Barbie, Oppenheimer y la hegemonía americana

El éxito del Proyecto Manhattan fue el punto culminante de la segunda guerra mundial, al convertir a Estados Unidos en la primera superpotencia nuclear y remplazar al imperio británico como líder global. La Europa devastada perdió la hegemonía de varios siglos y tuvo que depender del Plan Marshall para iniciar su recuperación. Los aliados triunfantes gestan las Naciones Unidas como posible germen de una gobernanza a escala planetaria. Pero en 1949 la Unión Soviética entró a disputar la hegemonía norteamericana al convertirse en la segunda superpotencia nuclear con el estallido de Joe 1, su primer ensayo explosivo con fisión del núcleo atómico. Empieza así la “guerra fría”, el nuevo orden mundial bipolar de la posguerra. Los periodistas bautizaron a la nueva época que se iniciaba como la Era Atómica.

A fines de 1952 Estados Unidos pasa a un nuevo nivel, con la bomba de fusión de hidrógeno, mucho más potente. La URSS riposta con la suya propia en 1955. La guerra fría se calienta en la península coreana y el clima político se enrarece en Washington con las persecuciones paranoicas encabezadas por el senador McCarthy.

J. Robert Oppenheimer fue el gran protagonista de esta historia, pasando por diferentes etapas: lideró el proyecto Manhattan durante la guerra, primer ejemplo de lo que se denominaría la Big Science; intervino en el subsiguiente desarrollo del poder nuclear en la posguerra; finalmente, cayó víctima de la caza de brujas del macartismo. Christopher Nolan narra esa parábola épica en el largo largometraje que llega a las pantallas por estos días, en medio de huelgas de actores y guionistas de Hollywood.

Pero la cinta tiene un poderoso rival en otro producto de la industria cinematográfica hollywoodense: nada menos que Barbie, filme dirigido por Greta Gerwig, basado en la famosa muñeca de juguete que irrumpe en el mercado en 1959, al final de los mismos años 50 cuya atmósfera de expedientes, juicios, hongos atómicos y guerras periféricas esbozamos en un párrafo anterior. Y adivinen… ¿dónde fue fabricada? En el país que tiene dos ciudades llamadas Hiroshima y Nagasaki, borradas temporalmente del mapa en agosto de 1945.

El contraste es brutal. Barbie vive sonriente y banal en un mundo idílico de algodón de azúcar y plástico, un universo paralelo que parece de fantasía, pero representa otro tipo de explosión que está sucediendo en la economía de mercado de la posguerra: el boom de la sociedad de consumo que envuelve a niños, niñas, mujeres, hombres, en fin, la familia entera. Nada escapa a la todopoderosa vorágine del mercado. A la postre la Era Atómica languideció, mientras la Era del Plástico prevalece e invade todos los rincones de océanos y continentes.

La sílfide rubia hecha de PVC blando y plástico ABS es un ícono cultural para nada inocente, que ha dado tela para cortar a analistas y críticos de todo tipo. Su estilo de vida imaginario combina valores tradicionales y progresistas, que evolucionan y se diversifican en roles y apariencias. Al principio hubo problemas con las tetas y la voluptuosidad fue excluida, pero mucho peor le fue al pobre segundón Ken, su amigovio, quien nunca ha podido contar con un pene. Gajes del doble moralismo gringo.

En el marketing nada es casual. El lanzamiento simultáneo de dos películas que marcan un contraste abismal ha sido un hit en las redes, que se han expresado con mucha creatividad en ingeniosos memes de “Barbenheimer”, la imaginativa fusión de la leyenda rosa y la leyenda negra de la posguerra. “No sé, Rick, parece craneado”. Ambas cintas coinciden en recrear una época que genera una nostalgia políticamente valiosa, no puede ser simple coincidencia. Con un par de guiños artísticos los liberales de Hollywood se ponen en sintonía con el lema trumpista Make America Great Again. Hasta le podemos agregar otra película ya estrenada hace algunas semanas: Asteroid City. Este producto fílmico juega con lo mismo: los gringos se miran al espejo, recrean con nostalgia y juegos emocionales su propia historia, y hasta tiene un toque de Barbie y otro de Oppenheimer. Tal vez fue un aperitivo planeado para los dos productos estrella de la temporada.

La industria cultural no es un sector más de la economía. Es la vanguardia de la hegemonía cultural. Y en eso los gringos superan a cualquiera. Cual Rey Midas, todo lo que tocan lo vuelven entretenimiento. Es azúcar para el cerebro. Opiné en columna reciente, a propósito de la intensa competencia entre China y Estados Unidos, que “el gigante asiático asumirá el liderazgo mundial en las próximas décadas”. Sin embargo, China tendría que desarrollar una potente industria cultural que rivalice con la norteamericana y eso, por ahora, no se ve en el horizonte. Percibo en el pueblo chino la disciplina y la inteligencia para apuntalar un despliegue acelerado de la ciencia, la tecnología y la innovación. ¿Pero tendrán la irreverencia, la locura díscola, la vena anárquica, para desparramar su creatividad sobre los suelos de la Tierra? Si son el summum de lo apolíneo, ¿podrán desdoblarse en el baile dionisíaco de la creatividad sin límites?

@jsenior2020

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