¿La verdad es una sola?

Por JORGE SENIOR

Más de cuatro mil instituciones educativas en todo el país se han sumado voluntariamente al programa “La escuela abraza la verdad”.  Y se siguen sumando más. Se trata de aprovechar el resultado del gigantesco esfuerzo de la Comisión de la Verdad por medio de una versión didáctica de su informe y compartirlo en las escuelas del país en un proceso de amplia conversación sin imposiciones.  Es un paso necesario para que maestros, niños, jóvenes y padres de familia se aproximen a los hechos del conflicto que ha ensangrentado a Colombia durante décadas, pues ellos tienen derecho a estar informados. 

Ya se ha vuelto común la crítica a la ausencia de la enseñanza de la historia en las escuelas, una falla que afecta la educación para la democracia y la convivencia, menoscabando así la construcción de ciudadanía.  Este programa de difusión es entonces un aporte a la solución de ese vacío que es el desconocimiento del pasado.  Llenar ese vacío es una manera de buscar la reconciliación de la sociedad colombiana, fracturada por décadas de enfrentamientos, para pasar la página y darle paso a una era de paz.

No obstante, desde que salió el informe de la Comisión, el uribismo lo atacó, aún antes de haberlo leído.  Voceros y bodegas uribistas han tergiversado el informe y ahora que se difunde en las escuelas señalan tal ejercicio educativo como “adoctrinamiento”.  Curiosamente nunca han calificado de adoctrinamiento a la tradición fantasiosa llamada ‘religión’, que se imparte en las escuelas. Vale decir que el informe recoge las atrocidades cometidas por todos los actores: grupos guerrilleros, paramilitares y fuerzas oficiales con el apoyo de diversos sectores sociales en cada caso.  Pero para la senadora Paloma Valencia, las atrocidades cometidas por el Estado no le quitan legitimidad ni lo equiparan a los otros actores pues, según ella, fueron hechas por funcionarios corruptos, no por el Estado como tal. Es el manido argumento de las “manzanas podridas” en contraposición a la sistematicidad. Ahora el “Centro Democrático” anuncia que editará una cartilla con una narrativa alternativa, cuyo contenido algunos etiquetan como “la verdad uribista”.

Que estemos pasando de una guerra a físico plomo a una especie de “guerra de narrativas” podría considerarse un avance.  Por lo menos las cartillas no matan, no dejan viudas y huérfanos, no amputan ni violan. Sin embargo, aquí surgen preguntas de fondo: ¿será que hay una verdad para cada sujeto político? ¿Hay una verdad de izquierda y una de derecha, o una verdad uribista y una antiuribista? ¿Las víctimas tienen su verdad y los victimarios tienen otra igualmente válida? Estas preguntas tienen un trasfondo filosófico.  Y aquí es pertinente recordar un comentario del más importante de los filósofos latinoamericanos, Mario Bunge.  “No por despreciar la filosofía se salvará uno de ella.  En efecto, cuando decimos que la filosofía no nos interesa, lo que probablemente hacemos es sustituir una filosofía explícita por otra implícita, esto es, inmadura e incontrolada”. 

Desafortunadamente, la filosofía científicamente informada, de alta calidad por el rigor que la caracteriza, no es la más conocida por fuera del ámbito filosófico.  El público en general lo que conoce por filosofía es una historia de ideas esquemáticas de personajes antiguos que aprendió en el colegio o filósofos actuales que escriben ensayos sumamente especulativos y actúan como gurúes mediáticos, venden muchos libros pero el rigor no es lo suyo.

Entre estas corrientes nefastas, una de las que más impacto ha tenido es el posmodernismo, que impulsó una vieja idea que considera a la verdad como algo relativo, subjetivo, determinado por sectores hegemónicos de la sociedad.  Estas ideas calaron en las izquierdas, permeando sectores que terminaron cayendo en el oscurantismo anticiencia. Y desde luego, estas ideas relativistas también calaron en sectores académicos, en las ciencias sociales, en las nuevas generaciones de maestros y estudiantes.  Se fue popularizando la tesis de que cada quien tiene su verdad y que la verdad objetiva no existe.  En el estudio del pasado, por ejemplo, la memoria se puso de moda, opacando a la historiografía.

Así que no deja de ser irónico que en Colombia, ahora la derecha se aprovecha del relativismo de la verdad impulsado por la izquierda europea, despreciando la objetividad y amparándose en la subjetividad, de modo que la búsqueda de la verdad, en vez de ser un trabajo científico, termina convirtiéndose en una lucha política.  Digámoslo con todas las letras: no hay una verdad uribista. Tampoco hay una verdad de izquierda. Puede haber versiones, sí. Y los testimonios son plurales. Esos relatos pueden alcanzar consensos o chocar entre sí. Pero un hecho es un hecho, aunque haya varias perspectivas.  La verdad objetiva se construye sobre las evidencias de los hechos y con métodos que minimizan la subjetividad. 

La Comisión de la Verdad no se llama así.  Su denominación correcta es Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad y por ello su sigla es CEV. Esa E en la mitad es clave.  Esclarecimiento implica investigación con método, búsqueda de evidencias y si toca trabajar con testimonios será preciso cotejar múltiples versiones independientes, perspectivas diversas y dentro de todo esto se destacan las confesiones.  Así, por ejemplo, la existencia de los llamados “falsos positivos” es una verdad objetiva ya establecida, tanto en el plano histórico como judicial. Las valoraciones, por ejemplo sobre sistematicidad y legitimidad, ya van más allá de los hechos.  Pero se debate mejor sobre las valoraciones cuando los deliberantes se fundamentan en hechos, en evidencias. 

Trabajos como los realizados por el Centro Nacional de Memoria Histórica cuando fue liderado por Gonzalo Sánchez o por la CEV conducida por Francisco De Roux, son confiables como buenas aproximaciones a la verdad objetiva en la medida en que utilizaron metodologías lo más rigurosas posibles, no por los millones de votos que sacó Santos en 2014 o la coalición liderada por la izquierda en 2022.  Si el uribismo quiere inventarse una narrativa que no esté respaldada por un trabajo investigativo serio, su resultado será un fiasco, independientemente de la fuerza política que tengan.

@jsenior2020

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