La cosecha de los antivalores

Por PUNO ARDILA

En estos días Osquítar no ha hecho más que quejarse porque esta sociedad nuestra ya no respeta a nadie. «Cómo es posible —dice él— que la primera reacción de un ciudadano frente a un agente de policía sea la agresión verbal, y hasta la agresión física. Cómo es posible que se haya perdido el respeto por la autoridad de cualquier nivel, sea juez, sea agente de tránsito o policía… hasta con los árbitros de fútbol; hasta con los profesores de los colegios… En serio; ya nadie atiende recomendaciones de sus mayores; nadie respeta ni a sus padres ni a sus profesores, y frente a cualquier norma o ley, o incluso frente a cualquier llamado de atención, la respuesta es el reclamo y el pataleo».

«En serio —insiste Osquítar—, es como si el tango Cambalache estuviera condenado a no pasar de moda: cualquiera es un ladrón; cualquiera es un señor. Se han perdido los valores en todas partes: en la calle, en el colegio, en las familias. De verdad, no hay cómo esperar respeto, venga de quien venga».

—Es el resultado normal de un proceso social — respondió el ilustre profesor Gregorio Montebell—. Hoy se está viendo la cosecha de lo que se ha sembrado, desde la formalidad y desde la informalidad.

Desde la formalidad, ha habido cambios drásticos en la formación académica; fíjense ustedes que se excluyeron de las aulas asignaturas como Educación Cívica y Urbanidad (pero no la de Carreño, que de la enorme lista de lo que no debe hacerse, buena parte podría suprimirse porque tal vez al único que se le ocurrirían esas barbaridades sería a él; ¡qué horror!) y porque, en términos generales, restringió seriamente la orientación necesaria desde las aulas. La educación en las aulas se ha limitado a lo fácil, desde el educador y desde el educando; y prima aquello de “nos hacemos pasito”, porque tanto el uno como el otro reciben calificación, así que el profesor le pone buena nota al chino y pueda graduarse, para que el chino le ponga buena nota a él y no lo echen por malo, o por severo, o por lo que sea.

Desde la informalidad, la influencia desmedida de posturas sociales alrededor de conceptos errados, como aprovecharse de quien “da papaya” o que “el vivo vive del bobo”, entre muchos otros, es lo que prima. Así que nuestra sociedad exige que seamos “vivos”, a cambio de que seamos respetuosos de la ley y de los demás, y que no seamos sapos, porque —para nadie es un secreto— el que termina procesado es el denunciante y no el presunto culpable. La fórmula social en medio de los hechos es grabar el video, pero de ninguna manera intervenir; esto es: frente a cualquier situación, a cualquier violación, a cualquier delito, lo que hace todo el mundo es grabar y publicar para recibir muchos “me gusta” (“likes”, para quienes no entienden el español).

Y lo peor es que nadie respeta a nadie porque todos se las saben todas. Todos son médicos, abogados, ingenieros, músicos. Como dijo Umberto Eco, los imbéciles se tomaron las redes sociales, y ahora todo el mundo se cree con derecho de opinar sobre lo divino y lo humano, sobre la ciencia y la tecnología, sobre política y economía, sencillamente porque lee memes de influenciadores.

Hoy todo gira alrededor de Epas Colombias y Polos Polos: el mundo está en manos de ignorantes con poder mediático.

@PunoArdila

(Ampliado de Vanguardia)

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