El presidente en su laberinto

Por PUNO ARDILA

—El presidente Iván Duque tiene en frente una situación bien complicada —afirmó el profesor Gregorio Montebell con mirada adusta—, y el país y su gobernanza se le están saliendo de las manos.

—Sin duda alguna —le respondí—; el paro lo tiene contra la pared.

—Sí, el paro lo tiene pensando largo, porque ha venido tomando decisiones que no son las más acertadas, acorralado por las circunstancias, y perseguido por un pasado que no perdona, ni siquiera a él, que lo perdonan casi todos, comenzando por la Fiscalía, que en vez de ser ente acusador se convirtió en su defensor institucional. El presidente cada vez tiene el cerco más restringido, porque no solo los hechos lo acusan, y, a falta de un dios justo que lo señale, la comunidad internacional tiene clarito el prontuario de este tipo.

El presidente de este país no se llama Iván Duque; este es solo un obediente muchacho que cumple órdenes.

Al tiempo que lo acorrala la comunidad internacional, están saliendo a flote tantos hechos turbios que lo vinculan, a él y a sus coequiperos, como responsables, directa o indirectamente; y tiene que pasarse los días y las noches abriendo un hueco para tapar otro, o, lo que es peor, agrandando cada vez más los huecos en los que se está consumiendo, y se le está consumiendo su entorno, incluido su partido político. Entonces, al tiempo que debe defenderse de todo lo que le está cayendo encima, tiene que tratar de encauzar el país, que anda al garete porque el encargado no sirve (como decía mi mamá) ni para taco de escopeta.

—Perdóneme usted, pero no le estoy entendiendo: es claro que Iván Duque tendrá que enfrentar en un futuro cercano procesos nacionales e internacionales, por acción y omisión (así podría bautizar otro programa de televisión); pero no arrastra nada del pasado, ni bueno para que haya sido presidente, ni malo para enjuiciarlo. No veo que en su pasado exista algo distinto de una mediocre hoja de vida, y de pronto que haya dos hechos en su contra: la denuncia que su papá hizo contra Uribe y la columna que el Duque escribió contra el mismo personaje; pero de ninguna de estas dos situaciones tiene por qué temer frente a la justicia. Cuando menos frente a la justicia ordinaria; quién sabe de la justicia extraordinaria, o de la justicia divina.

—Perdonado. Yo sé que en Colombia todavía no son claras muchas cosas, como el modus operandi de la maquinaria política, lo que sirve para anticipar los “triunfadores” en las elecciones; ni es claro para muchos quiénes son los verdaderos dueños de este país, porque entre los grandes empresarios, poseedores de firmas importantísimas, de los bancos, de grandes industrias y de inmensidades de tierra, resultan confundiéndonos a todos.

Lo que no le perdono es que a estas horas de la vida usted y tantos colombianos no tengan claro que el presidente de este país no se llama Iván Duque, y que este es solo un obediente muchacho que cumple órdenes. Y que parte del problema que vivimos hoy, que tiene el país al garete, es que el teléfono rojo entre el muchacho y su patrón tiene la línea cortada, porque hay muchos oídos y muchos ojos encima; así que ese teléfono rojo es hoy teléfono roto, y la comunicación entre ellos está muy complicada, por lo que las indicaciones y las órdenes no tienen un conducto regular ni una línea formal de comunicación; así que el Duque anda más perdido que Adán en el día de la madre.

Tegumentum mensæ. Apoyo plenamente el derecho constitucional a la protesta, al tiempo que rechazo cualquier brote de violencia, venga de donde venga. Hay evidencias contundentes de que la mayor parte de las agresiones no proviene de los marchantes; y el agravante de estos hechos es que las armas de la fuerza pública existen para defender a la ciudadanía, no para usarlas en su contra.

@PunoArdila

(Ampliado de Vanguardia)

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