Yo también soy una mujer iraní

Por OLGA GAYÓN/Bruselas

Yo, Lisa Gherardini, esposa de Francesco del Giocondo, conocida mundialmente como La Gioconda o la Monalisa, me adhiero a la campaña mundial en favor de más de 40 millones de niñas y mujeres iraníes que son tratadas por la ley islámica como míseros úteros a los que debe protegerse para que no caigan en pecado.

Quiero deciros que dictadura de Irán tiene como víctimas tanto a los hombres como a las mujeres, porque sus 84 millones de habitantes reciben un tratamiento despiadado por parte del dictador ayatolá y sus secuaces. Pero este régimen está encarnizado contra las mujeres. A Masha Amini, de 22 años, la asesinó la policía por no llevar puesto el velo. Y mis amadas mujeres de Irán se han levantado en todo el país para plantarle cara a quienes las vejan y tratan como objetos de reproducción de la especie. Le están gritando, sin miedo, a la cara sus verdugos, ¡BASTA YA!

Mis aguerridas adolescentes, jóvenes y mayores iraníes se están quitando el velo y el hiyab en público y se están cortando el pelo en las calles, detalle este que es un símbolo de duelo por las mujeres asesinadas por esta dictadura atroz. Pero ese corte de la cabellera también se ha tomado como un grito de libertad. “Las mujeres no necesitamos del cabello para ser valoradas. Si tanto deseo le produce a los fundamentalistas las cabelleras femeninas, que por ello es que nos cubren la cabeza, pues ahora no queremos tener ese objeto de su deseo con nosotras”, dicen las heroínas iraníes cuando la tijera ha cumplido su cometido.

Levanto este dedo de honor para mandar a los ayatolás y a sus leyes asesinas a la mismísima mierda.

Decirles a las mujeres del mundo que en mi época, hace 500 años, las mujeres estábamos muy limitadas y nos trataban como a seres indefensos, por tanto necesitábamos de la tutela de un hombre, bien fuera padre, esposo, tío, hermano o hijo mayor. Siempre, hasta la muerte, debíamos pedir permiso para todo y aceptar lo que los hombres nos quisieran dar o quitar. Pero ni siquiera cinco siglos atrás nos obligaron a cubrirnos el cabello “para no provocar a los hombres”, ni nos asesinaban legalmente por andar por la calle con la cabeza descubierta.

Aquí, desde mis aposentos, llevo 500 años viendo cómo las mujeres han luchado por sus derechos, muchas veces, de la mano de los hombres. Soy testigo de lo duro que ha sido para mis mujeres conseguir los derechos que la historia y la cultura les han arrebatado. Más de ciento cincuenta años en los que lo conseguido hasta ahora, les ha costado mucho pero que mucho dolor.

La dictadura iraní, según me lo han contado varias fuentes creíbles, en menos de tres semanas ha asesinado a más de 180 mujeres y hombres que en las calles de Irán están diciendo: abajo estas leyes inventadas por hombres opresores en nombre de un dios, que de existir, jamás permitiría tantos crímenes en su nombre.

Masha Amini, Hadis Najafa, Minoo Majidi, son apenas tres nombres de nuestras mártires iraníes. Las traigo aquí para rendirles un homenaje por su valentía y la de los miles que en Irán se están jugando la vida para que las mujeres sean valoradas como lo que son: esa otra mitad de la humanidad que es tan valiosa como la otra.

Hoy, al igual que la fotografía de las adolescentes en Irán, sin velo y luciendo sus cabelleras, levantan el dedo de honor contra los ayatolás criminales que las reprimen, yo, en muestra de solidaridad con ellas, también levanto ese dedo de honor para mandar a los ayatolás y a sus leyes asesinas a la mismísima mierda.

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Esta no es La Gioconda original. Es la reproducción, al parecer, del mismo taller de Da Vinci, que se encuentra en el Museo del Prado de Madrid.

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