Tomás, el heredero

Por GERMÁN AYALA OSORIO

Cumpliendo con su nuevo rol de instrumento propagandístico del proyecto político del expresidiario y expresidente Álvaro Uribe Vélez, la revista Semana trae en portada a su hijo Tomás Uribe, a quien un sector del Centro Democrático tempranamente lo erige como presidenciable para el 2022. ¿Será por eso que dice “ojo con el 2022”?

El lanzamiento de esa candidatura se explica por el sentido que el propio Uribe y los uribistas asumen del control del Estado y el manejo de los destinos del país: como una finca, un potrero, un platanal con bandera.

Tomás Uribe no tiene mérito político alguno para aspirar a llegar a la Casa de Nariño.
Foto tomada de Semana.com

En este contexto Semana unge a Tomás Uribe, para “calentar” el escenario preelectoral y canalizar periodística y políticamente las reacciones que genere dentro y fuera del Establecimiento.

La posible candidatura del “exitoso vendedor de manillas” constituye un insulto a la tradición política que señala que para llegar a la Casa de Nariño, los candidatos más opcionados habrían sido alcaldes de Bogotá, ministros de Estado o congresistas, entre otros cargos. Haber asumido esas responsabilidades constituía un pasado político que no solo advertía una sólida carrera política, sino un aprendizaje importante en el debate público, en el manejo de los asuntos de Estado, a lo que se deben sumar la habilidad para sortear crisis y problemas. Ello implica además un mínimo de respeto por la institucionalidad estatal y el ordenamiento jurídico.

Con la posible candidatura de Tomás Uribe, todo lo anterior quedaría sin validez y solo serviría para que los más románticos de la Política se sentaran en un viejo taburete a hacer remembranzas de los últimos presidentes que siguieron ese camino. Pues bien, con Iván Duque se empezó a cambiar esa tradición, la de hacer una noble carrera política antes de asumir cargos de alta responsabilidad estatal.

Con una eventual candidatura de Tomás Uribe, los partidos políticos tradicionales serían por fin enterrados, pues sus cuadros y sus centros de pensamiento perderían sentido en la medida en que la transición del mando y del poder ya no obedecería a los viejos cánones que explican la necesidad de que quien aspire a la Presidencia deberá demostrar una digna carrera política; por el contrario, bastará que el hijo del Rey o quien cumpla el rol de jefe de Estado, por el solo hecho de ostentar esa condición filial tiene derecho a suceder en el trono a su progenitor.

Así las cosas, lo que hace Semana no solo es periodísticamente rastrero, sino que alienta la consolidación de la más oprobiosa monarquía criolla, responsable de manejar los destinos del Estado colombiano como si se tratara de un platanal con bandera, una finca o un potrero.

Tomás Uribe no tiene mérito político alguno para aspirar a llegar a la Casa de Nariño. Mientras Semana y el Centro Democrático le arman una imagen presidenciable, debería empezar por explicar en qué van sus líos con la DIAN, entre otros asuntos que enlodan su nombre, como sus relaciones con el Zar de la Chatarra. O sobre los señalamientos que hizo uno de los Nule, en los que habría tenido injerencia en la adjudicación de contratos. “Tomás estaba intermediando para que nosotros (Odebrecht y los Nule) estuviéramos juntos, presentándonos, básicamente”, explicó Nule a El Nuevo Herald.

Haber sido criado y levantado bajo la protección, el amparo y la conducción moral y ética de Álvaro Uribe, en lugar de ser garantía de sensatez y de respeto por la institución presidencial, constituye un riesgo enorme para la democracia, la tradición política y el Estado de Derecho.

@germanayalaosor

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