Condenar a Uribe es un imperativo moral

Por GERMÁN AYALA OSORIO

Por estos días el confeso paramilitar Salvatore Mancuso incriminó en sus denuncias ante la JEP a empresarios, multinacionales, ganaderos y políticos de haber apoyado a las AUC, la organización criminal que le sirvió de parapeto a la derecha colombiana para apropiarse de más de 6 millones de hectáreas que les arrebataron los paramilitares a cientos de campesinos, a punta de masacres y desplazamientos forzados.

Como era de esperarse, el nombre del inefable Álvaro Uribe Vélez volvió a sonar. No hay delito en el que su nombre no aparezca, así sea a manera de sospechas, señalamientos o imputaciones. Desde la violación de una periodista que describió a su violador como un hombre muy poderoso que aparece todos los días en los medios de comunicación; o los señalamientos de periodistas serios de tener vínculos con las estructuras paramilitares. Sobre estos hechos, en la justicia reposan procesos en su contra por las masacres del Aro y la Granja. Y por último, las imputaciones que hoy lo tienen sub judice, por fraude procesal y manipulación de testigos. En este mes de mayo un juez decidirá si acepta la solicitud de preclusión de la Fiscalía de Barbosa o si, por el contrario, lo lleva a juicio por los delicados delitos que se le imputan. Es la segunda vez que la Fiscalía solicita la preclusión del proceso en contra del 1087985.

En su momento, el expresidente Andrés Pastrana dijo públicamente que Uribe tenía vínculos con los paramilitares. Mancuso en sus audiencias ante el alto tribunal de paz dijo que apoyó con dinero y camisetas su campaña presidencial en el 2002. También dijo lo mismo el entonces congresista Germán Vargas Lleras; y el magistrado Rubén Darío Pinilla, del Tribunal Superior de Medellín, pidió que se le investigara por promocionar y apoyar grupos paramilitares. A lo anterior se suman las investigaciones periodísticas de Gonzalo Guillén y Julián Martínez, entre otros, que le vienen siguiendo la pista a Uribe desde que fue director de la Aerocivil. Los libros publicados comprometen el nombre del político antioqueño.

Culpable o no de todos los delitos que se le acusan, lo cierto es que Uribe Vélez es un negativo faro moral para la sociedad colombiana. Es un mal referente para el ejercicio del poder. Por todo lo anterior, debe ser procesado y ojalá condenado, con todas las garantías procesales a las que haya lugar, pero el país necesita pasar esas páginas que se escribieron en torno al actuar público y privado de este expresidente y expresidiario.

En adelante, le recordaré a mis lectores otros hechos que nos remontan al año 2015, en particular la condena proferida contra María del Pilar Hurtado, ex directora del Departamento Administrativo de Seguridad (DAS). Sin duda alguna, un hecho jurídico-político importante en su momento y del que se esperaba que la justicia pudiera procesar, juzgar y ojalá condenar a quien muy seguramente dio las órdenes para seguir, interceptar comunicaciones y desprestigiar a periodistas, magistrados, críticos e intelectuales: Álvaro Uribe Vélez.

Esas mismas orientaciones, órdenes y directrices que la entonces directora del DAS cumplió a cabalidad, y con las que dicha entidad se convirtió en la policía política de un régimen que persiguió a quienes pensaran distinto. Si bien la Corte Suprema de Justicia (CSJ) compulsó copias a la Comisión de Acusaciones de la Cámara de Representantes (CACR) para que investigue al ex presidente de la República, la opinión pública sabe que en esa instancia investigativa no pasará nada. De hecho, varias denuncias contra el mismo expresidente reposan en esa misma comisión, sin que hasta el momento se haya movido un solo folio de las denuncias recibidas.

Será difícil procesar y condenar al expresidente Uribe. La naturaleza política (clientelista) de la CACR, el miedo que sus miembros sienten al pensar que tienen que investigar a Uribe Vélez y su incapacidad para asumir las tareas investigativas, son suficientes elementos para pensar que el ex mandatario jamás responderá por los señalamientos y denuncias, a pesar de que le cabe toda responsabilidad política por las violaciones de los derechos humanos, perpetradas durante sus ocho años de Gobierno. Y no solo por lo acaecido con las operaciones ilegales ejecutadas por el entonces DAS, sino por la penetración, cooptación y captura del Estado, por parte de los paramilitares. Grupos estos que contaron, además, con el apoyo de actores sociales, económicos y políticos de la sociedad civil, y por esa vía, dieron vida al paramilitarismo como fenómeno sistémico y empresa criminal.

