Por YESS TEHERÁN
El 8 de marzo se conmemora o se celebra (ya una no sabe si lo uno o si lo otro) el Día Internacional de la Mujer. Como es sabido, se escogió esta fecha durante el II Encuentro Internacional de Mujeres Socialistas en Copenhague (1910) y luego proclamado por la Asamblea General de Naciones Unidas en 1975.
Desde entonces, este día ha pasado por distintas mutaciones e indudablemente ha sido objeto de polémica. De un lado, las múltiples manifestaciones de lucha y reivindicación de los derechos de la mujer por la igualdad; por otro, la reducción del concepto de “mujer” en la cultura popular.
Ambas posturas han transitado por los radicalismos más absurdos y desgastados con el paso de los años, terminando de perjudicar a la supuestamente homenajeada: la mujer.
Personalmente, detesto el día de la mujer. Pueden tildarme de amargada que insiste, agitando los brazos cual fanática, en los mismos argumentos que año tras año se repiten de por qué este día es una conmemoración y no una celebración. Y tendrán razón, soy una amargada, pero pretendo hacer un descargo de esta razonable acusación.
No comulgo con los radicalismos instalados en el feminismo, ya que mayormente se instalan desde una cómoda academia “siendo voceras” de la igualdad de género, distanciándose de las calles, de esas mujeres que se preocupan menos por la teorización de sus problemas: ellas lo viven; pero un sector del mismo sí tiene razón en cuanto al sentido mismo de la fecha: se trata de una conmemoración, no sólo por las obreras que murieron en el incendio de Triangle Shirtwaist, sino también por todas las mujeres que han perdido la vida para que hoy hallamos obtenido la igualdad legal en muchos aspectos.
Pero esta sociedad de consumo (de la cual no escapa Colombia) tergiversa cualquier intención o reivindicación. Se ha reducido durante años el concepto de “ser mujer”, prolongando los estereotipos de género que han sido nocivos a cualquier bando. Se acude a simplistas adjetivos para englobar algo tan complejo y diverso como lo es, identificarse como mujer: “el ser más hermoso de la creación”, “musa de inspiración”, “la más bella flor”.
Cada 8 de marzo recibo alrededor de diez tarjetas prediseñadas con una rosa de centro, con esas frases que se repiten hasta el cansancio, sin contar, la típica serenata que incluye sin faltar la canción de Vicente Fernández o de Ricardo Arjona. Desde osos de peluche, cenas, ramos de rosa, la torta en la oficina, se acuden a los mismos clichés para homenajear a la mujer.
Aunque varios de los mensajes de celebración inician con la idea de “fortaleza y valentía”, otros destrozan tal premisa con un “no queda otro camino que adorarlas”, frases que oscilan entre “eres musa y poesía” o “eres arte”; todas acentuando un concepto de debilidad femenina y un ofrecimiento de paternalismo protector.
Son frases y menajes difundidos en esquelas, videos y redes sociales, y casi nunca favorecen el proceso de identidad del género femenino. Es precisamente esta simplificación del concepto por el cual se ha luchado a lo largo de décadas, el que nos reduce a ser un sujeto débil, delicado, confinado a labores hogareñas o al sostenimiento de una familia. En síntesis, nos despojan de complejidad.
Pero esto también perjudica a quienes se identifican como hombres, sufren de esa presión social para hacer parte de la celebración, deben disponer de un presupuesto para cumplir con un libreto cada vez más obsoleto; resistirse, del lado de ellos y del lado de nosotras, implica un conflicto desgastante de explicaciones, malas caras y en ocasiones, en el caso de ellos, de un sutil linchamiento.
Pasado el 8 de marzo, se regresa a la normalidad del acoso callejero, el miedo a vestirse de determinada manera porque si llegamos a ser víctimas de un delito de connotación sexual, seremos culpables… por provocativas; se regresa a las desigualdades sociales entre los distintos sexos que aún persisten, pese a que se ha avanzado legalmente en la igualdad.
Se mueve el consumo masivo en todas estas formas elementales de celebración del día de la mujer, o se deslegitima la reivindicación cuando se pasa a un extremo feminista. En ambos casos la efeméride pasa sin pena ni gloria para el conflicto de fondo y el desequilibrio social; seguiremos siendo el ser más hermoso de la creación hasta el próximo 8 de marzo, cuando alguien nos haga caer en la cuenta de que eso también es violencia de género y se acabe hasta nuevo aviso esta conmemoración.