La ‘salud’ de los enfermos y la cáscara de naranja

Por ANTONIO REYES

– Julio Cortázar tiene un cuento maravilloso que se llama La salud de los enfermos, y gira en torno a la familia de una señora a la que le mienten para ocultarle que su hijo murió. Ni siquiera los médicos le cuentan sobre la muerte del hijo, para protegerla.

Con el paso del tiempo la familia se ve atrapada en una red de sus propias mentiras para mantener a la madre en la oscuridad. Pero ella, ad portas de su muerte, les cuenta a los hijos cómo ella ya sabía lo que ocultaban… ¡por una corazonada!

La historia explora temas como la mentira, la comunicación, la responsabilidad y las consecuencias éticas de ocultar y velar la verdad. En este cuento encontramos la “solidaridad de cuerpo” que también se hace evidente en el periodismo actual y en una verdad que, trozo tras trozo, se ha ido desgarrando del dolor de las madres víctimas de los falsos positivos.

Como en memoria Kafkiana, Amaranta Hank rememora en X una historia sobre su padre y cómo los muertos en el gobierno de Álvaro Uribe se habían convertido en parte del paisaje. Su papá era albañil y trabajaba ‘arriba’, arreglando unos hornos. ‘Arriba’ era la zona paramilitar y los hornos eran los mismos que mencionó Mancuso. (Ver trino).

Para nadie estaba mal lo que sucedía y, como nadie decía nada, parecía que todo iba bien. Sin embargo, con el tiempo, incluyendo las declaraciones de Mancuso ante la JEP, eso que se mostró como paisaje de “recuperación del país”, en realidad fue la catástrofe que abonó de muertes sobre muertes las tierras campesinas.

Los militares, silenciosos, junto a los administradores de turno, llámense Partido de la U o Centro Democrático, se han valido de la solidaridad de cuerpo para ampliar y difundir las mentiras, contando una historia que recapitulan así: en la lucha contra el terrorismo, valiéndonos de las armas de la nación exterminamos el germen comunista que pretendía dominar las instituciones democráticas. Eran terroristas.

Años después, nos hemos podido dar cuenta que muchas de las bajas que presentaron en combate no eran terroristas, ni era una guerra “justa”, en la que valía la pena “suspender los derechos humanos en nombre de los derechos humanos”. Los asesinatos en masa, cometidos por la fuerza pública con ordenes administrativas firmadas como directivas, eran bajas de personas comunes y corrientes, como quienes las cometían cumpliendo órdenes y trámites burocráticos para ganar una caja de arroz con pollo y llevar “litros de sangre”.

De la misma manera, el afán del clic y la cáscara de piña están llevando a crear mentiras o verdades a medias, con claro afán tendencioso. Y para validarlas existe, como en el Ejército Nacional y entre el partido con mayor número de convictos, una abigarrada solidaridad de cuerpo. Se indignan, hacen llamamientos a la libertad de expresión y doña Salud ataca la reforma a la salud, mientras esconden que son los que con su periodismo contribuyen a enfermar a Colombia.

En este contexto sería importante analizar cuál ha sido el papel de los medios en la prolongación del conflicto armado, dado que su ética, al decir de Daniel Coronell, se diluye en la cascara de piña.

La responsabilidad de los hechos durante el conflicto armado sin duda alguna debe llegar también hasta los medios de comunicación, inclusive a quienes recostados en la zona de confort de sus micrófonos y sus titulares retorcidos siguen ejerciendo la distinción discriminatoria entre la gente de bien y los ‘salvajes’ que se tomaron con faldas y bastones la sede editorial desde la cual ciertos poderosos oligarcas administran “la salud de los enfermos”. 

@antonologia

Jesús Antonio Reyes es sicólogo, MsC en sociología económica y estudiante de doctorado en sociología en la Escuela de Altos Estudios Sociales de la Universidad Nacional de San Martín. Investigador en temas de conflicto armado, guerra civil y construcción de procesos de memorias.

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