Si bien jurídicamente los procesos contra Uribe no caminan, el país, social y políticamente, necesita procesar a Uribe Vélez. Hacerlo, podría representar el inicio de un cambio cultural para un país que se acostumbró, entre el 2002 y 2010, al Todo Vale. Es claro que se borraron los límites de la decencia. Hubo excesos. El llamado “Embrujo autoritario”, consolidó las negativas Representaciones Sociales (RS) e imaginarios colectivos, que, frente al Estado y la función pública, históricamente exhiben los colombianos. Con Uribe se naturalizó la corrupción. Más de 60 de sus congresistas procesados y condenados por tener vínculos con el paramilitarismo. El caso del general Santoyo, de la policía, es emblemático en eso de que la corrupción se naturalizó en ese periodo. Él mismo decía que su Gobierno no compraba conciencias, que seducía. Y todos sabemos que la Unidad Nacional del Congreso de la época, se conformó sobre la base de contratos y dádivas. Yidis Medina, condenada por cohecho, es el claro ejemplo de esa “seducción política”. Vaya eufemismo para encubrir lo que fue una vulgar compra del voto, con el que no solo se reeligió Uribe, sino con el que el país vivió el periodo más oscuro y tenebroso, en lo que respecta al ejercicio del poder del Estado y de un presidente. ¿En dónde quedó la legalidad y la legitimidad de esa reelección? Es claro que Uribe fue una invención mediática.

Los daños que Uribe le hizo al país son de múltiple naturaleza: ambientales (entrega de licencias de explotación minera, deforestación), sociales, políticos, jurídicos, culturales, institucionales, éticos y morales. Nunca en la reciente historia del país un Gobernante en Colombia debilitó tanto las instituciones y transformó la institucionalidad. Uribe sometió las instituciones estatales a su proyecto autárquico, soportado en una sed de venganza contra las Farc porque según él, le asesinaron a su padre. Su versión fue desestimada por las propias Farc en La Habana, en desarrollo de las conversaciones de paz. Transformar a una sociedad como la colombiana, que parece acostumbrada a la corrupción pública y privada, a que el Estado le sirva a unos pocos, requiere de medidas excepcionales, de hechos contundentes y ejemplarizantes, que pongan en crisis las perversas prácticas políticas que han hecho posible el sometimiento de las instituciones estatales a disímiles mafias, que han contado con la anuencia de Gobiernos, de agentes económicos y políticos de la sociedad civil, o por lo menos, con su cómplice silencio. Procesar y condenar a Uribe sería ese hecho contundente y ejemplarizante que necesita la Nación, para cambiar las maneras como sus ciudadanos asumen y entienden el papel del Estado, de la política y las relaciones de este con la sociedad. Procesar a un expresidente como Uribe podría generar la confianza en la justicia, que una sociedad civilizada necesita para operar en condiciones de normalidad.

La vigencia política y mediática de Uribe Vélez representa la confusión moral y ética de una sociedad que deviene sin referentes éticos capaces de llevarla hacia estadios civilizados y de una moral pública capaz de universalizar el respeto por los derechos y que nos lleve a repensar las relaciones entre el Estado, el mercado y la sociedad.

Quienes extrañan el talante dictatorial de Uribe y su complacencia con la corrupción, no solo sirven a los intereses de las empresas encuestadoras y los del noticiero de televisión RCN, que ayudan universalizar las opiniones de unos cuantos, sino que son el mayor obstáculo ético que enfrentan los sectores de opinión que exigen y esperan una profunda transformación cultural. De allí que, insisto, sea urgente procesar a Uribe, para transformar social y políticamente a una sociedad, guiada, históricamente, por un Estado hecho a la medida de unas mezquinas élites políticas y económicas, y de grupos emergentes que le han sometido, para ponerlo al servicio de sus particulares intereses.

Urge, entonces, que la sociedad civil y los sectores de la sociedad que no comulgan con el proyecto político que ejecutó Uribe, presionen a la CACR, a las élites que aún lo apoyan y a la justicia en general, para que Uribe sea juzgado. Procesarlo y juzgarlo es, a todas luces, un insoslayable imperativo moral, para una sociedad confundida en, y por su propia historia de inmoralidades públicas y privadas.

Que el polémico expresidente y ex presidiario cuente con el apoyo de algunos sectores sociales y políticos y de empresas mediáticas, no significa que sus actuaciones al frente del Estado hayan sido legítimas y legales. Por el contrario, su vigencia mediática debe ser suficiente para dudar de la honorabilidad y pulcritud de sus decisiones político-administrativas. Y es así, porque esa misma prensa que hoy lo mantiene como líder de opinión y como determinador político y electoral de las campañas de candidatos de derecha que buscarán hacerse con el poder en el 2026, para retomar el rumbo, es la misma que él cooptó e irrespetó durante su periodo presidencial. Así las cosas, debemos continuar con la tarea de confrontar la historia oficial-mediática, que logró  ocultar y minimizar los graves y execrables hechos  ocurridos en Colombia, entre el 2002 y el 2010, en particular, los falsos positivos y sus 6402 víctimas mortales. Igualmente, debemos guiar la transformación cultural del país, develando las mentiras de una prensa y de unos medios masivos que cada vez más actúan como actores políticos.

Blogueros y tuiteros tenemos la responsabilidad de convertir la Red en un espacio de discusión pública de asuntos públicos, en aras de generar estadios de opinión divergentes, que hagan contrapeso a la homogénea y homogenizante opinión pública que se genera desde la Gran Prensa, que insiste en mantener la vigencia política de lo que simplemente fue una invención mediática y el perverso experimento de una derecha que solo buscaba probar sus propios límites, en lo que respecta a debilitar el propio Estado, y en lo que respecta a la violación de los derechos humanos. El país debe pasar esas páginas y desechar los principios que guiaron el dañino experimento de una Derecha que perdió los límites de la decencia.

@germanayalaosor

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