Médicos carniceros en el país de los hornos clandestinos

Por JORGE SENIOR

Gracias a la JEP los colombianos hemos tenido la oportunidad de escuchar en confesión, como si del rito cristiano se tratara, a militares, paramilitares y farianos. Faltan los “terceros”, los financiadores, los autores intelectuales, las élites terratenientes y empresariales que prohijaron la barbarie.

Uno tras otro los victimarios suben al atril y cuentan con dolor patente, porque al fin y al cabo son humanos, su reguero de crímenes en serie. Y lo hacen de frente a las víctimas sobrevivientes, los familiares de los asesinados, cuyo dolor es incomensurable. El dolor impuro de los matones me produce una extraña sensación que no sé describir, como una revoltura de intestinos, mientras el dolor inocente de las víctimas me conmueve hasta el tuétano de mis huesos, invocando lágrimas de solidaridad y empatía.   

De esas tremendas confesiones va surgiendo la verdad, ya denunciada por muchos desde la época de los acontecimientos, pero negada u opacada por los gobiernos, políticos y medios de comunicación, con escasas y dignas excepciones. Queda claro que no eran mentira, no eran propaganda o acusaciones sin fundamento las denuncias de organizaciones defensoras de los derechos humanos, a las cuales llegaron a acusar de cómplices de un bando. De esa verdad que aflora surge la noticia más tenebrosa, sólo comparable al holocausto nazi: el descubrimiento de los hornos crematorios clandestinos que servían para borrar la huella de los crímenes. Ya no eran las fosas comunes o los cadáveres flotando en los ríos. La ciencia y la tecnología actual permite extraer mucha información de los restos humanos, por tanto había que desaparecer por completo los cadáveres, volverlos humo.

Los hornos crematorios construídos con plena intención y planeación, evidencian la sistematicidad de lo que sólo puede calificarse como genocidio, perpetrado por paramilitares en connivencia con sectores militares. Es el horror fríamente calculado. Hornos que deberán convertirse ahora en monumentos a la memoria de las víctimas y constancia de la vileza y crueldad de los victimarios. Hornos que nos cuestionan como sociedad, pues todos los que cerraron los ojos, los negacionistas, los que distraían la mirada, los que guardaron silencio, los indiferentes, los alienados, los que votaron por los aliados de los perpetradores, todos esos ciudadanos del común, que son millones, tienen su cuota de responsabilidad también.

En la nación colombiana los niños crecen con la insensibilidad a flor de piel. Imitan a los adultos que han normalizado el horror. Si eso es así, no tenemos futuro. La ansiada paz no podrá florecer en nuestra patria. Lo que está haciendo la JEP es de una importancia trascendente para Colombia, pero… ¿Cuántas personas ven las transmisiones de la JEP en directo o diferido? ¿Cuántas personas se informan adecuadamente de la verdad que va saliendo de todas esas confesiones? ¿Por qué un partido de la Selección Colombia -que es sólo un juego irrelevante- tiene mucho más rating? ¿Por qué millones y millones de colombianos miran hacia otro lado? No hablo de los hinchas de la extrema derecha que persisten en negar lo innegable o defender lo indefendible, sino de ciudadanos comunes y corrientes cuya indolencia e indiferencia es el peor síntoma de hasta dónde hemos descendido como nación.

Esa degradación moral de la sociedad es lo que explica otro caso que ha sido noticia en estos días. Un grupo de médicos ha sido condenado por la Sala Penal del Tribunal Superior de Bogotá, revocando la decisión absolutoria del juzgado 37, por hacer fraude al Ministerio de Educación con títulos falsos de posgrado en cirugía plástica, avalados por una universidad brasileña de medio pelo (ver aquí). Los médicos sí fueron a Brasil, pero quedó demostrado que los breves tiempos que estuvieron en ese país son apenas una ínfima fracción del tiempo necesario para estudiar un verdadero posgrado que acredite la idoneidad y la capacidad para hacer intervenciones quirúrgicas en esa especialidad.

Hay dos circunstancias que agravan el delito cometido. La primera es que su práctica médica deficiente dejó víctimas por malos procedimientos quirúrgicos. Una de ellas es la periodista Lorena Beltrán, quien a raíz de hechos sucedidos hace casi una década, lideró la campaña “Cirugía segura ya”. La segunda es que estos médicos carniceros, a sabiendas de su culpabilidad, no han querido reconocer el fraude, sino que insistieron en continuar ejerciendo y estafando clientes. No contaban con los registros de salida y entrada del país, prueba irrefutable del fraude. Se necesita ser muy cínico y carente de ética para hacer fraude al Estado, estafar y causar daño a pacientes y encima tratar de tapar el asunto para salirse con la suya. ¿Qué pasa por la mente de estos codiciosos sujetos para ser tan malnacidos?

De seguro estos no son los únicos de casos de falta a la ética médica y mala práctica quirúrgica. Según cifras oficiales de 2017, hasta ese momento en Colombia ya se habían producido 30 víctimas letales por cirugías plásticas mal practicadas. Y eso sin mencionar cientos de casos donde el paciente no muere pero su cuerpo queda deformado y afectado de manera grave.

Si estos degenerados son profesionales “prestantes” que han pasado por universidades y gozan de alto nivel de vida, podemos imaginar las circunstancias de un soldadito muy joven, sin estudios ni oportunidades, presionado por sus mandos, incentivado por políticas del alto gobierno, a la hora de enfrentar la disyuntiva moral de cometer un “falso positivo”, es decir, un vil asesinato, o desobedecer y someterse a las consecuencias. Ya sabemos que sucedió en por lo menos 6402 casos.

Y hasta aquí los deportes, ¡país de mierda!     

@jsenior2020

Blog

Sobre el autor o autora

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Social media & sharing icons powered by UltimatelySocial