Por GERMÁN AYALA OSORIO
Una escalada de comentarios generó la cancelación definitiva de la cuenta que el presidente Donald Trump tenía en la red social Twitter. Sin duda, se trata de un acto de censura por parte de la señalada Red, en función -eso sí- de las violaciones a las reglas de juego establecidas para el uso de la tribuna de opinión. La misma que Trump usó para mentir y motivar a sus seguidores dentro de Estados Unidos para que se levantaran y desconocieran los resultados electorales que le dieron el triunfo al demócrata Joe Biden. Incitó a la violencia y desde esa plataforma digital redujo la discusión argumentada a la exposición de ideas en unos cuantos caracteres, sobre la base de mentiras y medias verdades.
Entiendo las reacciones de aquellos que rechazan la decisión oficial tomada por Twitter, de igual manera comprendo las de quienes aplauden el cierre de la cuenta, cuando Trump está a pocos días de convertirse en expresidente. En cualquier caso, estamos ante un acto de censura que debe entenderse en el marco de unas reglas establecidas -y violadas- entre un usuario y los propietarios de la red social. Este caso, debe servir para entender el relativo carácter democrático de las redes sociales, mediadas no solo por los intereses corporativos de sus propietarios y pautantes, sino por unas reglas de juego que de por sí limitan el derecho a la libertad de expresión.
Como suele suceder en casos sonados de censura (corporativa, en este caso), las reacciones apuntan a establecer comparativos con otros presidentes o políticos que usan la red Twitter como una trinchera ideológica desde la que lanzan “torpedos discursivos” cargados de violencia, que incitan a la comisión de delitos o insisten en continuar generando opinión pública, así sea repitiendo mentiras con la aspiración de convertirlas en verdades incontrastables.
Así como Trump usó su cuenta de Twitter para generar actos de violencia e imponer su verdad sobre hechos políticos públicos y de esa manera contrarrestar a sus críticos y detractores, el ciudadano Álvaro Uribe Vélez lo viene haciendo de tiempo atrás. Aunque ya una vez su cuenta fue suspendida, el expresidente colombiano hace uso de su trinchera en Twitter para justificar “masacres con sentido social”, o para insistir en las estratagema del engaño en que cayeron y se mantuvieron millones de colombianos que creyeron, ingenuamente, en su proyecto político.
El uso particular de la lengua para convencer a los ciudadanos con argucias, falsedades y apariencias suele estar asociado al cinismo de quienes apelan a este tipo de acciones. Pues bien, el expresidente y expresidiario colombiano salió en defensa de Trump, expresando desde su parapeto digital que “La libertad de expresión ha sido una conquista del Estado Democrático, preocupa que los gigantes tecnológicos impongan el retroceso”.
Lo dicho por el latifundista de Salgar conlleva un alto grado de desvergüenza si recordamos las acciones intimidantes que Él, en su calidad de presidente de la República de Colombia, aupó para amedrentar y perseguir a periodistas, académicos, investigadores sociales, defensores del ambiente y de los derechos humanos. Todos señalados por él mismo como “terroristas vestidos de civil”. A lo anterior se debe sumar el manejo irrespetuoso e intimidante que daba a sus amañadas ruedas de prensa, incluso en su condición de senador, a la que llegaban periodistas amanuenses para aplaudir y replicar sus mentiras y medias verdades. Recuerdo la vez en la que convocó a periodistas de todos los medios a un establo de su propiedad, con la clara intención de darle un manejo bovino al convite, donde atacó e irrespetó a la Corte Suprema de Justicia, que lo investigaba por varios delitos.
No podemos dejar de listar las intimidaciones a Noticias Uno, medio que al final salió del aire por razones económicas en 2019, sin que se pueda ocultar que sus periodistas sufrieron un proceso de hostigamiento por parte de Uribe y de actores económicos y políticos que hacen parte de esa cofradía llamada “uribismo”.
El caso de la revista Cambio también entra en el listado de acciones de presión política que Uribe y sus aliados más cercanos emprendieron para lograr que El Tiempo anunciara la muerte de la revista, después de que informó sobre los manejos irregulares de la política Agro Ingreso Seguro (AIS). Al final, lo que queda claro es que la “muerte” de Cambio obedeció a una transacción política.
Termino con estas dos ideas: la primera, que es cínica la defensa que hizo Uribe de Trump por el desmonte de su oscuro nido en Twitter. Y la segunda, que más grave que la censura oficial (estatal) o corporativa-digital, es preocupante la autocensura asumida por los periodistas colombianos que han servido con su silencio, como amanuenses y estafetas de Uribe Vélez.
Adenda: ojalá las investigaciones que adelantará el Partido Demócrata en relación con la intromisión de políticos colombianos en las elecciones presidenciales en los Estados Unidos, terminen en la cancelación de visas y, sobre todo, en exigencias de Biden al gobierno de Duque para que deje de torpedear la implementación del Acuerdo de Paz con las Farc.