Legisladores de la barbarie

Por PUNO ARDILA

—¿Vieron cómo nuestro nuevo coequipero le sacó al presidente los trapitos al sol con las cuentas de lo que se gasta en mercado? —gritó feliz Catalina Arana saltando mientras atravesaba el umbral del estadero.

—Claro que sí —respondió feliz Osquítar—; y no es el único, porque nuestro eminente representante Miguel Polo Polo ya le ha dicho en varias oportunidades cuántas son cuatro. Sí; este valiente muchacho ha salido a gritarle cómo es que Petro se está tirando este país. Gente como estos congresistas son los que necesitamos para que Colombia se salve. Ah, Polito, pollito; orgullosamente, el congresista más joven de la historia nacional.

—Y el más ignorante —advirtió El Sapo Inquisidor.

—¿Y eso a qué viene?

—A que la “gracia” de un congresista debe estar relacionada con sus conocimientos, que, por razones de bagaje, recorrido académico y experiencia, se consiguen especialmente por edad y recorrido. Senado se refiere a “senīlis”, ‘senil’; “senex”, ‘viejo’.

—El orgullo de un congresista —intervino el ilustre profesor Gregorio Montebell— no debe ser por su corta edad ni porque tenga más seguidores en Tiktok, sino por ser más capaz, no de insultar ni decir vulgaridades, sino de proponer leyes, debatir con argumentos y controlar con pruebas de investigaciones fundamentadas. Desde las comunidades ancestrales, la base del gobierno se tiene en un “consejo de ancianos”, precisamente porque “sabe más el diablo por viejo que por sabio”, y toda esta partida de buches que integran el Congreso, como Polo y Hernández y tantos otros, no saben más que de mamar, de acuerdo con su precisa definición.

Justamente la semana pasada la brillante y merecidamente premiada periodista (esta sí periodista de verdad) Cecilia Orozco Tascón se refirió al pésimo nivel que tiene, con muy pocas excepciones, el Congreso de la República, integrado por “líderes” influenciadores como Jotapé; ignorantes como Miguel Polo; oportunistas como Katherine Miranda y tantos otros; y despistados como Susana Boreal; por no hablar de las coscorrias, como Valencia, Cabal, etcétera, etcétera, que fundamentan su “argumentación” en la gritería y en la injuria. Todos aterrizados allí por la mal entendida y mal interpretada democracia colombiana.

@PunoArdila

* Imagen de portada, tomada de El Espectador

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