Por JORGE GÓMEZ PINILLA
En desarrollo de la política suele presentarse un fenómeno que Federico Nietzsche definía como el eterno retorno, consistente en que todos los acontecimientos del mundo, todas las situaciones pasadas, presentes y futuras se repiten eternamente. Según el filósofo, se requiere la grandeza de espíritu del Superhombre (Übermensch) para aceptarlo, porque ha alcanzado un estado de madurez espiritual superior al del hombre común.
Superhombres hemos sido entonces los colombianos de los últimos cincuenta o cien años de vida republicana, porque permanecemos atados por el cuello a la noria de un eterno retorno consistente en que cada cuatro años todo cambia… para que todo siga igual.
Otro filósofo alemán, también Federico pero de apellido Hegel, decía que “todo sistema engendra la semilla de su propia destrucción”. Lo vivimos en carne propia hace más de veinte años, cuando la violencia guerrerista de las Farc que se enseñoreó sobre el país engendró en Álvaro Uribe la semilla de su propia destrucción, hasta el punto de obligarlos a sentarse a negociar con Juan Manuel Santos. Lo cierto es que hoy están diezmados, en parte por sus errores políticos tras la firma del acuerdo de paz, en parte por la eliminación sistemática o genocida de sus excombatientes, tarea a cargo de las fuerzas oscuras que en remplazo de las Farc a su vez se han enseñoreado sobre Colombia.
Veinte años después de haber soportado la soberbia autoritaria del sátrapa, el país se hastía de sus crímenes de variada laya, de sus abusos y sus desmanes. Surge entonces la semilla que podría destruirlo, encarnada en un Gustavo Petro que a la cabeza del Pacto Histórico parecería que ya no tiene pierde.
Y es aquí cuando el espectador desprevenido -y el prevenido también- se pregunta si será que ahora sí, por fin, se logrará la transformación que requiere el país, y si será que Petro logra los acercamientos y consensos necesarios con sus contrarios para asegurar gobernabilidad.
Mejor dicho, aún no es hora de cantar victoria, porque la preocupación se centra en que el desmadre que comenzó el 7 de agosto de 2018 podría repetirse en dosis aún más devastadoras a partir del 7 de agosto del año en curso.
Hace cuatro años asumía el mando de la nación un lacayo de Álvaro Uribe al que con justa razón le colgaron el rótulo de subpresidente, por ser el primer presidente de Colombia con jefe. Este sumió al país en el averno de la corrupción y la criminalidad, y cuatro años después podríamos seguir comiendo de la misma caquita si Federico Gutiérrez (el mismo que dice “vos dijistes”) pasa a la segunda vuelta y no se logra que los astros se alineen en función de sembrar la semilla que permita la germinación de un cambio verdadero.
Tarea nada fácil, sobre todo tras constatar que Sergio Fajardo vuelve a jugar el mismo papel tóxico de cuatro años atrás, cuando en lugar de cerrar filas al lado de Gustavo Petro para impedir el regreso de la bestia herida, se fue a ver ballenas y anunció su voto en blanco. Esto se tradujo en que le abrió las compuertas del poder al mismo candidato al que acababan de enseñarle a cabecear un balón y le habían teñido el pelo para inyectarle experiencia artificial, Iván Duque Márquez.
Hoy Fajardo hace lo mismo, aunque ahora en versión remasterizada. Con la pichurria de votos que obtuvo y con las fuerzas de centro que lo acompañan, ya ni siquiera debe esperar a la primera vuelta para atravesarse de nuevo como vaca muerta en la ruta del Pacto Histórico, impedir su triunfo definitivo el 27 de mayo y permitir que el candidato del uribismo pase a competir con Petro en la jornada del 19 de junio. En cuyo caso, Dios nos coja confesados.
El ambiente se torna aún más tétrico cuando uno descubre que hay personas de centro, incluso amigos y amigas mías (menores y mayoras), portadores de un sentimiento de desprecio tan profundo hacia Petro que, pese a ser conscientes de que los votos por Fajardo jugarán a favor de que Gutiérrez pase a segunda vuelta, no les importa. Lo que sea, con tal de que no gane Petro.
En un trino reciente Fajardo mostraba fotos de una reunión con sus coequiperos (Juan Fernando Cristo, Angélica Lozano, Juan Manuel Galán, Mabel Lara, Jorge Robledo entre otros), donde decía: “Definiendo con este equipazo los últimos detalles para iniciar la remontada con la que ganaremos la presidencia. Juntos vamos a liderar la transformación que Colombia necesita”. (Ver trino).
A lo cual, el suscrito le respondía: “Mientras más alta sea la “remontada”, mayor la cantidad de votos que le sumarán a la posibilidad de que Petro no gane en primera vuelta y deba enfrentar a Gutiérrez en la segunda. Si pretenden que van a pasar ustedes a la segunda, además de ilusos, son irresponsables con el país”. (Ver trino).
He ahí el quid, busilis, meollo o intríngulis del asunto: pretender “remontar” la descomunal diferencia de votos que hay entre Gutiérrez y Fajardo constituye burda utopía, comenzando tan solo porque Francia Márquez solita puso más votos que Fajardo. Se trata por tanto de una quimera altamente dañina, rayana en la más soberana irresponsabilidad con el futuro de Colombia.
Es por ello que a esta altura del partido, a la gente medianamente sensata, inteligente o cuerda de este país se le altera la paciencia, la templanza, la resiliencia y hasta los jugos gástricos, porque nadie con tres dedos de frente entiende cómo es posible que Sergio Fajardo continúe impasible en su tarea de acomodar de nuevo nuestros asientos para la siguiente vuelta de la espiral que habrá de mantenernos, una vez más, atados a la estúpida noria del eterno retorno uribista.
Como dije en mi columna de la semana pasada, si Gutiérrez pasa a la segunda vuelta, apague y vámonos.
Post Scriptum: Votaré por el candidato del Pacto Histórico en la primera vuelta, esperando que no haga falta una segunda. Ahora bien, para que esto sea posible conviene que Petro morigere los ánimos caldeados con sus rivales de centro y derecha, que abrace en lugar de retar, que convoque en lugar de distanciar, que sume en lugar de restar, y que sobre los escombros que deja el acólito del sátrapa proyecte un mensaje de optimismo o confianza en el futuro venidero. Algo así como un ¡Colombia, la alegría ya viene!
De otro lado, al cierre de esta columna nos informan desde la campaña del Centro Democrático que ya hay video de Federico Gutiérrez haciendo la 21 con un balón, y en consecuencia permanecen atentos a un eventual repunte en las encuestas. Noticia en desarrollo.