Los niños del Amazonas: una aventura “fantástica”

“El mayor Eliécer Muñoz se abalanzó sobre la tortuga, la amarró con una cuerda y le dijo: morrocoy, usted me va a entregar los niños o si no me le voy a comer el hígado”.

La frase anterior está en la página 168 del libro Los niños del Amazonas, de Daniel Coronell. Un relato más cercano a la ficción que a la realidad, si se quiere, pero que habría constituido el punto de partida para el hallazgo por fin exitoso, un mes y diez días después de extenuante búsqueda, de los cuatro niños perdidos desde el pasado 1 de mayo en la selva amazónica colombiana.

Pero la sorpresa es doble cuando, luego del rescate, en la página 176 encontramos esto: “Los voluntarios indígenas decían que el yagé había apartado la oscuridad y la incertidumbre. El primer punto de parada fue el lugar donde habían dejado al morrocoy amarrado. -Llegamos ante el bicho -relata el mayor Eliécer Muñoz- y le dimos las gracias por las instrucciones que nos había dado. Lo dejamos en libertad y le dijimos “Morrocoy, bien puede irse”.

Ese ‘mayor’ no era un oficial del Ejército (cuyos mejores rescatistas por cierto se sumaron a la búsqueda, comenzando por el general Pedro Sánchez al que el autor le dedica un capítulo biográfico), sino un líder espiritual de los indígenas que recibe ese rango, el de mayor.

Parecería entonces que la tesis central del libro de Coronell apunta a que el éxito de la operación fue posible gracias a la ayuda de una planta alucinógena conocida como yagé, pues una simple poción, cuya preparación ordenó otro mayor indígena, José Rubio Calderón, fue transportada en helicóptero desde San José del Guaviare hasta un helipuerto improvisado cerca del lugar del accidente, construido -óigase bien- solo para recibir dicho potaje.

Es un relato fascinante la manera como el mayor Rubio, ya bajo los efectos del brebaje, habría luchado contra el duende que ocultaba a los niños de los rescatistas y quería impedir a toda costa su rescate: “el espíritu lo sostuvo agarrado por la garganta unos largos segundos, suspendido en el aire. Cuando ya sentía que iba a morir por la asfixia, lo arrojó de espaldas contra un árbol”.

La lectura del libro de Coronell no deja dudas respecto a que el trabajo mancomunado entre Ejército e indígenas constituyó una proeza, marcada por grandes dosis de paciencia y planeación metódica. Ahora bien, no se debe olvidar que la primera gran proeza estuvo a cargo de la niña Lesly Jacobombaire Mucutuy, de 13 años, quien protegió y sacó con vida a sus tres hermanitos durante una prolongada travesía de supervivencia. ¿Algún día ella decidirá contar su experiencia? Qué bueno sería.

Pero hay una tercera proeza imposible de omitir, y es la del autor del libro que en apenas cinco meses, luego del glorioso hallazgo, fue capaz de formar un equipo de reportería e investigación que le acopió la información requerida para sentarse a redactar y entregar a impresión en los primeros días de noviembre un producto final, editado y distribuido por Aguilar, de la casa Random House.

Puedo estar equivocado, pero hubo un suceso que tal vez dejó ‘timbrado’ a Coronell en su orgullo de reportero y le habría impulsado a sacar pecho (¿o a sacarse el clavo?) mediante la escritura del libro. Se relaciona con una falsa alarma que se presentó el 17 de mayo, dieciséis días después del accidente de la avioneta. A eso de las 3:30 p.m. se recibe una información transmitida por radiofonía, según la cual “los menores están siendo transportados en lancha río abajo y están vivos”.

La información llegó sin confirmar a los mandos militares en la zona y el rumor seguía creciendo, hasta un punto en que “la revista Semana publicó a toda velocidad la noticia, atribuyéndola a sus propias fuentes: “Primicia, milagro en la selva”. Y en el vértigo de la primicia ese medio habló de algo que no podía tener: “En imágenes: así sobrevivieron los niños y el bebé que cayeron en la selva”. Luego, a las 4:43 de la tarde, el propio presidente Petro anunció en su cuenta de Twitter que “hemos encontrado con vida a los cuatro niños (…). Una alegría para el país”.

Para casi todos los medios era la confirmación definitiva, excepto para la revista Cambio, que afirmó que ni la Aerocivil ni los puestos de mando corroboraban la aparición de los niños, motivo por el cual “muchas cuentas en redes sociales empezaron a atacar la publicación tachándola de pesimista, mentirosa, de no querer que los niños volvieran de la selva y de atreverse a poner en tela de juicio a la primera autoridad del país”. (Pág. 116).

Lo cierto es que al final se comprobó que era una noticia falsa y, como dije atrás, este pudo ser un motivo adicional por el cual el propio Daniel Coronell se apresuró a sacar el libro: para demostrar que como periodistas responsables él y el director de Cambio, Federico Gómez Lara, se negaron a publicar una información que no estaba debidamente confirmada.

Pero no solo ahí estuvo la tercera proeza, sino, como lo cuenta el mismo autor, en el hecho de que el libro lo escribió en un momento especialmente crítico de su vida, en el que “me sumí en la angustia, encontré caminos, perdí la cuarta parte de mi peso y volví a un antiguo y amado trabajo”. (Pág. 217).

Esta columna pretende entonces hacerle un merecido reconocimiento a un periodista injustamente vilipendiado, sobre todo por sectores del petrismo radical que creen que cuando Coronell se aparta de la verdad oficial es porque ejerce oposición política contra el gobierno, pese a que solo procura cumplir con la única misión posible que se le puede encomendar al periodismo: ir en busca de la verdad.

Y que conste, esto lo dice un convencido de que el columnista Julio César Londoño soltó una verdad de a puño cuando en columna para El Espectador hizo esta afirmación: “Sigo creyendo en los beneficios del proyecto de la Colombia Humana: a nadie, salvo a los buitres y a las funerarias, le conviene el fracaso de este Gobierno”.

Parra no darle más vueltas al asunto, del mismo modo que la noticia más sensacional de 2023 fue el hallazgo y rescate vivos en las selvas del Guaviare de esos cuatro niños, el libro de Daniel Coronell hace justicia periodística -y sin duda literaria- con la trascendencia nacional e internacional del suceso.

@Jorgomezpinilla

* Imagen de portada, tomada de Cambio Colombia

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