Democracia en la escuela

Por RUBÉN DARÍO CÁRDENAS*

“El Personero Estudiantil promoverá desde el ámbito escolar la cultura
de la integridad, la transparencia, y el control social,
para que los niños y jóvenes conciban, se apropien y fortalezcan
su responsabilidad y compromiso en el cuidado de lo público”.
Ley 2195 de 2022

Una vez más se realizaron elecciones en los colegios de Colombia para elegir consejo estudiantil, personero, contralor y representante de los estudiantes al consejo directivo. Sin embargo, percibo en este ejercicio una evidente ausencia de reflexión y pedagogía: se ha convertido en un proceso lánguido y que se hace a las volandas. De nuevo la escuela extravía su lugar por la democracia real y calca el disfraz de la democracia formal.

¿Podemos esperar que haya democracia en los colegios, cuando no la hay en la sociedad? ¿No es acaso la escuela un escenario que revela el futuro de la sociedad y la cultura? El informe de la Misión de Observación Electoral denuncia que, para el proceso de elecciones en octubre de 2023, 166 municipios presentaron una riesgosa coincidencia de factores relacionados con fraude electoral y violencia política. En buena parte de estos territorios se presentó un sinnúmero de delitos: compra de votos, coerción al elector y trashumancia electoral, entre otros. Prácticas ilícitas, tristemente habituales, que develan un viciado sistema de elecciones y un estado cooptado por clanes, caciques u organizaciones armadas. Razón por la cual ciertos personajes, cuestionados por su proceder antiético, siguen llegando a organismos de elección popular como las Asambleas, los Concejos Municipales y el Senado.

Es de reconocer que los instrumentos de participación en el gobierno escolar son bien intencionados y ayudan a vivenciar la democracia en los colegios. El cogobierno y los consejos estudiantiles fortalecen las aulas, convirtiéndolas en escenarios de deliberación donde los estudiantes son capaces de construir cauces, pautas y límites para la convivencia. En suma, el gobierno escolar constituye la génesis de la democracia. Este aporte, indispensable para avanzar hacia la ciudadanía, parece no prosperar cuando se proyecta hacia la sociedad, al no existir puentes de continuidad entre una y otra. Por el contrario, en algunas de sus prácticas, resultan antagónicas la sociedad escolar y la sociedad nacional.

Una sociedad democrática favorece las relaciones de igualdad, libertad, justicia y solidaridad. En consonancia, la escuela propone relaciones entre iguales, basadas en dirimir las diferencias mediante el diálogo y el acogimiento de principios básicos que sustentan lo comunitario. ¿Son estas las relaciones que trenzan la convivencia de los colombianos? O, por el contrario ¿son el sometimiento -al poder político o económico-, el miedo, la segregación y la discriminación acentuadas por un estado cómplice o ausente que, en lugar de abrir sus puertas a la participación de las comunidades, facilita la inequidad y la injusticia?

Difícilmente los colegios, escenarios de cimentación democrática, podrán lograr un ejercicio digno y distante de este contexto cultural. Por mayor empeño que hagan, no podrán revertir este proceso. Es la sociedad la que debe empezar a cambiar y la escuela deber ser un puntal de esa transformación.

Una pedagogía de la democracia promueve el pensamiento crítico y destaca los principios éticos que un representante estudiantil –al igual que cualquier representante de una entidad pública- debe demostrar para merecer la responsabilidad a la que aspira. Un representante estudiantil no puede ser simplemente aquel que goza de popularidad: debe ser un vocero, que se sirve de argumentos para expresar la voluntad de sus compañeros, alguien que tiene claridad de su papel como defensor del bienestar general. Por lo tanto, el primer requisito para los candidatos debe ser apuntar al perfil de estudiante expresado en el Proyecto Educativo Institucional -PEI-. Un representante debe exteriorizar, en sus actos, identidad y coherencia con el horizonte formativo al que aspira la comunidad escolar.

“La democracia no se decreta, se logra”, insistía Estanislao Zuleta. La democracia debe ser una vivencia palpable y su mejor indicador es la participación de los estudiantes en la toma de decisiones. Sujetos dialógicos concurriendo en las justas verbales, moviéndose entre opiniones e intereses, con el fin de construir una afinidad, un consenso desde la concertación y las diferencias. Todo esto con el fin de llegar a lo que Kant denominó “la mayoría de edad”, la facultad de pensar y actuar por sí mismos; esa capacidad, no donada por la edad cronológica, sino conquistada por el desarrollo de la autonomía y la potestad para actuar con libertad dentro de las normas.

