Un vistazo diferente a los Nobel 2023

En diciembre llegaban las brisas, decía la escritora barranquillera Marvel Moreno desde el título de su famosa novela. Se refería, claro, a los vientos alisios que azotan el Caribe colombiano cuando se aproxima el solsticio de invierno en el hemisferio norte y baja hacia el sur la zona de confluencia intertropical. Es un alivio frente a la canícula tropical para quienes habitamos el terruño macondiano. Mientras tanto, allá en el lejano frío nórdico, no llegan las brisas sino los premios Nobel, como el que recibiera nuestro Gabo en 1982. Cada 10 de diciembre, aniversario de la muerte de Alfred Nobel acaecida en 1896, científicos y literatos reciben el reconocimiento orbital acompañado de un puñado millonario de coronas suecas.

Aprovechemos que hace pocas horas seis hombres y dos mujeres recibieron los galardones en física, química y medicina para recrear nuestra mirada con las hazañas del intelecto humano. Te invito a hacer un paneo.

Me gusta usar la expresión “santísima trinidad” para referime a la tríada que nos creó. La primera hazaña del Pleistoceno fue la fabricación de rústicas herramientas de piedra que el Homo Habilis elaboró hace más de dos millones de años. Por eso, ese período geológico se corresponde con el Paleolítico en lo que se refiere a la especie humana y sus ancestros homininos. La segunda hazaña fue aún más grandiosa, pues marcó la diferencia entre el género Homo y el resto de la biosfera: la manipulación del fuego por el Homo Erectus y luego el aprendizaje de cómo producirlo mediante fricción o chispa. Una revolución energética que transformó la anatomía de estos simios bípedos que son nuestro antepasados. De la tercera hazaña no hay huellas, pero tampoco dudas: el desarrollo de un lenguaje cada vez más sofísticado. No revolucionó el flujo de energía sino el flujo de información y elevó la cultura al mismo nivel de importancia que la genética.

Al lado de esos logros inmensos que terminaron produciendo al Homo Sapiens, todos los avances posteriores se empequeñecen: la domesticación de animales y plantas, la cerámica y la metalurgia, la escritura y la construcción, el mercado y el Estado. Pero si nos vamos a épocas más recientes, sin duda la invención de la ciencia, con sus métodos y saberes acumulativos, fue el pilar fundamental para la civilización moderna. Ya en este contexto, el ser humano abrió dos puertas a territorios antaño inaccesibles: el micromundo y el macromundo del espacio sideral. Habíamos vivido encerrados durante milenios en una reducida escala humana del cosmos y de repente, en los siglos XVI y XVII, la naturaleza se nos amplificó en muchos órdenes de magnitud con dos nuevas fronteras: lo muy grande y lo muy pequeño.

Ambas exploraciones son fascinantes, pero la de mayor impacto fue el descubrimiento del micromundo. La física y la química nos permitieron adentrarnos en las intimidades de la materia: moléculas, átomos, quarks, leptones y fotones. Ahí está la base de la electrónica, la energía nuclear y la fotovoltaica, los nuevos materiales, la nanotecnología, la computación miniaturizada. Por su parte, la biología celular, microbiología, genética y biología molecular, tienen las claves de la vida y constituyen la base de la medicina y la fisiología. Por ejemplo, las causas de las enfermedades están principalmente en agentes patógenos microscópicos (virus, bacterias, parásitos) o en moléculas tóxicas y en otros casos pueden estar en los genes o en microestructuras del organismo humano. Y los medicamentos suelen consistir en moléculas bien administradas. Aún la ecología, que estudia la biota a gran escala y es tan importante en este siglo, sólo se entiende a fondo desde los ciclos biogeoquímicos del Sistema Tierra, es decir, los flujos de materia y energía a través de nosotros y nuestro entorno natural y artificial.

Pues bien, los premios Nobel de 2023 fueron un reconocimiento a la exploración y el entendimiento del micromundo.

El de física fue otorgado a los franceses Anne L’Huillier y Pierre Agostini y al austríaco Ferenc Krausz por desarrollar métodos experimentales capaces de generar pulsos de luz extremadamente cortos para el estudio de la dinámica de los electrones en la materia. Aquí lo pequeño no es sólo el espacio sino sobre todo el tiempo. Estos pulsos de luz duran apenas algunos attosegundos. Un attosegundo es una trillonésima parte de un segundo. Un simple latido de tu corazón, estimado lector, dura mil por mil por mil por mil por mil por mil attosegundos. Ese número equivale a la cantidad de segundos que han transcurrido desde el Big Bang. ¡Es asombroso! Y tendrá aplicaciones prácticas en química y electrónica.

El de química fue otorgado al ruso Alexei Ekimov, el francés Mongi Bawendi y el estadounidense Louis Eugene Brus, por producir mediante métodos químicos nanocristales llamados “puntos cuánticos”, predichos por la mecánica cuántica hace casi un siglo. Estos fantásticos cristales, mil veces más pequeños que el grosor de un cabello, tienen propiedades diversas que dependen del tamaño, no de la composición. Se vislumbran aplicaciones para estudiar el interior de las células, marcar tejido tumoral en intervenciones quirúrgicas, mejorar las pantallas LED y las celdas solares, y otras aplicaciones en electrónica y en tecnologías de comunicación cuántica.

Por último, el premio de medicina y fisiología fue entregado a la bioquímica húngara Katalin Karikó y el inmunólogo gringo Drew Weissman por su trabajo de décadas en el ARN mensajero y sus posibles aplicaciones clínicas. El descubrimiento clave se dio en 2005 cuando encontraron la manera de evitar respuestas inflamatorias al introducir ARN mensajero (ARNm) extraño en células humanas. Lo lograron mediante el truco de modificar químicamente uno de los cuatro nucleótidos del ARNm extraño para imitar nuestro propio ARNm. Este desarrollo sirvió para producir un nuevo tipo de vacunas, muy diferente a las tradicionales hechas con partículas virales. En este caso el ARNm introducido en nuestras células codifica temporalmente una proteína de un determinado virus, estimulando así a nuestro sistema inmune para que genere respuestas defensivas contra el virus y esté preparado en caso de presentarse infección. Con un desarrollo de décadas, la nueva tecnología ya estaba madura cuando se presentó la pandemia del coronavirus que producía la enfermedad Covid-19 y fue la oportunidad para que Pfizer y Moderna hicieran los ensayos clínicos pertinentes con máxima eficiencia. Este premio es un merecido reconocimiento a los dos investigadores, pero también es una bofetada a los conspiranoicos antivacunas y sus irresponsables y peligrosas creencias sin fundamento.

@jsenior2020

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