Bolivia – Philidor, Chile – Karpov, Colombia – Capablanca

El juego de la geopolítica recrea, con sus esquemas multidimensionales, las combinaciones de los adversarios en una partida de ajedrez. Una pieza movida aquí, tiene una repercusión más tarde allá, y viceversa. Verlo de otra forma sería un error, pues esa es la forma en la que “El Imperio” lo ve. Nosotros movemos nuestras piezas, y ellos mueven las suyas, siempre viendo todo el tablero, como el gran Bobby Fischer. 

Desafortunadamente, esta es una partida de alto calibre en la que Latinoamérica está jugando con las negras. Nosotros no tenemos la ventaja de jugar con las blancas, pero tenemos la iniciativa, tenemos el momento, somos los dueños de la posición. Y eso, en últimas, ayuda a reducir la ventaja de las piezas blancas.

El ajedrez latinoamericano hay que verlo como un todo, no como cuadros independientes en una pintura de Mondrian. Un alfil al ataque en Chile, mas un caballo a todo galope en Bolivia, pueden dar un jaque en Colombia si la Reina hace lo propio. De igual forma, una apertura “Ruy López” en México (¡cuán apropiado!), combinada con una “defensa siciliana” en Argentina, o un “Queen Gambit” en Haití pueden derrumbar a toda la izquierda en el continente. Lo que pasa en un cuadro del tablero tiene repercusiones, diez movidas después, en otra parte del tablero. Somos un todo donde los vacíos se llenan rápidamente y las ofensivas triunfan o se queman, dependiendo de la habilidad de los contrincantes. Y lo que ocurre actualmente en Latinoamérica, se presenta como un gran ejemplo de este vasto y complejo juego de la geopolítica, un juego que pocos en el mundo saben cómo jugar.

Empecemos con Bolivia, donde el popular Evo fue derrocado en un golpe evangélico-militar que pareciera subsidiado por los americanos. Una impostora sin ninguna posibilidad de ser elegida presidente en las urnas se auto declara presidente, ante un Congreso sin quórum, esgrimiendo una Biblia como su autoridad valedora. Esa Biblia en lo alto, como autoridad moral y reto al voto popular, puede ser el principio de algo nuevo en el Continente, o puede ser el instrumento de la debacle del poder que han alcanzado los evangélicos en Latinoamérica en los últimos tiempos. Si la peliteñida y farsante de Jeanine Áñez solidifica esa idea dentro de la sociedad boliviana, pronto tendremos “cruzadas” de regreso en este mundo. Dios como elector, falsos profetas a cargo de naciones, y el pastor Arrázola como presidente de Colombia.

Parece un chiste, pero no lo es. De hecho, podría convertirse en una pesadilla peor que la que padecemos hoy en Colombia. Y es necesario que en Bolivia, al igual que en Colombia y elresto de Latinoamérica, seamos capaces de desarmar esta nueva amenaza para nuestras democracias de papel. Es inconcebible que luego de tres lustros de progresos en Bolivia, el país se convierta en una teocracia, o algo con esas formas, que les permita a los corruptos saquear el país en nombre de Dios. ¿Cómo evitarlo? ¿Sería preferible dejar que la Biblia entre en la política de Latinoamérica y esperar a que fracase, o sería más conveniente combatirla de una vez por todas y curarse en salud?

La reacción inicial de alguien con dos dedos de frente sería dejar que dicha farsa siga su curso hasta que se agote, y preparar el regreso de la corriente progresista de Evo Morales en un futuro, una vez el carismático líder indígena ha salido con bastante crédito de la presidencia. Pero en Latinoamérica eso es un riesgo. Una vez en el poder los “aleluyas” pueden cambiar las leyes, perseguir las bases del movimiento indígena, asesinar opositores, tal como lo vemos en estos momentos, hasta no dejar nada del movimiento de Evo. De hecho, la persecución de los líderes indígenas hasta ahora ha sido tal, que más se asemeja a un “pogromo” que a un golpe de Estado. A los “añistas”, es decir, a los golpistas, no les ha bastado con bajar a Evo del caballo. Han ido a las casas de sus aliados políticos y sus familiares para quemarlas y saquearlas. La policía antimotines no se ha cansado de apalear indígenas y ya van cinco muertos en las revueltas y cientos de heridos. Cabe esperar que una vez asentados en el poder, este pogromo, esta persecución, se acentúe y se convierta en una guerra de exterminio. Ya lo vimos en Colombia con la Unión Patriótica (UP), un partido de izquierda de hace 30 años. ¿Por qué no habría de repetirse en Bolivia sobre bases raciales?

Y si bien se les echa la culpa a los norteamericanos de estar detrás de este golpe, yo no descartaría la influencia de Brasil en dichos eventos, pues el movimiento evangélico brasilero es mucho más grande e influyente que el boliviano. ¿Está Bolsonaro detrás de lo que pasa en Bolivia? Y si es así, ¿cómo contrarrestarlo? ¿Ustedes se imaginan un ejército de “aleluyas” brasileros esparcidos por toda América Latina fraguando revoluciones en nombre de Dios? No es un escenario tan descabellado como parece a simple vista, y sí creo que debemos empezar desde ya a desmontar los mitos creados alrededor de estas iglesias de garaje. Pueblos de profunda religiosidad, como Brasil, Bolivia, Perú y Colombia, son ampliamente susceptibles a caer en manos de estos charlatanes de pandereta, y soy partidario de una movida inmediata para contenerlos.

