El ‘man’ no se quiere ir y van a tener que sacarlo

Por CARLOS GERARDO AGUDELO

Independientemente de su poca factibilidad, la idea de posponer las elecciones en Estados Unidos planteada por Donald Trump apenas si logró distraer la atención del público de la verdadera noticia: la catastrófica caída de la economía norteamericana. Y es que a Trump cada vez le paran menos bolas. Para decirlo claramente, el hombre se volvió un encarte.

En el aire flota la idea de que Trump es capaz de cualquier cosa, basado en la confianza ciega que tiene en la base electoral que lo llevó a la presidencia. Foto tomada de abcnews.com

Prácticamente cada vez que el presidente dice algo, refuerza la percepción de que quien dirige los destinos de Estados Unidos no tiene la menor idea de cómo sacar a la nación del atolladero a donde contribuyó a meterla gracias a su patética incompetencia y a su incapacidad para liderar a su pueblo. Así las cosas, cada vez está más claro que los menos de tres meses que quedan de gobierno serán muuuuy largos y que el desplome del país será mucho más duro de lo que habría sido si otra persona estuviera manejando el timón.

Dicho esto, y ante la posibilidad inminente de una desastrosa derrota para Trump y su partido, la gente se empieza a preguntar qué pasará entre el día de las elecciones el 3 de noviembre y la posesión de su sucesor el 20 de enero de 2021. Porque todo indica que Trump está sentando las bases para declararse en rebeldía, por decirlo de alguna manera, y no aceptar la derrota, argumentando por ejemplo que la votación por correo es una herramienta para el fraude, lo cual, para variar, no es cierto. Trump ya dijo que estas serían las elecciones más imprecisas y fraudulentas de la historia. Hay que recordar que hace cuatro años el presidente electo afirmó, sin tener ninguna prueba, que le habían robado las elecciones a pesar de salir elegido, cuando se supo que Hillary Clinton había ganado el voto popular. Tampoco es claro que el llamado voto ausente o voto por correo perjudique a los candidatos de su partido, a quienes de todos modos las encuestas no favorecen, especialmente a los que aspiran a reelegirse para el Senado.

Lo cierto es que los republicanos están acostumbrados a un juego electoral sucio, donde usan todos los trucos a su alcance para colocar el sistema a su favor. Esto incluye, entre otras cosas, aprovechar sus mayorías en las legislaturas estatales para diseñar mapas electorales que los favorezcan, lo que han venido haciendo desde hace décadas, con lo cual han amarrado el voto de tal manera que prácticamente garantizan los resultados a su favor.

También se las han arreglado, con la complicidad del gobierno federal y en última instancia de la Corte Suprema de Justicia, para poner toda clase de trabas a los votantes, desde la presentación de documentos hasta la eliminación de puestos de votación en muchas partes. Esta última corporación ha debilitado, a través de veredictos cruciales, el derecho al voto, así como ha disminuido ostensiblemente el control a las contribuciones monetarias de grandes grupos de interés y le ha quitado control a los Estados para aprobar reformas que pueden ser discriminatorias. No hay que olvidar que fue precisamente la Corte Suprema, en una decisión arbitraria y e injustificada jurídicamente, la que decidió el resultado de la elección en la que George W. Bush le arrebató la victoria a Al gore en el año 2000. Uno se pregunta dónde estaría el mundo si la decisión hubiera sido a favor del candidato demócrata.

Durante la semana que pasó tuvieron lugar las honras fúnebres del congresista John Lewis, protagonista de las luchas contra la segregación racial y arquitecto, entre muchas otras cosas, del Acta de los Derechos de Votación de 1965, uno de los instrumentos más trascendentales en la historia electoral de ese país en lo relacionado con el derecho de las minorías al voto. Haciendo honor a su tendencia derechista, la Corte Suprema desmanteló en 2013 una parte crucial del Acta que obligaba al Fiscal General o a una Corte Federal a aprobar cambios implementados por los Estados que pudieran limitar el derecho al voto. Pues fue durante el sepelio de Lewis que el expresidente Barak Obama llamó la atención sobre cómo la actual administración estaba haciendo lo posible por limitar el derecho al voto, y pidió honrar la memoria de Lewis luchando por mantener y recuperar el terreno perdido mediante un proyecto de ley que lleva años enterrado en el Senado controlado por los republicanos, a la espera de ser debatido.

En el aire flota la idea de que Trump es capaz de cualquier cosa, basado en la confianza ciega que tiene en la base electoral que lo llevó a la presidencia. Esta base está constituida por norteamericanos blancos, mal informados y desencantados de la política de Washington, muchos de ellos fanáticos armados hasta los dientes, segregacionistas, evangélicos, opuestos al aborto y a cualquier tipo de acomodación que incluya minorías étnicas e inmigrantes. También están los votantes variables que contribuyeron a elegir a Trump pero que ahora, a juzgar por las encuestas y la percepción pública, han abandonado y están abandonando en masa al presidente y a su partido, especialmente en los suburbios de un puñado de Estados que deciden las elecciones: Wisconsin, Pensilvania, Florida, Ohio, las Carolinas y Michigan, entre otros. 

Al respecto, una noticia inquietante es que hay un boom en las ventas de armas y que los principales compradores son afroamericanos, entre quienes presumiblemente se encuentran muchos de aquellos que participaron en las recientes protestas generadas por el asesinato de George Floyd. Y si se tiene en cuenta que Trump está haciendo uso de los cuerpos de seguridad del Estado para intervenir las crecientes protestas populares contra el racismo, y que ello está inflamando aún más un clima tenso como resultado de la pandemia y sus consecuencias económicas, existe la posibilidad de que un presidente fuera de sus cabales no acepte el veredicto de las urnas y genere una situación explosiva, donde cualquier incidente podría encender una conflagración generalizada. Como ya se dijo, cualquier cosa puede pasar y en EE. UU. ya casi no sorprende nada.

Tan fea se está poniendo la cosa, que ya está flotando la idea de que Trump renuncie para evitar un cataclismo. Pero el tipo no lo va a hacer y, tal como van las cosas, nada tiene de raro que lo tengan que sacar a las malas de la Casa Blanca el 20 de enero.

Sobre el autor o autora

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Social media & sharing icons powered by UltimatelySocial