La guerra en el territorio caucano suma nuevos episodios sangrientos, que incluyen hechos asociados a la adopción, por parte del gobierno, de estrategias de intervención social para solventar los agudos problemas de pobreza y desigualdad que afectan a la mayoría de la población. Ese el objetivo principal de la Misión Cauca, anunciada por el presidente Petro y el director del Departamento de Planeación nacional, Alexander López. (Ver Informe de DPN).
Hay una tendencia en el conflicto social y armado caucano que llama la atención por sus implicaciones y consecuencias en otros espacios contiguos y sus poblaciones. Me refiero al rebote urbano de la guerra que compromete a ciudades como Jamundí, Cali, Buenaventura y otros municipios del Pacifico colombiano.
El escenario rural es hoy el principal ámbito del Tercer ciclo del conflicto armado, y no menos cierto es que el fenómeno se da en fuerte conexión con ciudades intermedias, donde la retaguardia rural está asociada con cultivos de coca y marihuana, rutas del narcotráfico y una variedad de problemas sociales sin resolver.
Lo anterior confirma que en la actual etapa de la guerra irregular dicha problemática no es solo rural, sino que se articula con medianas ciudades, economías rurales y rutas de narcóticos. Como sugiere Gutiérrez Sanín, parecería que algunas fuerzas irregulares insurgentes están descubriendo nuevas fórmulas para crecer en las ciudades.
Los impactos de todo este tenebroso cuadro social sobre la naturaleza de la guerra, se observan tanto en el Estado como en los grupos insurgentes.
Desde el lado insurgente los cambios son tangibles, hoy ya no es la guerra de la pulga (aunque algo queda). La multiplicidad de blancos está ahí, exacerbada por la importancia creciente de centros poblados y la presencia de lugares donde se concentran capacidades criticas de comunicación, conectividad digital y transporte.
Adicionalmente, hoy nos encontramos con una nueva realidad: las plataformas tecnológicas para armar grupos urbanos insurgentes capaces de sobrevivir. Hoy los grupos insurgentes rurales tienen nuevas posibilidades con los cambios tecnológicos. Las ciudades hoy se organizan dentro de los parámetros de las Smart City, con altísimos niveles de conectividad. No solo las neo insurgencias, también el Estado es vulnerable a la operación contundente de los teléfonos inteligentes y de las redes sociales descentralizadas, a las que también recurren los movimientos populares de protesta, como ocurrió en el paro de abril 2021 en Cali y su área metropolitana.
De otro lado hay una fuerte democratización de la tecnología bélica, en parte debido a la conectividad y al cambio tecnológico.
Burocracias armadas, crecientemente permeables y en interacción constante con el sistema político encontraran múltiples formas de interactuar con los nuevos insurgentes urbanos, indica Gutiérrez Sanín.
Es por eso que los cambios tecnológicos están modificando la naturaleza del conflicto armados y sus repercusiones urbanas, ya que las nuevas tecnologías son asombrosas y parecen de fantasía. Drones, armas autónomas, ordenes bélicas generadas desde la IA, georreferenciación absoluta y detallada de todo el globo, son las tendencias más fuertes.
Respecto de los cambios y transformaciones en el campo político y el Estado, es claro que aquí se presentan rezagos: las nuevas modalidades de guerra cogen al Estado muy mal preparado para enfrentarlas en el terreno político.
Lo cierto es que, como lo señala el alto oficial Robert H Latiff (Ver informe), hacia adelante veremos conflictos armados y nuevas modalidades de guerra irregular marcados por la flexibilidad, las novedades tecnológicas y el enorme peso de la política y las comunicaciones.
En todo este escenario “rururbano” encajan los nuevos actores insurgentes del conflicto, que cobran forma en un proceso de decantación donde sobreviven los más fuertes y sagaces. Hoy abundan las redes insurgentes, las redes milicianas, las formaciones de resistencia y los grupos híbridos entre política y criminalidad.
Dichos grupos no pretenden ganar, en el sentido de tomarse el poder político central, pero si quieren hacer política. Política y guerra, como siempre, íntimamente unidas a través de métodos como establecer diversas formas de control territorial, regular el sistema político a través de amenazas y provisión de seguridad y promover causas territoriales.
Algunos quieren encajonarlos en una determinación criminal y puramente delincuencial como narcos, omitiendo su naturaleza política.
Todo este proceso en el actual ciclo de la guerra repite un patrón ya identificado en los anteriores ciclos de violencia. Se trata de actores que salen de una fuente bandolera y criminalizada, como está sucediendo ahora, usando ese origen para establecer diferencias y contrastes y crear rutinas y procedimientos nuevos.
Como afirma Jones (ver informe), todas las insurgencias aprenden; y las que más aprenden son las que sobreviven.
Lo que estamos presenciando en los escenarios locales de la guerra es que las insurgencias tenderán a ser localistas o regionalistas (en lugar de nacionales) y que actuarán sobre variados escenarios bélicos (campo y ciudad), desarrollando un lenguaje político flexible y territorialmente anclado, en lugar del lenguaje ecuménico que caracterizó las guerrillas marxistas del pasado.
Desde luego, los fenómenos que están en proceso en muchas regiones aun no muestran un lenguaje político nítido, pero no hay que descartar que en la lucha por sobrevivir terminen dando forma una variedad de guerra irregular que sea capaz de interpretar política y militarmente estas tendencias.
@HoracioDuque8