El segundo indicador de democracia en la escuela es la abolición de los dogmas al abordar el conocimiento. La pluralidad y horizontalidad de visiones y teorías a las que el pensamiento llegue sin ataduras, sin estar sometido a la tiranía de una autoridad. El diálogo ha de ser la práctica habitual en estos escenarios y será la argumentación la que hará emerger el pensamiento crítico: difícilmente tendremos ciudadanos deliberativos y argumentativos si en la infancia se les enseña a callar y obedecer.

Debe invertirse tiempo en la postulación de los candidatos, para así precisar sus calidades humanas y académicas. Un mes es un plazo apresurado para las elecciones de personero y representantes; sería viable si el proyecto de gobierno escolar se implementa desde el PEI como una actividad articulada con otros proyectos encaminados a la vivencia de la democracia escolar. De esta manera, se evitaría su parecido con el espectáculo populista y teatral de las demagogias, ciñéndola a un auténtico amarre formativo.

Cuando el trabajo pedagógico es realizado de manera adecuada, los profesores nos convertimos en acompañantes en la resolución de conflictos al trasladar el cuidado de las relaciones de convivencia a los mismos estudiantes. ¿Tenemos comités de convivencia al interior de las aulas de clase? Sin duda algunas instituciones los tendrán, pero la mayoría de los colegios han prescindido de ellos, o bien, tienen un papel meramente formal, sin voz ni función real. ¿Cómo practicar la democracia en las aulas, sin el reconocimiento de los agravios y el consecuente resarcimiento que exige la justicia restaurativa? ¿Cómo pretender su ejercicio sin establecer derechos, deberes y límites concertados en el aula? Es desde esta cotidianidad de diálogo, reflexión y consenso que se encauzan los preceptos y las normas de la convivencia cotidiana.

Una verdadera cultura de la democracia educa a los estudiantes en la importancia del cuidado mutuo, de priorizar el bien común y, lo más importante: enseña a convertir los conflictos en espacios de reflexión para que quienes trasgreden los acuerdos reconozcan sus errores y tengan la entereza de hacer actos de reparación.

Adela Cortina menciona que solo a través de una vivencia real de la democracia se gestará la aparición de principios y valores comunitarios en la escuela. Es preciso que nos empeñemos en ese propósito en los colegios, sumándonos también al rechazo de actitudes lesivas para la convivencia y la integridad de los otros. Es necesario que los estudiantes entiendan que la democracia es una protección para evitar el escarnio y la humillación, para asumir las diferencias, no como una etiqueta, sino como una actitud esperable en cualquier escenario.

Como educador, encuentro preocupante que la propia escuela, como instancia formativa, parezca haber perdido reconocimiento social, hasta el punto de ser confrontada y desautorizada, tal como ocurre con un número cada vez mayor de padres de familia que, al enfrentarse a una medida disciplinaria impuesta por el colegio, se arman de abogados, decretos, tutelas y derechos de petición para “defender” y justificar las actuaciones trasgresoras de sus hijos.

Lo que debería acordarse entre las familias, o entre los padres de familia y el colegio, termina siendo decidido en los estrados judiciales. Expresión lamentable de una cultura leguleya que envía un mensaje equivocado a la comunidad, truncando el proceso formativo de la escuela, relacionado con la interiorización de la ley y la importancia de asumir las consecuencias por nuestros errores.

La escuela de hoy se asemeja a esa golondrina sola que quisiera traer el verano bajo sus alas, mientras la sociedad y la cultura pierden sus referentes éticos y la abandonan a su suerte en la lucha por construir, no solo la democracia, sino también otras tareas que requieren trabajo conjunto como la construcción de la paz y la preservación del planeta.

Debemos persistir en acrecentar los escenarios para forjar una cultura ciudadana capaz de romper con el círculo de intolerancia y violencia que nos ha lacerado como sociedad. El primer escenario ha de ser la escuela: una institución que promueva, no una democracia de papel, sino la construcción de verdaderos espacios de diálogo, solución de conflictos, acuerdos y límites en la convivencia. Una institución que aproveche los procesos de elección de representantes estudiantiles y las demás instancias de participación para que los niños y adolescentes valoren la importancia de la democracia. En síntesis: una escuela que promueva y aplique una democracia real.


@ruben_dario1958

* Rubén Darío Cárdenas nació en Armenia, Quindío. Licenciado en Ciencias Sociales y Especializado en Derechos Humanos en la Universidad de Santo Tomás. 30 años como profesor y rector rural. Fue elegido mejor rector de Colombia en 2016 por la Fundación Compartir. Su propuesta innovadora en el colegio rural María Auxiliadora de La Cumbre, Valle del Cauca es un referente en Colombia y el mundo.

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