El poder del silencio en ‘El poder del perro’

Por YESS TEHERÁN

“Ha pasado que todo se convierte en palabras. Palabras, palabras a granel.” Silvio Rodríguez

¿Cómo se narra desde el silencio? ¿Cómo la ausencia de diálogos puede convertirse en un poderoso relato vivencial? Si acudimos a experiencias personales, en más de una ocasión hemos sido emisor y receptor a la vez, con la sola gestualidad. ¿Se comete un error al no hablar de lo que nos molesta, aturde o conmociona? Quién sabe… En todo caso, es ahí cuando comprendemos que las palabras no sirven para expresar lo que nos oprime el pecho. O, por el contrario, vemos cómo ese muro se levanta en otra persona, dejándonos por completo fuera del radar de sus emociones.

Esta imposibilidad de comunicarnos también ha hecho presencia en el cine. El silencio invade ciertas obras cinematográficas. Y no hablo del cine mudo, que cuenta con clásicos que ya casi cumplen cien años. Aludo a películas cuyo poder narrativo recae en el silencio intencional de uno o varios personajes, acompañado de la casi ausencia de diálogos en largos planos secuencia.

Cuando escogemos una película deseamos que tenga la suficiente fuerza visual o argumentativa para abstraernos de la realidad en las dos horas o más (o menos) que dura su trama. Y, ¿qué sucede cuando el poder del guion recae no en los diálogos, sino en el mutismo de algunos personajes? Hay más de una película que puede dar una respuesta a esta pregunta y entre ellas brilla con luz silente El poder del perro.

Dirigido por Jane Campion, este filme de 2021 -con merecida razón aclamado y aplaudido por la crítica- centra su hilo narrativo en la casi ausencia del lenguaje hablado. Sus protagonistas han crecido en un pueblo casi perdido entre las montañas, vaqueros en su mayoría, que tratan de vivir en medio de las tribulaciones o de las intrigas entre unos y otros.

Bajo esta vigilancia constante, dos hermanos que se ganan la vida teniendo como mutuo sustento la ganadería, aunque con personalidades disímiles, comienzan a tener conflictos cuando uno de ellos decide casarse con la viuda del pueblo y adoptar al hijo de ésta; madre e hijo marcados por el suicidio del esposo, sobrellevan la carga existencial en medio de un muy diciente silencio. Y es precisamente así como logran transmitir al espectador sus penas cotidianas, los matices de su personalidad, los prejuicios, la quiebra económica.

La película tiene escasos diálogos, que cuando se presentan ponen en evidencia las relaciones conflictivas entre ambos protagonistas. La ausencia de comunicación incrementa sus cargas emocionales y la imposibilidad de conectarse verbalmente. Sin duda, uno de los fotogramas más impactantes es la de un perro recostado mostrando su mandíbula frente a Phil, interpretado por Benedit Cumberbatch: frente a esta imagen, el espectador siente la intensidad vital que habita dentro del personaje. Sumado a un paisaje también silencioso y sobrecogedor, la escena nos revela lo que se halla en las profundidades de Phil, ese paraíso perdido al que sólo puede acudir evocando sus propios recuerdos.

No todo lo que debería decirse de esta película podría expresarse en palabras, este es quizá su más grande aporte a la cinematografía. La vida cotidiana también está llena de silencios colmados de valioso contenido narrativo, portadores de emociones que no se pueden procesar fácilmente pero que expresan anhelos, dolor o soledad, intraducibles en diálogos. Este es el poder del silencio, y el único modo de entenderlo mejor sería viendo El poder del perro.

@barcelonasilvo1

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