Dos gazapos de Gabriel García Márquez

Por JORGE SENIOR

En la Costa Caribe al regalo de cumpleaños se le dice “la cuelga”.  Una amiga puede preguntarle a otra, “¿qué me vas a dar de cuelga?”.  No tengo ni idea de dónde salió esa folclórica expresión, pues nunca la he escuchado en el interior de Colombia o en otro país hispanoparlante. 

Pues bien, de puro mala gente que soy, la cuelga que le tengo a Gabo en su cumpleaños 95 es un par de gazapos que le pillé en un escrito juvenil.

El artículo de marras está en el volumen de Textos costeños, obra periodística 1948-1952.  Se trata de una de esas entretenidas columnas que sobre todo lo divino y lo humano el joven periodista autodidacta de 25 años publicaba en El Heraldo de Barranquilla con el título genérico de La Jirafa y bajo el seudónimo Septimus.  Cada columna era una pieza magistral, pero el 20 de noviembre de 1952 nuestro autor se metió con un tema ‘cuellón’.  Ese jueves, en vez de príncipes, piratas o diablos, el columnista se la dedicó a quien sería declarado 48 años después el Personaje del Siglo: Albert Einstein.

Coincidencialmente, en la primera Jirafa que publicó en El Heraldo en enero de 1950, Gabo trata el tema del personaje del medio siglo contrastando la elección de la revista Times, que escogió a Churchill, con la de la colombiana Semana, que escogió a Einstein.  El santo del medio siglo, se tituló el breve escrito. Ahí Gabo, como buen hedonista, se inclina a favor de Churchill, y no por Einstein precisamente, porque de “santo” Winston tenía poco y en cambio el “sabio judío” le parecía un asceta mitológico, muy alejado del mundo terrenal y humano. Pero casi tres años después, en la columna novembrina en que descubrí los gazapos, Gabo no llama a Einstein personaje ni santo, sino “el sabio del medio siglo”.  Como nota jocosa, hay otra columna de 1950 donde Gabo acusa al profesor Einstein de “recortar de las revistas la geométrica figura de Ava Gardner”, mientras que en la de 1952 le atribuye “decorar sus estudios no con interpretaciones surrealistas de la teoría del campo unificado sino con fotografías de Lana Turner”.  Pues bien, en el mismo párrafo donde se encuentra esta última frase se halla el par de gazapos.

Esa Jirafa se tituló Einstein dijo que no, refiriéndose al rechazo rotundo del genio judío a la oferta de ser presidente del recién inventado estado de Israel.  Vale la pena transcribir el párrafo completo porque es muy divertido y quizás el lector pueda darse también el placer de gazapear al futuro Nobel.

“Dicen quienes lo conocen que Einstein participa de las condiciones de nebulosidad que un poco humorísticamente se les han atribuido a los sabios de todos los tiempos. Y de las cuales hay numerosos ejemplos en la historia, como aquel famoso de Arquímedes que salió gritando, desnudo, por las calles de Siracusa, sin que nadie haya podido entender aún qué papel desempeñaba su desnudez en sus experimentos. Einstein, desde luego, parece ser un poco más sereno que Arquímedes. Al menos no hay noticia de que hubiera necesitado estar en cueros para llegar a la indescifrable conclusión de que el «espacio es infinito pero limitado». Sus entretenimientos parecen ser de otra clase, como el de maltratar un violín en sus horas de descanso y decorar sus estudios no con interpretaciones surrealistas de la teoría del campo unificado, sino con fotografías de Lana Turner. Arquímedes descubrió que «el volumen de agua desalojada es igual al del cuerpo sumergido en ella». Einstein, se conforma con bastante menos: parece haber descubierto que no es necesario sumergir en agua a una artista de cine, para saber cuál es el volumen de su cuerpo.”

La frase correcta de Einstein es “el espacio es finito pero ilimitado”.  Gabo invirtió los términos y tornó infinito al universo, pero a la vez limitado.

Hasta donde yo recuerdo, según cuenta la leyenda, Arquímedes salió corriendo desnudo gritando ¡Eureka! porque la idea sobre flotación de los cuerpos, que después se conocería como “Principio de Arquímedes”, se le ocurrió mientras flotaba en la bañera meditando sobre la química de la corona del rey.  Eso es tan conocido que no se entiende que no se entienda –según Gabo- el papel de su desnudez.  Pero bueno, eso no es un gazapo.  Los dos conejos que saltan a la vista (¿los pillaron?) son las frases (en negrita) que el cataquero les atribuye a Einstein y a Arquímedes respectivamente. 

La frase correcta de Einstein es “el espacio es finito pero ilimitado”.  Gabo invirtió los términos y con un doble error de su pluma, o más bien de su tecla, tornó infinito al universo, pero a la vez limitado.  Cayó en la trampa del oxímoron, una figura literaria que a nuestro escritor siempre le gusta paladear.  El 4 de febrero de 1917 Einstein le escribe a su amigo Ehrenfest y con fino humor le dice que: “he perpetrado algo que me expone a que me recluyan en un manicomio”.  Se refería a su modelo estático de universo finito pero ilimitado que expondría el 8 de febrero ante la Academia Prusiana y saldría publicado una semana después convirtiéndose en el artículo seminal de la cosmología: Consideraciones cosmológicas en la teoría general de la relatividad.

Por otro lado el principio de Arquímedes dice que “un cuerpo total o parcialmente sumergido en un fluido en reposo experimenta un empuje vertical hacia arriba (flotación) igual al peso del fluido desalojado”.  Lo que García Márquez anota como descubrimiento de Arquímedes es una igualdad previamente conocida que se refiere al desplazamiento (volumen desalojado), pero Arquímedes avanzó más allá y propuso su principio sobre el empuje hidrostático de flotación.  Puedo imaginar al Gabo adolescente en la clase de física del colegio de Zipaquirá, mientras el profe explicaba el principio de Arquímedes.  Escuchó atento la historieta de Siracusa y el comienzo de la lección, pero su concentración apenas llegó hasta el desplazamiento del volumen de agua y entonces su imaginación desbordada naufragó en un mar de ensoñaciones mientras miraba el paisaje neblinoso que se colaba por la ventana.

@jsenior2020

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