LA COMPRAVENTA

Por OLGA GAYÓN/Bruselas

En esta boda no se ve la cara de felicidad de quienes hicieron el gran negocio con ella: los vendedores, es decir los familiares o tutores de la niña que, a partir de la bendición de Dios, tendrá que entregar su cuerpo a un anciano decrépito que ha tenido el dinero para comprar, en el declive de su vida, la ternura, para recrearse en ella sin importarle que esa pequeña padecerá después de la boda unas náuseas perpetuas con solo mirarlo. Aquí no vamos a hablar de la tristeza infinita de la niña vendida como mercancía, sino de quienes fueron retratados por el pintor ruso Vasily Pukiriev en 1862, cuya obra tituló ‘Matrimonio desigual’.

Detrás de la víctima se encuentra un hombre joven, que podría ser su hermano o quizás el verdadero amor que, pese a adorarla, quizás su familia no pudo reunir todo el dinero para pagarla. A él también se le ve muy apenado.

Quien ejerce de sacerdote, engalanado con costosos ropajes, indiscutiblemente se encuentra satisfecho de ser el oficiante del negocio en el que, con seguridad, ha sacado una buena tajada. Se le ve muy dispuesto a satisfacer al comprador sin detenerse en el sufrimiento de la niña, que ha pasado de jugar con sus amigas a convertirse en un artículo de placer.

Los otros invitados y testigos, con seguridad, celebran el gran contrato del anciano poderoso. Pero a ninguno de ellos se le ve sonriente; tampoco al comprador. El viejo ha sido pintado retratando la vetustez que no puede esconder tras su valioso traje. Mira incluso con desconfianza la puesta del anillo que realiza el representante de Dios para oficiar compraventas de toda índole, en las que, por supuesto, la mujer es el género, el producto y el material de goce. ¿Tal vez piensa que pagó mucho por ella…?

Esta obra representa a la perfección el significado que en un comienzo y durante siglos tuvo para los contrayentes la celebración de una boda en la cultura occidental. Increíble, pero en pleno siglo XXI muchas uniones matrimoniales continúan siendo una mera compraventa en nuestro ‘avanzado mundo’. Y ya ni hablar de otras religiones, en las que comprar niñas para casarse, incluso menores de siete años, está contemplado, legislado y defendido por las leyes de sus respectivos países.

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