Minga y uribismo

Por JORGE SENIOR

Desde la Colombia rural marginada llega a Bogotá la Minga, una gran movilización indígena pacífica y multicolor.  Sin embargo, cae sobre la marcha un aguacero de macartización y deslegitimación como la bodega uribista bien sabe hacer, utilizando el viejo truco de vincular al proceso social legítimo de protesta y reivindicaciones con fuerzas oscuras clandestinas. 

Es bien sabido cómo las comunidades indígenas han puesto en la raya una y otra vez a las antiguas FARC y al ELN, así como han tenido que enfrentar a mafias, narcotraficantes y bacrim o a terratenientes que utilizan a la fuerza pública como si fuese su ejército particular.  Esa digna independencia probada de las comunidades indígenas contrasta con la indigna dependencia de los poderes económicos que tienen los comunicadores dedicados a desinformar a la audiencia colombiana, tal y como se oyó esta semana en el audio filtrado con la ilustrativa escena a micrófono abierto de la periodista del Clan Gnecco.

El uribismo y la Minga indígena son auténticas representaciones de dos pedazos bien disímiles de la colombianidad.  

El uribismo es hoy el verdadero Partido Conservador, heredero del falangismo y la Regeneración, uña y mugre del paramilitarismo.
Foto tomada de Pares.com.co

El uribismo es hoy el verdadero partido conservador, heredero del falangismo y la Regeneración (como sustenté en columna anterior), uña y mugre del paramilitarismo, representante elocuente de las élites agrarias, sectores gremiales privilegiados y mafias de todo tipo.  Un fenómeno político que se mueve como pez en el agua en el lucrativo deporte de la corrupción, la contratocracia y el clientelismo, y bien capaz de combinar todas las formas de lucha (al fin y al cabo “plomo es lo que hay”).

La Minga, en contraste, es la voz del país rural marginado, la voz de los que fecundan la tierra con sus propias manos y alimentan con sus frutos al país urbano.  La fuerza comunitaria indígena saca la cara por el campesinado diezmado por la violencia de los acaparadores de tierra legales e ilegales.  También los indígenas han sido víctimas del genocidio a cuenta gotas que se ha desatado en el actual gobierno, repitiendo ciclos de violencia de décadas y siglos pasados.  La diferencia entre indígenas y campesinos no indígenas es que los primeros tienen mayor cohesión social producto de su tradición cultural.  Por eso han tenido mejor capacidad de respuesta en los últimos tiempos y cuentan con mayores niveles de organización.  La presencia en Bogotá de la Minga es una oportunidad de reencuentro de todas las expresiones de la sociedad civil, tanto rurales como urbanas.  Esto es mucho más importante que una entrevista con Duque, pues contribuye a revitalizar el tejido de la organización social y sentar las bases de una convergencia popular de alcance nacional.

La animadversión visceral del uribismo contra manifestaciones de protesta social como la Minga viene desde los gobiernos de su jefe.  Recordemos que el segundo mandato de Uribe fue posible por un “articulito”, un mico gigante introducido mediante el cohecho más extraño del mundo: un soborno sin sorbornante.  Esa trampa politiquera se conoció como la yidispolítica.  La virtud de Álvaro Uribe es que logra unir a una inmensa oposición política y social.  Durante ese segundo mandato el Polo Democrático Alternativo vivió su mejor momento y logró aglutinar a toda la izquierda, convirtiéndose en una fuerza política de dimensiones respetables.  En ese mismo período el movimiento social, duramente golpeado por el paramilitarismo, especialmente en el período 1995-2005, empieza a dar muestras de recuperación, sobre todo en el sur del país.  La huelga de los corteros de caña en el Valle del Cauca fue uno de esos hitos de lucha social reivindicativa.  Pero, sin duda, la Minga, al saltar al plano nacional, se constituyó en el hecho social y político que marcó la confrontación del pueblo colombiano con un gobierno de tendencias autoritarias y excluyentes.

Ahora, más de una década después, y con otro gobierno uribista de tendencias fascistoides, se repite otro round de un conflicto que pone de un lado a comunidades indígenas y campesinas y del otro a un gobierno que está al servicio del latifundio, como nos lo recuerdan otros de los múltiples escándalos de corrupción del mandato de Uribe: Carimagua y Agro Ingreso Seguro, ambos bajo la batuta del ministro de agricultura de la época, Andrés Felipe Arias, que después se daría a la fuga, sería puesto preso en EEUU y finalmente extraditado de regreso, y es actualmente defendido a capa y espada por las huestes uribistas.

Estos ejercicios de memoria son necesarios para poner en evidencia de qué lado está la legitimidad, la justicia y la ética. El derecho a la vida, a la tierra, al trabajo, a la paz son las reivindicaciones de la Minga, ¿puede haber algo más justo?  El asunto es simple y básico: se trata de que el Estado colombiano respete y garantice los derechos humanos de todos los colombianos. 

Y sobre la cuestión indígena se trata de cumplir el mandato constitucional y entender que la diversidad cultural es una riqueza que se debe preservar.  El tema es complejo pues implica una negociación entre los extremos de segregación e integración.  Pero se vislumbra una solución si miramos hacia la selva húmeda tropical en la Amazonia y el Pacífico con su esplendorosa biodiversidad y su importancia planetaria en la regulación climática.  Salvar ese ecosistema vital  ha de ser el proyecto común de la Colombia multiétnica, un acuerdo estratégico para el mundo en tiempos de cambio climático.  El gran aporte de los pueblos milenarios del continente está justo allí, ayudando a salvar al planeta.

En cuanto al uribismo, ¿será que tiene algo que aportar que no sea destrucción de la vida y la democracia?

@jsenior2020

Blog   

Sobre el autor o autora

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Social media & sharing icons powered by UltimatelySocial