Uribe, el conde Olaf y una serie de eventos desafortunados

Por SANDRA GARCÍA

No soy cinéfila ni aficionada el séptimo arte, menos si es de Hollywwod. Sin embargo, a veces disfruto de películas cargadas de “fantasía”, esas que muestran lo posible de lo que parecía una misión imposible, la realidad superando la fantasía. Una de esas películas fantásticas -literalmente hablando- es la adaptación de los libros de literatura infantil del escritor Daniel Handler, un estadounidense cuya obra titula Una serie de eventos desafortunados.

Veía en estos días con mi hijo la adaptación que hizo Netflix de esta obra (ver Trailer), y él con su habitual agudeza me preguntó: ¿mamá, existe en la vida real un personaje como el conde Olaf?

El conde Olaf, para los que no han visto la película o leído los libros, es un hombre siniestro, manipulador de incautos, que persigue a unos huérfanos para robarles la fortuna que heredaron, amenazando constantemente con asesinarlos. Mal actor, descuidado en su higiene personal, desagradable cuando rebela su esencia, astuto pero no inteligente, encantador para el mal, rodeado de esbirros hábiles en la ejecución de sus órdenes pero torpes para ocultar sus desmanes cuando son descubiertos.

Foto tomada de Pinterest.co.uk

Buscando la respuesta más acertada a la pregunta de mi hijo, lo primero que vino a mi mente fue el senador Álvaro Uribe Vélez, embaucador de tontos por excelencia. Imposible no encontrar similitud entre Olaf y Uribe: los dos son avaros, sin límites, egocéntricos, siniestros y hasta sociópatas.

Uribe igual que Olaf es pésimo actor, pero con múltiples disfraces que engañan los ojos y la mente de los menos perspicaces: la ley 100, las Convivir, el recorte de horas extras y dominicales sin que nadie chistara, el premio al “Gran Colombiano”, los falsos positivos, la paz de los sepulcros para millares de víctimas inocentes. Y los disfraces que lo mantienen fuera de la cárcel: senador de la República, creyente en el hermano Marianito, “hombre de bien”, enemigo del peligroso castrochavismo, el gran líder, en resumen.

Disfraces que con el paso del tiempo han alimentado su ego y la fe de los incautos, pero reveladores de hechos fatídicos que tristemente han sumido a Colombia en “una serie de eventos desafortunados”.

Foto tomada de Presidencia de la República.

Un hombre que no descansa, frente a un país sometido a la amenazante férula de un poder desmedido, rodeado de una recua de secuaces, esbirros en su mayoría, personas avaras y codiciosas, corruptas hasta el tuétano, para las que no existen límites que no se puedan aplastar. O perseguir, o torturar, mientras el país se desangra en una nueva era de terror y violencia.

Igual que Olaf, Uribe desde los días de la Aerocivil se las ha ingeniado para cometer sus fechorías y escapar del brazo de la ley, de maneras irónicas y hasta cínicas: si no es que embolata los procesos, compra al juez, le tuerce el cuello a la justicia o se “mueren” los testigos.

La muerte de civiles (falsos positivos), el aumento de la violencia, el genocidio sistemático plasmado en el asesinato de líderes sociales y reclamantes de tierras, el regreso de los desplazamientos y las desapariciones, la corrupción rampante dentro del Ejército, el robo de tierras, los recursos naturales feriados al mejor postor, el abuso de autoridad, el negocio de la salud y las pensiones, el paramilitarismo… y lo que faltaba: la entronización de una cultura mafiosa en la conducción del Estado.  Todo esto constituye una serie de eventos desafortunados que Colombia ha debido sortear con amarga pena, agobiada y doliente.

Ahora bien, no se debe olvidar que en la contraparte de la trama hay tres pequeños protagonistas, quienes, aunque parecen frágiles o indefensos ante la imponencia maléfica de Olaf, lo derrotan paso a paso, capítulo a capítulo. Utilizando su inteligencia y sus conocimientos, en cada batalla que libran logran al final salvar su vida, pese a la incredulidad, la insolidaridad y el espíritu de derrota de los adultos.

Una serie de eventos desafortunados representa entonces un mensaje de algún modo esperanzador para una juventud que cree, sabe y está tratando de construir una sociedad colombiana sin las sombras, sin los esbirros y sin la constante maldad de Álvaro Uribe. Eh, que digo: del conde Olaf.

@ladytron26

Sobre el autor o autora

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Social media & sharing icons powered by UltimatelySocial