«Yo también me reuní con Castaño»

Por FREDDY SÁNCHEZ CABALLERO

El Urabá chocoano fue usado por años como un escampadero. Una zona neutral en la que tanto las FARC como las AUC se hacían pasito. Combatientes de los dos bandos, heridos en cualquier escaramuza lejana, cruzaban el golfo y llegaban allí para obtener una recuperación tranquila, otros para ser entrenados. Ni siquiera el Ejército los importunaba. Durante años fue así, y cualquier roce entre ellos en la región era zanjado oportunamente por el padre Leonidas Moreno, a quien todos los bandos respetaban.

Yo recién terminaba en la universidad, y por cosas del destino y de los hombres llegué como profesor al colegio ICRAF de Gilgal. Para levantar el ánimo a la agobiada colonia costeña, que yo había conocido en los entrañables intercambios deportivos de mi adolescencia, le pedí al padre Leonidas unos implementos de sóftbol. Habiendo crecido en un pueblo vecino, sabía de su vieja afinidad por el béisbol y quise invocarla. Las prácticas de sóftbol fueron todo un éxito. Entrenábamos por las tardes y los fines de semana. La cercanía entre los veteranos y jóvenes pobladores se incrementó. Poco a poco el pueblo recuperó su alegría y antiguo fervor.

Meses después, cansados de jugar entre nosotros decidimos ir a Santa María, un pueblo cercano donde casi nunca ocurría nada, con la idea de empujarlos a armar su propio equipo y poder jugar contra ellos, como en otros tiempos.  Fuimos un domingo, el padre Leonidas les avisó de nuestra visita y no solo tenían limpia la plaza, sino debidamente señalizado el campo y las bases. Después de la misa hicimos una exhibición de unos cinco innings, y todo el pueblo rodeando la plaza celebró con entusiasmo cada batazo, cada jugada. Al final, entramos a la Gallera de Lácides para tomarnos un refresco y hablar con algunos pobladores. En esas, un tipo de tez morena me invitó para que fuera a dialogar con su jefe en la mesa contigua. Se presentó como Carlos Castaño, jamás lo había visto. Por su acento supe que era paisa, pero en realidad, su nombre aún no me decía nada. El hombre me invitó a una cerveza, me felicitó por la exhibición de sóftbol y quiso saber qué se necesitaba para tener un equipo como ese en Santa María, pues su gente había quedado impresionada. ―Solo hay que comprar los implementos―, le contesté, ―bolas, bates y manillas. Aquí hay buen material humano, pues al igual que Gilgal, todo el pueblo es de idiosincrasia sabanera y tradición beisbolera.

«El hombre me felicitó por la exhibición de sóftbol y quiso saber qué se necesitaba para tener un equipo como ese». En la foto Carlos, Vicente y Fidel Castaño.

Castaño quiso saber cuánto le cobraría yo por entrenar a sus trabajadores, pues según supe después, los hermanos Castaño Gil eran los dueños de la hacienda Tanela, ubicada en predios cercanos a Santa María la Antigua del Darién. Pero era de su hermano Fidel, jefe de las Autodefensas, de quien todos hablaban en la zona, pues en esos días andaba desaparecido. Le hice saber que yo trabajaba de tiempo completo en el colegio de Gilgal y que los fines de semana entrenaba al  equipo del pueblo. El chilapo que me había buscado y parecía ser su hombre de confianza, le dijo que él jugó béisbol en Montería y que no se preocupara, él entrenaría el equipo.  ―No se hable más―, dijo Castaño, ―yo salgo mañana para Medellín, en quince días traigo esos implementos. Le indiqué dónde podía conseguirlos y nos despedimos.

Ocho días después, el mayordomo encargado de la hacienda Tanela fue asesinado en la entrada a Santa María con un gallo fino bajo el brazo. En el bolsillo de su camisa encontraron una nota firmada por Lácides, dueño de la Gallera, invitándolo a una topa de gallos en su quiosco esa tarde. Una hora después, Lácides también estaba muerto. Aunque  todos decían que él no tuvo nada que ver con esa invitación, la represalia no se hizo esperar. La noticia recorrió la región como un mal augurio; todos presentíamos las nefastas consecuencias de aquel hecho. La verdad nunca se supo y a nadie pareció importarle.  Era el fin de la tregua entre las AUC y las FARC. En breve la región sería un hervidero.

Pocos días después llegó alias ‘el Alemán’ con la misión de pacificar la zona, de la misma forma como el general Rito Alejo del río llegó a pacificar a Urabá. Las refriegas se multiplicaron por todos lados. Los campesinos eran sacados y desplazados de sus tierras, algunos de mis jugadores fueron asesinados, otros reclutados u obligados a partir. Del equipo de sóftbol nunca se volvió a hablar. Las señoras que alguien bajo tortura decía que les había dado un tinto o un plato de sopa, eran acusadas de complicidad, perseguidas, agarradas por el pelo y arrastradas hasta la plaza para ser asesinadas frente a todos.

Los profesores fuimos abordados una noche en la sala de reuniones y se nos advirtió que estábamos siendo vigilados. ―Ustedes no se preocupen, nosotros los cuidaremos; pero cualquier palabra que digan en el aula de clases, llegará a nuestros oídos.

Ese fin de año salí del colegio para trabajar con la diócesis del Chocó en Quibdó. Un tiempo después la hacienda Tanela le fue entregada a la iglesia a través de monseñor Duarte Cancino, y el padre Leonidas la parceló entre miembros de la comunidad. El obispo fue asesinado en Cali, el Alemán se acogió al proceso de reinserción dejando todo a Fritanga; Rito Alejo fue apresado por delitos de lesa humanidad y Carlos Castaño se esfumó, dejando un aire de incertidumbre. Tampoco se supo lo que ocurrió con Fidel. Hay quienes afirmaban que fue dado de baja por las FARC, otros que resultó herido en un combate y se encontraba inválido en el extranjero; pero en el correo de las brujas se aseguraba que su hermano Carlos lo había hecho asesinar por una mujer. (F)

F Sánchez Caballero

Sobre el autor o autora

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Social media & sharing icons powered by UltimatelySocial