Los cinco partidos de la derecha apoyando al candidato uribista. Estos mismos partidos son mayorías en el nuevo congreso recién elegido: liberales y conservadores, “Cambio Radical”, “Centro Democrático” y la U. Y como bien sabemos, tales partidos son “los mismos con las mismas”. A ellos pertenece la inmensa mayoría -casi la totalidad- de los políticos corruptos condenados.
Pero más allá de esas similitudes hay profundas diferencias entre 2018 y 2022, y todas menos una son favorables al cambio. Veamos.
Hay tres indicadores de un vuelco en la correlación de fuerzas: los resultados de las elecciones al Congreso, las cifras de las consultas y las encuestas. Si bien no se logró la mayoría en el nuevo Congreso, la bancada que apoya a Petro pasó de ser la más débil a la más fuerte. El Pacto Histórico fue el movimiento político que obtuvo las mayores votaciones, mientras que la lista de Decentes en 2018 apenas alcanzó un número mínimo de curules. En contraste, todas las fuerzas de derecha disminuyeron, excepto conservadores. Y esto sucedió a pesar de la distribución de$5 billones en mermelada mediante una jugadita anticonstitucional (¿qué tal si no?). En las consultas la situación de 2018 se invirtió por completo este año. En aquella ocasión la consulta de la derecha venció sobradamente a la de la izquierda y esta vez fue al revés. Por último, en las encuestas, Gutiérrez va muy rezagado en comparación con Duque para estas mismas fechas de mayo, mientras que Petro se ha reforzado notoriamente con respecto al 2018. Todo indica que será el ganador nítido de la primera vuelta y hasta tiene buenas posibilidades de obtener la presidencia sin necesidad de una segunda vuelta.
Y si miramos a Fajardo su desinflada ha sido gigantesca, su desgaste es total. El sólo hecho de que Francia Márquez lo haya vencido en las votaciones de las consultas fue un auténtico nocaut, aunque no puede renunciar, obligado por la consulta que lo dejó sin esperanza. En este punto lo importante no es la decadencia de Fajardo sino el ascenso al estrellato de Francia, convertida en un fenómeno político que ya ha escalado a nivel internacional. Francia representa a los excluidos de siempre y su irrupción en la política electoral trae vientos de renovación que impulsan aún más las velas del progresismo. Este hecho político de representatividad ampliada supera con creces la fórmula que representó Angela Robledo en 2018 y crea una aureola de novedad y expectativa.
Otro factor que marca la diferencia con las anteriores elecciones es Rodolfo Hernández. Pero este personaje y su base votante constituyen una incógnita. No está claro a quién favorece la irrupción de este outsider que viene del empresariado y no encaja en ideología alguna. Según las encuestas Hernández supera a Fajardo, pero no se vislumbra que logre alcanzar a Gutiérrez. Así que este empresario impredecible se podría convertir en un factor decisivo si hay segunda vuelta. Él sabe que se encuentra en muy buena posición de negociación. Y de negocios sí sabe, aunque no sepa dónde queda Vichada.
Una diferencia compleja y de doble filo entre la situación pasada y la presente es que en 2018 salíamos del gobierno de Santos, que resucitó al uribismo con un plebiscito inoportuno, mientras que ahora, tras cuatro años de mal gobierno, el uribismo alcanza su peor imagen desde 2002. El desgobierno de Duque constituye quizás la mayor fuerza impulsora de una candidatura alternativa. Su mediocridad es tal que el anhelo de cambio se respira en casi todos los sectores de la sociedad colombiana, a excepción de las élites. El estallido social del 2021 y algunas movilizaciones en los dos años anteriores muestra una exasperación general de las capas medias y populares y, sobre todo, pone en evidencia que el proyecto uribista y su orden conservador no encaja con la juventud actual que ya no pertenece a ese mundo que parece anclado en 1886.
Súmenle que el uribismo cometió la brutalidad de entrometerse en las elecciones estadounidenses, a favor del candidato que perdió. Logró así un autogolazo al debilitar ese espaldarazo geopolítico tradicional y Petro ha sabido manejar las fichas para no asustar a la administración Biden, aunque sus mejores conexiones con los demócratas están en el sector de Sanders.
Pero decíamos que el hecho de que esta vez el uribismo esté de nuevo en el poder ejecutivo es de doble filo porque ahora no sólo tiene los dos poderes fácticos claves a su favor: la élite económica y los militares adoctrinados, sino además los poderes del Estado. En la actualidad manejan el siguiente arsenal: el presupuesto nacional y buena parte de los presupuestos locales; una bancada parlamentaria que viola la Constitución con una jugadita antidemocrática para tumbar por un tiempo la ley de garantías; una procuradora que viola la Convención Americana y en llave con el gobierno usurpan el cargo del legítimo alcalde de Medellín para entregárselo a un impostor, ficha del GEA y así incidir así en la batalla electoral por Antioquia; un registrador y un consejo electoral que no brindan plenas garantías, pues este funcionario baraja a su antojo los jurados y no permite la auditoría del software; y como si fuera poco tienen un fiscal de bolsillo y un General deliberante. También tienen los medios tradicionales, pero estos han visto disminuir su influencia y son contrarrestados por las redes sociales.
Si ponemos en la balanza todo lo anterior la conclusión es que el 2022 no es el 2018, la historia no se repetirá. El cambio histórico viene, en primera o en segunda. Pero la derecha rancia e insaciable, atornillada en el poder, aunque no tiene chance con el voto de opinión, usará todos sus trucos, trampas y armas para mantener y aumentar sus privilegios. Estemos preparados para defender el voto.