Fueron sus dedos los que hace unos 15.000 años comenzaron, en diversos lugares del planeta, a hurgar la tierra para sembrarla de semillas; también a través de ellas, con sus cuidados y mimos, consiguieron domesticar a los primeros animales. Sin saberlo, serían esas manos las que plantarían las civilizaciones del mundo conocido.
Gracias al surgimiento de la agricultura los seres humanos se sedentarizaron, dando origen a la creación de pequeñas y grandes poblaciones. Los hombres dejaron la cacería como elemento de supervivencia, mientras que las mujeres, con esas manos que acariciaban y cuidaban de sus hijos, se convirtieron en las primeras recolectoras de los excedentes de las cosechas. Agricultura y civilizaciones van cogiditas de la mano.
Serían las sumerias y los sumerios -subrayo a los dos sexos porque las mujeres fueron las creadoras de la agricultura-, quienes hace unos 12.000 años, debido a la canalización de los ríos Tigris y Éufrates, a la fabricación de herramientas para la siembra y a los cuidados de animales de corral, los primeros humanos sobre la tierra que impulsaron los grandes avances de la humanidad. La invención de la rueda, las matemáticas, la escritura, la partición del día en 24 horas, cada hora en sesenta minutos y cada minuto en sesenta segundos, la agricultura, y la domesticación de animales para consumo humano, son el cimiento de esas columnas fundamentales que hoy todavía nos mantienen de pie como sociedad; lejos ya de nuestra historia de nómadas.
La agricultura se ha convertido en un proceso industrial, con buena y mala fortuna: por un lado ha conseguido alimentar a la mayoría de los humanos, pero desde otra perspectiva, las ansias de enriquecimiento privado nos están llevando en parte a la destrucción de la tierra como principal fuente de alimentos y a generar hambrunas en diversos lugares del planeta. Pese a ello, en la actualidad existen unos 3.500 millones de campesinos que sin mucha diferencia, hace doce milenios cuidan de la tierra para el sustento de familias enteras en el mundo: ellos son quienes ahora nos alimentan en todo el planeta.
Son millones los que todas las madrugadas se levantan para ir a los cultivos a sembrar, limpiar, recolectar y almacenar lo que la tierra les entrega después de que, con esas manos, la han consentido y acariciado. Cada jornada se anticipan a la llegada del sol con el fin de ir a cuidar los sembradíos, y regresan a sus casas minutos antes de la llegada de la luna.
Son estas manos, estas entrañables y preciosas manos las que todavía, por fortuna, mantienen viva la tierra. Ellas son nuestro origen y también nuestra gran promesa de futuro.
OLGA GAYÓN/Bruselas