Todas somos nosotras

¿Cuántos milenios han tenido que transcurrir para que la sociedad reconociera que el cerebro de la mujer es, como en el hombre, lo más valioso que posee? Ha sido miles de años silenciadas, escondidas, únicamente pariendo, criando y trabajando dentro de sus casas. Nobles, aristócratas, ricas, burguesas, pobres, siervas, esclavas, obreras, todas, todas, sometidas y encubiertas.

Maltratadas por la historia, azotadas por las religiones, quemadas en la hoguera, culpables de las desgracias de los hombres, tentaciones envenenadas, portadoras del pecado y responsables de los crímenes que cometen sobre sus cuerpos los pobres hombres hechizados…

¿Cómo fueron capaces de soportar tanto durante milenios? Las amenazas que planearon siempre sobre ellas y el miedo que les sembraban en cada rincón de sus cuerpos, en sus entrañas y en todos los recodos de sus almas, consiguieron retener esos mundos que se agitaban en sus cerebros pero que por supervivencia tuvieron que resistir siempre en silencio.

Algunas culturas antiguas las valoraban, pero solo en el mito. Veneraron a las diosas de la sabiduría, la justicia, la ciencia, la libertad, la caza, el erotismo, la agricultura y, cómo no, del inframundo… En el día a día la mujer perpetuaba la especie mientras su apariencia física era la causa de la perdición de los hombres. Por tanto, esa mujer no era otra cosa que incitación al mal. Pero si llegaba a pensar y comunicar a los hombres el producto de sus reflexiones, era el demonio que se había disfrazado para acabar con el mayor valor de los hombres: las ideas. A Hipatia los cristianos la despellejaron viva por impartir a los hombres clases de matemáticas, astronomía, física, matemáticas y filosofía en el Egipto de hace 17 siglos.

Valerosas mujeres entregaron su vida al rechazar ser únicamente úteros y carne de placer. Las occidentales han sido las que, siglo tras siglo, fueron adentrándose en el terreno que por cultura y tradición les pertenecía únicamente a los hombres. ¡Cuántas vidas se quedaron en el camino! Miles de miles… quizá millones.

Hoy, al ver esta fotografía de Virginia Woolf en la portada de su libro ‘Habitación propia’, que absorbe el cuerpo de una mujer del siglo XXI, mi corazón se agiganta y mis ideas se multiplican. Verla a ella, ahí, sostenida por el brazo de otra mujer con los libros como marco de su perfil, me recuerda que todas las que lucharon y luchan por encontrar, moldear y defender nuestro verdadero lugar en el mundo, son grandes heroínas que tiraron a la basura sus vidas cómodas y burguesas, con el único objetivo de que la sociedad no siguiera robando el verdadero lugar de la mujer en la sociedad y en la historia. Como todos los derechos, nada nos ha sido concedido gratis; todo ha sido conseguido tras enormes sacrificios y proezas en las que literalmente dejaron su piel y sus vidas…

Ellas, las que nos abrieron el camino, son las que han alcanzado este sitio en el que se nos reconoce como sujetos relevantes de la sociedad, aunque todavía nos falte conquistar la igualdad. Nuestro compromiso es no detenernos en nuestro día a día hasta sabernos de verdad, que cuando hablamos de nosotras, todas en el mundo estamos incluidas en esta palabra que como nunca, hoy nos convoca y nos une. ‘NOSOTRAS’, así, con mayúsculas.

OLGA GAYÓN/Bruselas

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