Hay cada vez más gente en el mundo reclamando por un turismo menos masivo y de mayor calidad, que tenga beneficios económicos, pero que no afecte su calidad de vida. Los reclamos no se han quedado únicamente en las cartas de protesta y en las marchas con carteles, sino que han pasado a la agresión física. Ya se ha visto en ciudades europeas y asiáticas.
El impacto positivo del turismo masivo para la economía es evidente, pues muchos países ven cómo este renglón tiene un lugar muy privilegiado en la formación de su producto interno bruto, llegando a representar el 14%. Los inversionistas de líneas aéreas, hoteles, restaurantes, plataformas virtuales especializadas, comercializadores, operadores y medios de transporte multimodales, están fascinados con el incremento de sus ingresos y ganancias.
Pero hay quienes sienten que ese turismo masivo se ha vuelto perjudicial para su calidad de vida. Un primer impacto negativo, es el agotamiento del número de espacios habitacionales disponibles para los residentes locales, debido a la prevalencia de arrendamientos de corta estancia. La oferta de vivienda de largo plazo para las familias, cuando se consigue, es en zonas periféricas, sin mayores comodidades en el amueblamiento urbano y con precios de especulación.
El otro impacto negativo, es el aumento excesivo del costo de vida, pues predomina el precio de productos y servicios dirigidos hacia los turistas, que también son aplicados a los habitantes tradicionales del lugar, lo cual contribuye a que las familias empiecen a tener problemas financieros. A todo esto, se agrega que la incomodidad para disfrutar de los espacios públicos es insoportable, ante las hordas de turistas que llegan a plazas, centros históricos, museos, zonas gastronómicas y playas, especialmente durante la temporada de verano.
Los residentes saben que el turismo les ofrece la posibilidad de puestos de trabajo, mientras que los gobiernos reciben mayores ingresos por la vía de los impuestos. Pero a pesar de esto, empieza a observarse la turismofobia, un comportamiento que ha obligando a las autoridades a adoptar medidas de control restrictivas que, sin embargo, no han ayudado a aliviar de manera importante el problema de la invasión de turistas.
Entre las medidas que se presionan está la de prohibir las rentas cortas, lo que ya ha sucedido en ciudades como Nueva York; a disminuir las autorizaciones de construcción de hoteles, como está pasando en Barcelona; a imponerle cupos y tarifas a la visita a ciertos espacios culturales; a evitar la operación de algunas rutas del sistema de transporte; a aminorar el número de visitantes a las playas; y a acortar horarios de los espacios de fiesta.
Ante el fracaso de las medidas adoptadas, los residentes están francamente incómodos y dispuestos a protestar en ciudades como París, Barcelona, Lisboa, Roma, Madrid, Budapest, Praga, Viena, Niza, Oporto, Milán, Atenas, Berlín, Cracovia y Valencia, entre muchas otras. Europa, de acuerdo con las estadísticas, recibe cada año alrededor de 800 millones de visitantes, una cifra que no sólo está representada en viajeros de buena conducta sino también en visitantes incómodos, que generan mucho malestar y afectaciones a la tranquilidad pública.
El turismo es un sector en crecimiento, que debe tener controles, para que no se convierta en un problema.
@humbertotobon