Prótesis para una naturaleza llena de carencias

Por OLGA GAYÓN/Bruselas

Desde que la niña comienza a tener noción de que es mujer debe soportar el sentirse apabullada por esa idea que incesantemente le venden, de que nació incompleta. Le falta color, por tanto debe maquillarse; sus pestañas son cortas, por ello se hace necesario que compre unas largas para reemplazar las propias. La uñas que hasta cuando eras niña debías llevarlas muy cortas, una vez comienzas tu adolescencia te obligarán a lucirlas largas y a barnizarlas con colores escandalosos para que iluminen desde la distancia. Y si eres una inútil, estúpida y poco mujer, que te las dejas quebrar, habrás de comprar unas postizas que taparán tu poco sentido de la feminidad.

Si tus pechos son pequeños para el estándar social de la imagen que debe proyectar una mujer sensual, estás en la obligación de adquirir sujetadores con aumento, muy costosos, por cierto o, ahorrar mucho dinero para que el cirujano te raje tus senos, te introduzca una prótesis y que los moldee al antojo de los gustos populares.

Si tuviste la mala suerte de ser baja de estatura, deberás llevar siempre enormes tacones.

Y si has tenido la mala suerte de llegar al mundo sin suficiente carne en el culo, pues a acostarte con un hombre con mucho dinerillo, sin importar cómo lo ha adquirido, para que pague la costosa cirugía que rellena tus glúteos con sustancias ajenas a tu cuerpo, que lo destrozan, pero que consiguen que luzcas muy sexy con los pantalones vaqueros.

Y la misma mujer que germinó inacabada habrá de someterse a dolorosas intervenciones estéticas en las que le succionan la grasa que le sobra, le moldean la nariz, le hinchan los labios insignificantes que tiene, le sacan o le quitan pómulos, le cercenan las orejas, con el bisturí le cortan las arrugas y le abren los pechos para levantarlos, le quitan esas cejas horribles naturales para darles forma decente con un tatuaje permanente y, en algunos casos, hasta te quitan unas costillas para que tu cintura quede como la de una atractiva avispa.

Naciste mujer y, por tanto, poca cosa. Debes sentir vergüenza de tu cuerpo, del aspecto físico y color de tu cabello. Y si tuviste la mala suerte de ser baja de estatura deberás llevar siempre enormes tacones que te despedazarán los pies y tu columna vertebral, pero te maquillarán ese terrible defecto de haber nacido baja. Y aun teniendo la estatura aprobada por los legisladores de los cuerpos femeninos que dictan cuál es la altura ideal de las mujeres, aun así, has de llevar siempre contigo unos taconazos de aguja de al menos 20 centímetros para complacer a todos los que critican a una chica que si no los calza, con seguridad es porque carga a sus espaldas esa dura losa de graves problemas de orgullo y amor propio.

A la mitad de la humanidad todos los días de su vida le dicen cómo debe mejorar todas esas imperfecciones con las que miles de millones ha tenido la osadía de nacer. Por ello, desde que comienza a tener noción de su género, la  mujer debe ser consciente de que cada día de su vida ha de hacer algo para tapar los múltiples defectos que, por fortuna, el otro género, el hombre, no lleva consigo allá adonde va, porque no los tiene. Por ello él pertenece al sexo fuerte: el otro, el sexo débil, por supuesto, se ve empujado a hacer lo que sea, en contra de su propia naturaleza, con tal de satisfacer a ese sexo fuerte, porque su condición débil, frágil y de cerebro corto con la que la mujer asomó a este mundo así se lo exige: para ello, la industria la provee generosamente de múltiples prótesis que contribuyen a su incesante lucha para combatir sin recato sus infinitas carencias.

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