Mujeres en la ciencia: debate y homenaje

Cada 11 de febrero se celebra el Día internacional de la mujer y la niña en la ciencia proclamado por la Asamblea General de Naciones Unidas en diciembre de 2015. No está exenta de polémica esta celebración que hace parte de una fórmula de discriminación “positiva” que se viene implementando en instituciones como la Unesco o el Minciencias colombiano, pues hoy por hoy hay más mujeres que hombres en Educación Superior. Por ejemplo, en Colombia el 53% de estudiantes universitarios es de sexo femenino, mientras que en EEUU son el 57%, y la tendencia es a que esa brecha se amplíe, como viene sucediendo en este siglo.

Hace unos años, cuando ejercía la dirección de investigación en una universidad, encontré que en el programa de Jóvenes Investigadores de Colciencias el porcentaje de beneficiados era significativamente mayor en el sexo femenino, sin necesidad de una política de discriminación “positiva”. En resumen, podría argumentarse que es más pertinente impulsar una política de equidad que una de tipo compensatorio respecto a generaciones anteriores, que podría estar llevando a reemplazar una brecha por otra inversa.

A veces se arguye que el análisis debe centrarse en las carreras STEM (ciencias naturales, matemática e ingenierías), donde los hombres aún son mayoría, a pesar de que no hay impedimento para que las mujeres accedan a estas carreras. Los que promueven ideologías arraigadas en el construccionismo social creen que todo fenómeno social que sea diferencial entre los dos sexos, se debe a causas culturales, es decir, niegan la biología. Sin embargo, numerosos estudios muestran que hay diferencias de comportamiento y preferencias entre los dos sexos, independientemente de factores culturales. Un ejemplo, atinente al tema de la escogencia de profesión, es la llamada “paradoja de la igualdad” como se explica en este documental noruego o en este otro de Roxana Kreimer. La “paradoja” es que a mayor igualdad entre los sexos en una sociedad no le corresponde una menor diferencia de gustos, preferencias o formas de comportamiento, es decir, no hay correlación. En todo caso, el asunto no se dirime con prejuicios ideológicos sino con investigación empírica: “dato mata relato”.

Si el lector aplicó adecuadamente su comprensión lectora en el párrafo anterior, tendrá claro que no estamos negando la influencia de factores culturales, sino recalcando que no son la única influencia y que no podemos desconocer la influencia de la biología.

Por otro lado, STEM no es lo mismo que ciencia o investigación. En ciencias sociales o en ciencias de la salud, por ejemplo, también se hace investigación científica, profesiones que suelen ser de mayoría femenina. Concluyo diciendo que no es necesario ni deseable que en todas y cada una de las profesiones y oficios tenga que haber 50% de hombres y 50% de mujeres a las buenas o a las malas.

A pesar de todo lo dicho, que es material reflexivo para el debate, pongámonos ahora en sintonía con la celebración y vayamos a la historia de la ciencia, para homenajear a algunas de las mujeres pioneras que abrieron camino a la creciente participación femenina en la aventura científica que hoy observamos. Como fui fundador de un planetario y una de mis pasiones es la divulgación de la astronomía, voy a poner la lupa en mujeres astrónomas.

Mucho antes de que Jocelyn Bell codescubriera la señal “LGM-1” (Little Green Man, bautizada así porque parecía ser producida por extraterrestres inteligentes) en 1967 -primer púlsar detectado- o que Vera Rubin descubriera la masa faltante en algunas galaxias al analizar sus curvas de rotación en 1970 -primera noticia de la materia oscura- hubo un grupo de mujeres que dejaron huella profunda en la historia de la astronomía: se conocen como “las computadoras de Harvard”.

Este innovador equipo se gestó por iniciativa del astrónomo Edward Charles Pickering, cuando fue director del Harvard Observatory entre 1877 y 1919. Por allí pasaron varias decenas de mujeres, unas con grado en astronomía y otras con aprendizaje empírico ad hoc. La primera fue la escocesa Williamina Fleming que pasó de ser empleada hogareña de Pickering a ser su asistente en el observatorio. Unos años después, con los ingresos de una donación de la viuda del médico y astrónomo aficionado Henry Draper, contrató a más mujeres. En esa época se iniciaba la astrofotografía y la astroespectroscopia y el trabajo de ellas era analizar las placas y los espectros para catalogar las estrellas. En 1890 el observatorio publicó el Catálogo Henry Draper, con 10.000 estrellas, pero se siguió ampliando en las décadas subsiguientes hasta llegar a 359.000 estrellas en 1949 y aún se usa por astrónomos aficionados.

Williamina Fleming descubrió 59 nebulosas, 310 estrellas variables, 10 novas e identificó la primera enana blanca. Fue la primera mujer con un cargo institucional en Harvard y también la primera en ser aceptada en la Royal Astronomical Society de Londres, entre otros reconocimientos.

Annie Cannon, quien contaba con formación en astronomía y física, ingresó en 1896 al observatorio y pronto revolucionó el sistema clasificatorio utilizando la temperatura estelar superficial como criterio. Fue la persona que más estrellas clasificó en el planeta Tierra, mientras ese procedimiento fue manual. Descubrió 300 estrellas variables, 5 novas y una binaria espectroscópica. Recibió notables reconocimientos, incluso un cráter lunar y un asteroide llevan su nombre.

Pero faltan los dos mayores descubrimientos. Henrietta Leavitt, que también era casi sorda como Cannon, estudió las estrellas variables cefeidas, cuyo brillo varía con regularidad. Al analizarlas en las Nubes de Magallanes encontró en 1912 una correlación entre luminosidad y duración del período, lo que permitió establecer un método para medir distancias astronómicas, una herramienta cuya importancia es imposible exagerar. No hay historia de la astronomía que no mencione a Leavitt y su descubrimiento.

Por último, pero no menos importante, nos encontramos a la inglesa Cecilia Payne, quien muy joven fue colaboradora de Annie Cannon en Harvard, pero cuyo gran descubrimiento lo realizó con su tesis de doctorado en el Radcliffe College a los 25 años, la cual es considerada una de las tesis doctorales más trascendentales de la historia. Se tituló Atmósferas estelares, una contribución al estudio observacional de las altas temperaturas en las capas inversoras de las estrellas. Basada en el trabajo del indio Meghnad Saha, logró establecer allí que el hidrógeno es, de lejos, el componente principal de las estrellas, en contravía de la opinión que primaba en esa época de una composición no muy diferente a la Tierra. Con este gran descubrimiento despegó la astrofísica como ciencia.

@jsenior2020

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