La nostalgia del cuerpo que no habitamos

“La edad adulta trae consigo la ilusión perniciosa del control, y acaso dependa de ella. Quiero decir que es ese espejismo de dominio sobre nuestra propia vida lo que nos permite sentirnos adultos, pues asociamos la adultez con la autonomía, el soberano derecho a determinar lo que va a sucedernos enseguida. El desengaño viene más pronto o más tarde, pero viene siempre, no falta a la cita, nunca lo ha hecho”. El ruido de las cosas al caer, Juan Gabriel Vásquez

Por YESS TEHERÁN

El último día de su vida el coronel Aureliano Buendía afirmó que la nostalgia era una trampa de la memoria, un artilugio para añorar un lugar que no se habita; y acaso él mismo cayó conscientemente en ese engaño, al recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo.

Como el coronel, solemos proyectar en nuestra memoria algún recuerdo que nos hace creer que todo tiempo pasado fue mejor. Pero, ¿qué sucede cuando proyectamos lo que nunca ha sucedido? ¿Se puede añorar algo que apenas hemos imaginado, que jamás hemos visto? ¿Por qué acudimos a este artificio, a lo imposible, en algún momento de nuestra vida?

Si aceptamos que la vida es un camino que se recorre, actuando bajo el influjo del libre albedrío escogemos una profesión, un trabajo, una compañía o un sitio dónde vivir. Bajo este espejismo de control, como lo menciona Juan Gabriel Vásquez, aceptamos el presente. Y entre mayores aspectos o etapas logramos resolver, aumenta el grado de satisfacción con lo que vivimos.

Sin embargo, el desengaño nunca falta a la cita. Tarde o temprano acude con distintos rostros. Quedarnos sin empleo, el encarecimiento en el costo de vida, una precaria atención en salud ante enfermedades que exigen constancia en tratamientos… Quizás sea esa presión moral la que de manera invisible nos empuja a tomar rumbos que se salen de nuestro control, arrojándonos al desamparo.

¿Qué sucede cuando el “deber ser” se impone por encima de los deseos? Aquel hombre que prefiere lucir cabello largo y barba hirsuta, debe renunciar a ese aspecto para conseguir un empleo de oficinista; o la chica acostumbrada a los piercings y estilo descomplicado, es obligada a adaptar su vestimenta a lo que se supone debe lucir toda maestra de un jardín infantil.

Así las cosas, la nostalgia no sólo es ese lugar que deseamos conocer sino ese cuerpo que debimos abandonar o que ya no habitamos. La necesidad de ser productivos, de lograr el reconocimiento y la validación familiar, nos induce a cumplir estos “deberes morales”, como Gil Pender, personaje de la película Medianoche en París: él intenta salir de la comodidad proporcionada por escribir guiones en Hollywood y decide explorar la verdadera literatura. Sin embargo, se ve seriamente cuestionado por su prometida y las expectativas financieras de esta.

En esa misma orilla se sienta Anny, personaje de La náusea de Jean Paul Sartre: cautivada por las imágenes de La historia de Francia, de Jules Michelet, ve allí una exaltación de hechos que juzga privilegiados. Bajo esta idea, construye todo un imaginario de la vida y los momentos perfectos; recordar una y otra vez esas láminas le proporcionan la nostalgia de un momento ideal, un retorno seguro a ese momento en el que aún no había perdido la fe.

Bajo la oscuridad que supone la insatisfacción presente, aparece como una luz remota la esperanza de lo deseado. Y, secretamente, la certeza de lo que nunca se tendrá. Quizá nunca podamos vestirnos como deseamos, es posible que no consigamos el empleo que nos dé esa sensación de estar realizados, o que a la vuelta de la esquina nos topemos de frente con la violencia… o con la falta de oportunidades.

Vivimos construyendo quimeras, como Anny, para hacer sostenible la vida cotidiana. Para convencernos de que detrás del desengaño se oculta una recompensa. Y es aquí, cuando la literatura acude a salvarnos, nos construye ese cuerpo inhabitado, esa otra vida anhelada, donde no tenemos que transformarnos en una pieza que encaje porque por fin sentimos completos.

Acudimos a la nostalgia para levantarnos en cada nuevo amanecer, con la secreta esperanza de ese milagro repentino que altere la monotonía. Retornando en espiral, como dijo el coronel Aureliano Buendía, a veces la añoranza puede ser esa trampa que nos haga lanzarnos a epopeyas signadas por el desamparo. Ahora bien, sin esas gestas increíbles de la vida diaria no podríamos comprender el momento que nos tocó y aceptarlo; conformes si se quiere, pero nunca resignados.

Otro cuerpo nos habita.

barcelonasilvo1

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