Carta a Iván Duque de un teniente coronel retirado

Por OMAR EDUARDO ROJAS BOLAÑOS

Las enfermeras de Castiglione les murmuraban a los moribundos soldados: ¡Tutti Fratelli!, todos son hermanos (Un souvenir de Solferino, 1862)

Señor presidente:

Un rico ginebrino, turista de la guerra, Jean-Henri Dunant, el 24 de junio de 1859 contempló el enfrentamiento entre el ejército del emperador de Francia, Napoleón III, y el de Austria, Francisco José. Una semana después, cuando se despojó de su traje de lino blanco, teñido al otro día de la batalla de rojo, café y otros colores fuertes, describió el campo de batalla donde 6.000 soldados perecieron. Eso allá. Pero en Colombia el número de personas no combatientes asesinadas en campos de batalla ficticios por el Ejército Nacional durante los primeros ocho años de gobierno de la política de seguridad democrática, excede esta cifra, hasta 6.402. Es lo que dio a conocer la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP) gracias a la verdad contada por generales, coroneles, mayores, suboficiales, soldados y paramilitares. Y la suma seguirá en aumento. Según algunos victimarios, más del 50% de los 10.743 muertos reportados dados de baja en combate del periodo 2002 – 2006 corresponde a ejecuciones extrajudiciales. Los cementerios también están hablando.

Señor presidente, ningún general se atreve a contrariarlo por temor a la pérdida del confort logrado con la guerra, pero le recuerdo que en todo Ejército existe un código de honor.

Dunant describió: “La tierra negra de sangre congelada, cubierta de desperdicios, armas abandonadas, fardos y casacas; miembros esparcidos, fragmentos de huesos astillados y cajas de cartucho; caballos sin jinetes olisqueando los cadáveres; rostros desfigurados por los estertores de la muerte; heridos arrastrándose hasta los charcos de fango ensangrentado para saciar la sed; ávidos campesinos lombardos corriendo de un cadáver a otro para robarles las botas” (Ignatieff, 1999).

En Colombia, a quienes fueron asesinados en los denominados falsos positivos no se les robaba las botas, pero la estratagema militar les permitía a los victimarios colocárselas, así quedaran nadando en ellas. La estrategia consistía en exigirles a los comandantes litros de sangre (Caracol, 2019) coaccionándolos a través del plan estratégico de las fuerzas armadas, con el indicador “número de terroristas a dar de baja en el año (Rojas, 2021)

Dunant, quien jamás había atendido a un herido, deambuló entre muertos y heridos amontonados tratando de salvar vidas por doquier. Para espantar olores de putrefacción, escalofríos de temor y miedo, repartió puros. No logró su cometido, salvar vidas; por falta de medicinas, insumos y atención especializada, los soldados fallecían. La escena de la batalla de Solferino y la de los días posteriores llevaría a Dunant a cambiar radicalmente su vida una vez regresó a Ginebra, comprendió que la guerra no concierne únicamente a los guerreros. Su interés por salvar vidas de soldados encontró eco en febrero de 1863, cuando con cinco ginebrinos notables crearon un comité para prolongar sus ideas, las que dieron inicio al Comité Internacional de la Cruz Roja o CICR. La Convención de Ginebra estableció el carácter neutral de los hospitales, las ambulancias y los equipos médicos y la igualdad del trato médico para los soldados enemigos y las propias tropas (Ignatieff).

La referencia de Dunant, de igual manera que del Comité Internacional de la Cruz Roja, simplemente es para ambientar el escenario de guerra que vive el país. Y para recordarle, señor presidente, que usted no es el Napoleón que se daba el lujo de despilfarrar la vida de las personas gracias a que el servicio militar era obligatorio.

Ni Carl von Clausewitz, el teórico militar prusiano, consideraba la matanza indiscriminada de civiles o el asesinato y la tortura de prisioneros como prácticas dignas de un soldado. Modalidades estas tecnificadas en los falsos positivos. Pero usted, señor presidente, junto al partido de extrema derecha que lo respalda, han instrumentalizado a unas Fuerzas Armadas que se sienten héroes asesinando seres humanos fuera del campos de batalla, gracias a la política de ascensos, estímulos en el extranjero, recompensas y a la exigencia de resultados solamente para gritarle al mundo que la guerra contra las Fuerzas Armadas Revolucionarias FARC se estaba ganando.

Señor presidente, ningún general se atreve a contrariarlo por temor a la pérdida del confort logrado con la guerra, pero le recuerdo que en todo ejércitos existe un código de honor que no consiente prácticas indignas como el asesinato de no combatientes, la tortura o el secuestro. Ni bombardear niños. Rosa Jaramillo de 9 años; Jonathan Sánchez de 10 años; Marlon Mahecha de 12 años; José Macías y Zaira Ruíz de 13 años; Yeimi Vega y Jorge González de 14 años; Karen Chaves, Danna Montilla, Samir Navarro y Sebastián Rojas de 16 años; y John Javier Cortázar, no son máquinas de Guerra como su ministro de defensa lo ha dado a conocer. Ellos no tenían la edad para coger café, se encontraban en la edad de jugar, de soñar, de estudiar. Frente a estos crímenes, y como investigador social lo que no tiene nada que ver con investigaciones judiciales, le pregunto a usted, señor presidente, de igual manera que a su ministro de guerra, a los generales, a los pilotos que descargaron la metralla, a quienes empuñaban las ametralladoras: ¿ustedes pueden conciliar el sueño después de la masacre? Señor presidente, ¿con que manos puede abrazar a sus seres queridos si la sangre de las víctimas provocadas por sus soldados también lo salpica?

Desde 1886, la Declaración de San Petersburgo declara: “El único objetivo legítimo que perseguirán los Estados durante la guerra será el debilitamiento de los recursos militares del enemigo”. En este sentido, dado que las víctimas no lo pueden hacer, le pregunto, señor presidente, si los niños son recursos militares como lo fueron las más de 10.000 personas asesinadas a sangre fría durante el gobierno de su mentor. Señor presidente, los colombianos que aman la paz, que la persiguen y la construyen, solamente esperan que el descaro no lo haya acompañado cuando recibió la noticia, y que no hubiera disfrutado con una copa de vino brindando por la victoria.

Señor presidente, no existen guerras buenas y guerras malas, del mismo modo que no existen buenos muertos y muertos malos.

Teniente coronel en uso de buen retiro,

Omar Eduardo Rojas Bolaños

Referencias:

Ignatieff, Michael (1999). El honor del guerrero. Guerra étnica y conciencia moderna.

Noticias Caracol (2019). “Nos miden con baldados de sangre”: exparamilitar contó a la JEP sobre falsos positivos en Meta.

Rojas Bolaños, Omar (2020). Teoría social del falso positivo. Manipulación y guerra.

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