29 de octubre: la derecha busca la revancha

Por JORGE SENIOR

Tras la estrepitosa, estruendosa y aparatosa derrota de la derecha en 2022, las fuerzas anti-cambio van por la revancha ahora en las elecciones territoriales de 2023. La derrota del año pasado en marzo, mayo y junio fue escandalosa para la derecha colombiana y continental, no por la diferencia de votos –que fue poca- sino porque fue histórica y sorprendente al quebrarse la tradición de un país conservador como era Colombia. Fue el fin de una hegemonía bicentenaria.

Y fue aparatosa porque agotaron casi todo el arsenal para obstaculizar el triunfo del progresismo y terminaron con un candidato de pacotilla en segunda vuelta, facilitando la victoria de la insurgencia electoral que siguió al estallido social. Del repertorio derechista sólo les faltó recurrir al asesinato, aunque hubo un atentado en Cúcuta que fracasó.

Podemos decir que ya no es un hecho contundente que Colombia sea un país conservador, pero tampoco es actualmente un país progresista. Estamos en una época de transición, todavía somos medio conservadores y medio progres sin mayorías evidentes. Todavía la mentalidad no es suficientemente clara como para completar el nuevo proyecto de Nación que la Constitución de 1991 vislumbró a medias. Todavía dependemos de figuras individuales en medio de unos partidos en crisis permanente, unos cascarones avaleros que aglutinan empresas electorales sin cohesión ideológica nítida.

Tras su derrota, la derecha se pellizcó y a pesar de una oposición errática y superflua, de puro desgaste roedor, se mantiene en resistencia y aspira al contra-ataque en las elecciones territoriales de este domingo. Tal búsqueda de revancha es legítima. Desde el punto de vista de la democracia es muy conveniente que las elecciones territoriales se desarrollen en año diferente a las elecciones nacionales. Eso permite que se constituyan en un factor adicional en el juego de contrapesos del Estado social de derecho, evitando la concentración de poder en el ejecutivo nacional, una oferta siempre tentadora para un pueblo mesiánico.

Sin embargo, no es cierto que lo que la derecha anda diciendo, para sacarse el clavo del año anterior: que estas elecciones son un plebiscito en torno al gobierno del Cambio. Falso de toda falsedad. Las elecciones territoriales siempre han tenido una lógica diferente a las elecciones nacionales y sobre todo, a las presidenciales. Escoger ediles, concejales, diputados, alcaldes y gobernadores es un asunto parroquial que se mueve en las lógicas clientelares que les conviene a las empresas electorales. Por lo general no hay sorpresas y se imponen los aparatos de votos amarrados, que no es lo mismo que los partidos. Por ejemplo, la mayoría de la gente practica el voto cruzado, es decir, de los 4 o 5 votos que cada ciudadano mete a la urna, rara vez son todos por el mismo partido. Los partidos no cuentan en este asunto, no fidelizan al votante, aquí lo que juega son los puestos, las prebendas, los “favores”, las lealtades clientelistas, las amistades, la compraventa del voto, la pequeña política. Lo ideológico pesa poco, casi nada.   

Lo que sí es cierto es que si las elecciones se desarrollan en calma, en paz, con garantías para todos, la legitimidad del gobierno progresista se refuerza, gane quien gane las curules. Y así sufrirán contundente derrota las narrativas histéricas sobre la “dictadura petrista”, la venezuelización, la paranoia del comunismo y el viejo cuento desgastado del “castrochavismo”.

La derecha sabe que estamos en transición, que medio país es conservador, y trata de presentar este certamen electoral como una batalla entre el regresismo y el progresismo. Una chistosa anécdota que una amiga me contó refleja este intento. Sucedió en una de esas reuniones de barrio que hacen los políticos. El candidato a concejo se echó una perorata contra el cambio, que el cambio era un desastre, que lo que el país necesitaba era continuismo. Tras demonizar el cambio un buen rato, alguien del público le preguntó: “señor, y cómo se llama su partido?”. “¡Cambio radical!”, respondió el flamante candidato si siquiera notar la incongruencia con su discurso. El que hizo la pregunta y unos pocos más se rieron, pero la mayoría no se pilló la cómica ironía. Cuando le conté a un amigo académico, politólogo de alcurnia y fanático de Laclau, conceptuó con seriedad inexpugnable: “es que los nombres de los partidos son significantes sin significado”.

Pues no, señores. Las elecciones del 29 de octubre no definen si el país retorna al pasado o avanza hacia el futuro. Se definen asuntos domésticos. Por ejemplo, Bogotá define su futuro pero en el aspecto de la movilidad. Los residentes en la capital escogerán una vez más entre metro subterráneo o elevado. Ojalá no se vuelvan a equivocar. Después del domingo la polarización se verá aún más clara de cara a la segunda vuelta, una jugada bien craneada de la derecha. En Barranquilla parece que la política del cemento continuará a pesar de la Costa Nostra y la Serfinaloa, pero al Clan le espera un sufrido 2024. Caicedo y Quintero se jugaron sus restos en Santa Marta y Medellín, ya veremos si les funcionó. El uno ha consolidado un pequeño emporio local ante una clase política debilitada pero que cuenta con alianzas en las ‘ías’ nacionales y el otro enfrenta al uribismo en su fortín y al golpeado pero aún poderoso sindicato antioqueño, apodado “el GEA”.

El Pacto Histórico no la tiene fácil, por lo que siempre hemos dicho en estas columnas: la incapacidad de construir un auténtico partido bien organizado. Se verán las consecuencias de esa esterilidad y ojalá sirva para que se pellizquen y sus dirigentes entiendan que la tarea prioritaria no gubernamental del 2024 y 2025 es la construcción de una poderosa organización política que represente al humanismo progresista en Colombia.

@jsenior2020

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