Por OLGA GAYÓN/Bruselas
Las escaleras nos permiten ascender o descender con facilidad. En la historia de las civilizaciones las ha habido de todos los materiales posibles, y durante milenios han sido construidas como acceso a los grandes monumentos a los dioses. Generalmente quienes las subían lo hacían para consultarlos, escalaban al oráculo para hablar con las deidades. Es decir, solo unos pocos privilegiados ascendían para encontrarse con los seres que dominaban a los hombres desde diversas mitologías y civilizaciones. Y solo ellos, tras hablar con los seres supremos, descendían por las escaleras para entregar a otros hombres extraordinarios, los gobernantes, el mensaje que sus deidades les legaban para poder dominar a miles y millones de humanos.
Paralelo a esto, había otras escaleras por las que solo podía escalar el monarca, a la hora de sentarse en su trono. En algunas culturas su esposa también gozaba de un trono de consorte, de modo que sus delicados pies, junto con los del soberano, eran los únicos que se podían posar sobre esos escalones para subir al sillón del poder.
En la historia de la humanidad las escaleras se fueron popularizando, hasta llegar a ocupar un sitio destacado dentro de la arquitectura. Actualmente no concebimos lugares urbanos sin escaleras de diferente estilo y uso. Hoy, la mayoría de los humanos podemos dejar nuestra huella en miles de ellas.
Una escalera de cartón, aparentemente frágil, podría convertirse en la única gradería por la que livianos cuerpos asciendan y desciendan para encontrar la esencia de sus almas. Allí, quienes se montan en ella estarán seguros de que su humanidad no es una carga pesada, y por tanto escalarán y bajarán a su antojo sin temor a que la escalera se hunda, devorando así sus cuerpos para tragárselos por siempre.
Una escalera irreal, que podría convertirse en la más real a la hora de examinar nuestro interior y enfrentarnos a todo ese lastre que llevamos en la espalda durante toda nuestra existencia. Para subir y bajar por ella, sería necesario deshacernos del peso que nos daña y que quizás también perjudica a otras personas.
Una escalera de cartón para soltar lo que nos agobia, para poder subir y bajar sin carga, para encontrarnos por fin con esas certezas que nos defienden, nos amparan y nos hacen mejores personas.