La mirada del que muere para que su verdugo viva

Por OLGA GAYÓN/Bruselas

¡Qué imagen más cruenta de la vida! Dos ojos que no se miran, pero cuya conexión es irremediable. Una pupila que en segundos dejará de regular la luz de una vida, y la otra que sabe que su vida se prolongará gracias a esta que morirá dentro de su vientre. La mirada que pervive seguirá filtrando los rayos de la luz para, entre otras, devorarse más miradas como esta, que garantizará su supervivencia.

Son dos ojos que por ser ajenos y muy lejanos, hoy se encuentran apenas a centímetros de distancia. El que se extinguirá de por vida deja ver que está presa del miedo, ya que para él ha sido sorpresivo ver que su vida llega a su fin, insertada en el arpón de precisión de este ave que, tras pescarlo, lo podrá devorar sin atragantarse, gracias a su extenso y flexible cuello.

Ahí vemos la viva imagen del último vestigio de vida, cuando esta es interrumpida abruptamente en el momento en que tal vez goza de su plena juventud. Quizás la intrepidez del pez, que lo hacía sentirse vigoroso e inmune a la muerte, consiguió que se convirtiera en un ser temerario que no calculó que los ágiles depredadores se encontrarían en las orillas donde él solía retar a su misma supervivencia. O, tal vez, por simple ley natural, se encontraba jugueteando por aguas no profundas para servir de alimento a este otro ser que necesita de él para no morir por falta de sustento. No sabemos nada. Pero lo que sí podemos constatar a través de estas dos miradas que quizás no pueden verse entre ellas, es que el débil siempre será devorado por el fuerte. Él mismo, el que se extinguirá en unos segundos, seguro que justo hasta ese momento, había sobrevivido gracias a tragarse enteros los cuerpos de otros seres vivos que ante su tamaño no tuvieron, como él ahora, una oportunidad para defenderse. 

El depredador que en esta imagen gozará de una suculenta comida también hace parte de la cadena alimenticia de otros. Por ejemplo, el halcón de cola roja podría devorarse a este que ahora se engulle a otro, en caso de que este, ahora feliz comensal, fuese todavía muy joven.

Apenas es una coincidencia, pero en esta grandiosa fotografía que refleja la muerte y la supervivencia al mismo tiempo, tanto depredador como víctima coinciden en lucir casi un igual color; el uno en su plumaje y el otro en sus escamas. Esta sincronía hace aún más bello y también más dramático este cruce de antagonismos de la vida. Y sus ojos, son inversamente proporcionales. El del cazador mantiene su pupila negra muy pequeña mientras que la de la presa está completamente dilatada: es posible que se haya agrandado cuando ha percibido que muy pronto para ella, y para siempre, la vida desaparecerá.

Vemos reflejada hoy ante nosotros en esta gran fotografía, esa ley de la vida, que no por ser natural, deja de ser injusta y despiadada.

Desconozco el nombre del@ autor@ de esta preciosa y a la vez cruel fotografía.

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