La invención de la soledad, según Paul Auster

Por GABRIEL F. MENDOZA*

En esta novela de Paul Auster hay una cita puntual: “Memoria, espacio donde todo ocurre por segunda vez”. Ella sintetiza el mecanismo de la vida para otorgarse sentido a sí misma, para justificarse como hálito o fuerza vital dentro de un cuerpo que habita un espacio. 

La invención de la soledad, de Auster, habla del duelo de un hombre por la pérdida de su padre. Luego del óbito, el protagonista emprende un periplo incansable en aras de reconstruir la imagen que tiene de ese hombre. La imprecisión surge de la dificultad para llegar a una forma objetiva en el recuerdo. “Quién no tiene memoria, se hace una de papel”, dijo Gabriel García Márquez alguna vez.

Como un axioma, la memoria condensa la intención del autor estadounidense para retratar desde la literatura el testimonio de su propio camino por el mundo, juntando claridades y sombras de modo aleatorio para desentrañar su historia familiar.

En el trayecto se da un juego de identificaciones, mediante dos grandes partes de la novela: en la primera, Retratos de un hombre invisible, aborda la narración ágil que reconstruye rasgos de la personalidad del padre. A modo de detective, el narrador se sumerge en la niñez y la crianza, que podrían servir de explicación a tantas contradicciones halladas en el protagonista. La narración presenta distancias entre la descripción de su padre y lo que él mismo interpreta, poniendo en evidencia que la memoria no es un recuento de sucesos objetivos ordenados en forma cronológica, sino un cúmulo de sensaciones que se desprenden en los significados de las presencias, las ausencias del padre y el peso que representan en su vida.

La segunda parte, más profusa, se dispersa en un halo amplio de reflexiones y correlatos abordados desde una imaginación lúcida. El libro de la memoria, como se titula la segunda parte da un vuelco a la máxima de Kierkegaard: “La vida sólo puede ser comprendida mirando hacia atrás, pero ha de ser vivida mirando hacia adelante”. Allí el autor se instala en su propia vida y en la concepción de ser padre y ser hijo, y cómo prevalecen los afectos aún en las más aciagas circunstancias. Sin el presupuesto del arte, sería imposible rebobinar la historia para comprender el presente narrado.

Esta obra de Paul Auster, publicada en los ochentas, aborda la muerte no como una elegía, sino como un punto de inflexión que permite expandir las posibilidades del lenguaje y sus vínculos con el total de las experiencias de la vida humana. Es entonces una apuesta meditativa que bordea los márgenes entre la novela y el ensayo.

El protagonista, como hijo y padre, plantea una escisión donde cada suceso cuenta, desde el más irrelevante, hasta los más angustiosos donde la vida estuvo en riesgo para exponer las profundas conexiones que se establecen en los vínculos afectivos y cómo estos terminan siendo el material de la historia de un hombre; lo que existe a partir de lo que se nombra y de cómo se nombra. Por ello, la palabra es el vehículo que de alguna forma nos enlaza a la Verdad con mayúsculas. En todo caso, nuestra Verdad, la que contamos para contarnos, porque incluso la memoria de alguien ausente es al fin de cuentas la elección de palabras recogidas para hacerlo existir.

La memoria es nutrida por el lenguaje, todo suceso cotidiano es trivial, baladí, hechos enmarcados en una sucesión que carece de interés. Pero basta la palabra precisa, pensada, sentida desde la más honda entraña de la soledad para resignificar el peso de cualquier vida. La novela es un homenaje a la palabra y cómo esta crea al mundo que recordamos, lo que fue, lo que es, lo que no volverá a ser.

gabriomendozar@gmail.com

@gabriomendoza

* Docente y escritor. Ha publicado trabajos literarios en antologías nacionales, y ensayos en revistas del medio académico. Artículos varios en El Espectador. Miembro de la Esquina Literaria.

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