José Félix Lafaurie, presidente de Fedegán, dijo a Noticias Caracol que Colombia es un “país de cafres” (…) donde los secuestradores, los violadores de niños, los narcotraficantes, los terroristas están sentados en las curules del Congreso de la República y andan libres por las calles, mientras un patriota ejemplar como Álvaro Uribe hoy tendrá que soportar la medida de aseguramiento que le acaba de dictar la Corte Suprema de Justicia”. (Ver la declaración).
Según el diccionario de la RAE, “cafre” tiene tres acepciones: “habitantes de una antigua colonia inglesa en Sudáfrica llamada Cafrería”. Otra, “bárbaro y cruel”. Y por último, “zafio y rústico”. Zafio a su vez traduce como “grosero o tosco”.
La primera persona en usar esta expresión fue el más grande líder liberal que hubo el siglo pasado, Darío Echandía Olaya, el único colombiano que ha ocupado la presidencia de los tres poderes del Estado: presidente de la Corte Suprema de Justicia, presidente del Congreso Nacional y presidente de la República (tres veces, entre 1943 y 1944, aunque sin haber sido elegido por voto popular).
Echandía soltó esta frase en un momento de desazón y escepticismo, y nadie hasta el momento ha podido desmentirlo. Según Ana María Ruiz en Semana, “para ejercer de cafre político no basta ser bárbaro y brutal, no. La característica del cafre es que después de actuar como le corresponde, es capaz de preguntar sobre los escombros de lo que acaba de volver mierda: ¿pero, ¡quién pudo hacer semejante cosa!? El cafre da media vuelta, se ajusta la corbata y sigue su camino”. (Ver columna).
Para Ruiz, un ejemplo claro de los cafres que hay en Colombia es el escándalo de Odebrecht: desde Argentina hasta México pasando por Brasil y Perú se ha llevado por delante a expresidentes, hijitos presidenciales y ministros de bolsillo. Pero en Colombia, “el Gobierno pone velos para distraer la agenda política y los congresistas se deleitan revolcándose en la negociación del “tapen, escondan, disfracen” del que nadie habla pero todos comen”.
Y están los otros cafres, según Ana María: “Los cafres que ordenan mantener en armas a los paras de toda sigla, con el interés supremo de amenazar y matar a la gente de izquierda, de la UP y Marcha Patriótica, a los que defienden los derechos humanos, a los líderes indígenas y comunitarios, a los que piden restitución de sus tierras. Hay que ser muy cafre para echar el cuento de que esta matazón desgranada, selectiva pero sistemática, no existe; para vociferar desde las curules que el Acuerdo de Paz es ilegítimo y que lo van a tumbar”.
Para Luis Miguel Cárdenas Villada, columnista de El Diario de Pereira, el Maestro Echandía (como le decían), le otorgó el verdadero significado que se merece a cafre: Infiel, malnacido, es la acepción que se asume en un país donde todos toman el papel redentor de juiciosos desalmados.
Es precisamente en este contexto que deben entenderse las palabras de Lafaurie cuando pregunta “¿en dónde los secuestradores, los violadores de niños, los narcotraficantes, los terroristas?: están sentados en las curules del Congreso de la República”.
Por supuesto que hace referencia a los excombatientes de las Farc que gracias al proceso de paz con Juan Manuel Santos ahora hacen parte del Congreso de la República, pero no se debe pasar por alto que la categoría de violadores, narcotraficantes y/o terroristas también pueda cobijar a buena parte de la bancada de los copartidarios de su esposa en el Senado.
Pero miremos la otra cara de “un patriota ejemplar como Álvaro Uribe tendrá que soportar la medida de aseguramiento que le acaba de dictar la Corte Suprema de Justicia”. Esto es un reconocimiento tácito de que quizá por primera vez se aplica aquello de que la ley es para todos. Para Lafaurie lo indignante es el solo hecho de que el fallo haya sido contra el expresidente Álvaro Uribe.
Si Uribe es ejemplar, como lo afirmó el abnegado cónyuge de María Fernanda Cabal, le corresponde al reo dar cumplimiento del fallo en su casa de Rionegro o en la hacienda El Ubérrimo, donde mejor le parezca. Si es inocente o culpable, lo debe determinar la Corte.
Así las cosas, si el senador Álvaro Uribe fuera condenado injustamente, significaría que en efecto Colombia es un país de cafres. Pero igual lo sería si, siendo culpable, logra pasar los años que le quedan de vida sin que lo haya alcanzado el largo brazo de la justicia.
Como cualquier Augusto Pinochet, digamos.