Por GERMÁN AYALA OSORIO
La defensa del controvertido operativo militar en el que cayeron asesinados 11 civiles, en una vereda de Puerto Leguízamo (Putumayo), ha dado para todo
El mismísimo comandante del Ejército, general Eduardo Enrique Zapateiro, desestima y subvalora el fallecimiento de una mujer embarazada en el operativo cuando afirma esto: “No es la primera operación donde caen mujeres embarazadas y menores de edad combatientes”. Así confiesa con pasmosa tranquilidad o sangre fría que no es la primera vez que matan a niños y a mujeres en estado de gestación.
Del bombardeo a campamentos guerrilleros con menores de edad hay en Google suficientes registros periodísticos, pero no de la “neutralización” de mujeres embarazadas. Las palabras de este oficial con mando sobre la tropa en toda la geografía nacional resultan entonces no solo tenebrosas, sino cargadas de una subvaloración olímpica de la vida humana. Así, a secas.
Zapateiro es un oficial tropero, recio antes que recto, en modo chafarote, que le aplica la doctrina del enemigo interno a todo lo que le huele a campesino, indígena o afro. Es decir, a la ruralidad. Su discurso es estrictamente belicista, no reconoce un solo error táctico, así haya evidente violación de los derechos humanos y el desconocimiento rampante -salvaje, primitivo, bárbaro- de las normas contempladas en el Derecho Internacional Humanitario (DIH).
A las seis preguntas que varios reporteros le entregaron al Reporte Coronell, habría que preguntarle también a Zapateiro sobre las circunstancias de tiempo, modo y lugar en que cayeron esas otras mujeres embarazadas que reconoció públicamente han caído en combate: ¿Dónde están esos cuerpos? ¿En qué operativos fueron dadas de baja? ¿Qué dicen los reportes de Fiscalía, Procuraduría u organismos forenses y militares?
En refuerzo del desparpajo con el que reconoció esos hechos, el alto oficial se reafirma en la política de Seguridad Democrática que dio origen a los ‘falsos positivos’ y que es compartida por el gobierno de Iván Duque: el body count, contar cuerpos abatidos. No importa de dónde vengan o si son bajas colaterales. Todo muerto cuenta a favor de los resultados operativos.
Estamos entonces ante una política militar de propinar la muerte sin entrar en contemplaciones, de tierra arrasada, que acerca al Estado colombiano y al Ejército nacional a la estética de lo atroz de la que habla Edgar Barrero. “La estética de lo atroz y la ética de la crueldad son la base de la moral del cinismo y la impunidad. El torturador se sabe apoyado por instituciones sociales que avalan las humillaciones, vejaciones y torturas que ejecuta sobre quienes son considerados como “enemigos de la patria”.
En ese camino la barbarie, la narrativa de la crueldad y el desapego por la vida de mujeres gestantes o menores de edad convierte a los soldados en máquinas de guerra con las que, curiosa y contradictoriamente, se combate a niños, niñas y adolescentes, considerados por el ministro Diego Molano apenas como “máquinas de guerra”.
Quizás el país no entendió a cabalidad el mensaje que le enviaba al país en su mensaje de pésame a la familia de alias Popeye, lugarteniente de Pablo Escobar: “Como comandante del Ejército presento a la familia de ‘Popeye’ sentidas condolencias (…). Lamentamos mucho su partida somos seres humanos, somos colombianos. Allí, en ese fingido sollozo, se aprecia mejor que nunca la estética del horror que lo acompaña. Un muerto-narcotraficante-asesino al que se le manifiesta un cariño especial en su dolorosa partida porque es “otro colombiano más”, según se justificó ante los medios.
Es por todo lo anterior que el general Eduardo Enrique Zapateiro en lugar de brindar seguridad o inspirar patriotismo produce miedo, pánico social, terror institucional. En su concepción de lo ético y lo estético la vida de los demás no cuenta, menos la de aquellos que se resisten a llevar una vida miserable en el campo, en gran medida gracias al régimen que oficiales como este defienden “a dentelladas secas y calientes”, para decirlo en palabras del poeta español asesinado por las balas del franquismo, Miguel Hernández:
@germanayalaosor