El caso de Chile es aún más complejo. El país se lanzó a las calles con una furia tal que cogió por sorpresa al resto del mundo, nadie se lo esperaba. La “Primavera Chilena” ha inspirado a toda Latinoamérica y el continente entero está pendiente de lo que allí sucede. Me atrevería a decir que, desde que El Che y Fidel entraron en La Habana el 1 de enero de 1959, no se experimentaba una sensación igual en todo el continente. En el fondo, todos queremos que Allende cobre su revancha, que la Chile “ante-Pinochet” sea reivindicada.

Hace unos días el Gobierno de Piñera y los opositores llegaron a un acuerdo para deshuesar la Constitución de Pinochet, el marco constitucional que rige desde los años de la dictadura. Pero el arreglo no es un arreglo satisfactorio y la sensación que queda es que Piñera se salió con la suya.

Santiago esta semidestruido, a la Plaza Italia salieron dos millones de protestantes, hombres, mujeres y niños. Se levantaron, pero los cambios no han sido muchos. Nada garantiza que la nueva Constitución proteja los intereses y las aspiraciones de los alzados, o que su situación personal mejore. Los chilenos debieron ir por el derrocamiento directo de Piñera, pues una nación con un pasado tan oscuro, como lo es Chile, no puede darle un centímetro al “régimen” que lo gobierna. Se alzaron muy bien pero negociaron muy mal, y las consecuencias de esta victoria política de Piñera se pueden sentir en todo el continente. Conscientes de lo que ha sucedido en el país austral, otros gobiernos opresivos pueden aplicar la misma solución, confrontados con una situación similar. Esperar que el “vapor” de los alzados se agote, llevarlos a una mesa de negociación, y por arte de manipulación y experiencia, conducirlos a que firmen tratados que no van a llevar a nada. Ese escenario es absolutamente posible en Colombia, por ejemplo, un país donde los políticos siempre han poseído dosis descomunales de labia, charlatanería y manipulación.

Desde mi modesto punto de vista, haber dejado a Piñera en el poder fue un error. Si te vas a alzar en una revolución, llévala a cabo hasta su final natural, que es el destrone del poder opresor. Pero alzarse con virulencia, para después acabar sentado en la mesa de negociaciones con el opresor, no sirve de nada pues, en la mesa de negociación, el que tiene el poder tiene la ventaja. El pueblo chileno sabe jugar al ajedrez, pero no sabe dar jaque-mate, y sin mate no hay victoria, tan solo tablas y puntos compartidos.

Y por último estaá Colombia, un país donde la “energía potencial” ha alcanzado sus máximos picos en décadas. Nunca antes el país se había enfrentado a un Paro Nacional con tantas expectativas y con tanto miedo por parte del régimen opresor. Por primera vez en la historia de Colombia el Establecimiento, el “régimen” que gobierna los destinos del país, tiene miedo de lo que pueda suceder este 21 de noviembre. La reciente victoria de los partidos opositores en las elecciones municipales y de gobernadores sacudió el mapa político del país y produjo una inercia de alzamiento sobre la que existen enormes expectativas. En el imaginario popular, el Paro del 21 de noviembre aparece como una Toma de la Bastilla planificada en la que las victimas cobrarán su recompensa. Pero está claro que, desde ambos bandos, están “aguando” las expectativas de la gente. Por el lado del Gobierno y sus seguidores, se conforman grupos de choque o “Sturmabteilung”[1], dizque para proteger a la ciudadanía contra cualquier disturbio. ¿¿¿El gobierno y ciertos sindicatos se sientan a la mesa y discuten los términos del paro (???); incluso muchos contra los que se va a protestar, como Uribe, dicen que ese día van a marchar. Yo nunca he sido persona de planear mis emociones, así que este paro planificado me resulta incomprensible. Si nos vamos a alzar, que sea de forma orgánica, libre de ataduras y reglas.

Pero alzarse contra el Gobierno después de haber establecido con el mismo gobierno las reglas del alzamiento, es una estupidez y una incongruencia histórica y dialéctica. Es predecible que Duque va a aplicar la misma de Piñera en Chile, aun con mayor ventaja que Piñera, porque los “parantes” en Colombia ya se comprometieron a no destruir nada. Piñera se tuvo que sentar a negociar en una Santiago semidestruida, pero Duque lo va a hacer en una Bogotá enterita, adornada de luces navideñas. ¿En realidad esperamos conseguir algo en esas condiciones?

Y si las camisas pardas del “Patriota” y sus secuaces de vena paramilitar logran intimidar a la población, aquí no va a pasar nada. Serán tablas otra vez, y al final del día, recogeremos nuestras banderas, nos iremos a comer una hamburguesa, y a la cama.

América Latina posee fuerza, fuego en las entrañas, valor, pero carece de sesos. Las revoluciones llevadas a mitad de camino no sirven para nada. O corremos la maratón completa, o nos quedamos en la grilla de partida tomando Coca-Cola. Pero no corramos 40 kilómetros para después retirarnos al comienzo del kilómetro 41. Si no vamos a dar mate, es mejor no empezar la partida.

Por eso necesitamos de un Philidor en Bolivia, un Karpov en Chile y un Capablanca en Colombia.

Y escojo a Capablanca para Colombia porque el gran “Capa” ha sido uno de los pocos ajedrecistas de la historia en ganar constantemente con las negras.

Las “negras”, esas piezas del tablero que todos los días matan en Colombia…                        


[1] Sección de Asalto, organizaciones paramilitares al servicio del partido Nazi alemán. También conocidas como “Camisas Pardas”.

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